Sara Lotero tiene 13 años, acaba de terminar séptimo grado en el colegio San Juan Bosco de Belén, en Medellín, y a esta hora debe estar como ratón de biblioteca, buscando información precisa que le asegure ganar el concurso convocado por la WWF Colombia “Sabiduría Salvaje” sobre biodiversidad, después de una “selección espontánea” entre más de 7.000 estudiantes de todo el país.
Al lado de Sara estará el estudiante de Caquetá, Samuel Velásquez, de 14 años, quien logró el otro cupo, y ambos tienen una tarea doblemente trascendental: ganarles a los finalistas de 21 países y mantener para Colombia el primer lugar obtenido en el Wild Wisdom Quiz, en 2019.
Estuvimos con Sara en su casa de Rodeo Alto y después de captar su sensibilidad con la cámara fotográfica, comprobamos su amor por la naturaleza, su inteligencia al natural y, en especial, el compromiso genuino de liderar desde su colegio y con sus compañeros una cruzada por la defensa y la protección del medio ambiente, más allá de ganar o no el concurso de la WWF Colombia.
Su voz es música y sus conceptos sobre la biodiversidad suenan de forma armónica y fuerte para aceptar que los seres humanos no hemos estado a la altura del bienestar que nos brindan los animales, las plantas, los ríos, los océanos y las montañas, mientras un sonido inconfundible delata que tiene compañía: “Es Bruno, mi mascota. Llegó a mi casa cuando yo tenía seis años y desde entonces ese perrito es mi vida y parte de la familia. Lo adoro. Con él comenzó mi pasión por la biodiversidad”.
Y cuando habla de Bruno es que uno comienza a descubrir la magia de Sara. Sin cálculos ni frases de cajón, Bruno no es una mascota, sino un referente de humildad, lealtad, calidez, respeto, acatamiento, compañía desinteresada y, en especial, fragilidad y dependencia. “Mi perrito llena mi vida de felicidad”.
En otras palabras, Bruno es la naturaleza misma y Sara lo confirma: “con mi perro he descubierto que todos necesitamos de todos y que los seres humanos no podemos seguir pensando que la naturaleza nos pertenece, sin pensar en las demás criaturas del universo”.
Así es la foto de la biodiversidad de Sara
Por eso, a pesar de vivir en una unidad residencial cerrada, Sara ha convertido los espacios públicos en una especie de aula ambiental donde no sólo cuida de los árboles y las plantas, sino que educa con el ejemplo y recicla desde la fuente, coloca semillas para los pájaros, recoge las tapitas de las botellas y motiva a sus vecinos para ahorrar energía. Algunos la miran con algo de curiosidad, porque muchos ven que Sara les habla a los árboles y a las mariposas.
Cuando le dije que me construyera una foto a partir de los elementos de la naturaleza, Sara soltó una carcajada sonora y no dudó en que en ella habría muchos colores, en especial el verde, el azul, el amarillo y el blanco, muchos pájaros y mariposas, agua por montones, flores, sus padres, sus amigos, las profesoras que le han enseñado sobre la biodiversidad y, por supuesto, Bruno.
Aún así, y sin titubeos, Sara llama la atención sobre lo que no puede estar en esa foto: la contaminación del aire, la tala de árboles, la venta de mascotas, las basuras sobre los andenes, los carros que parecen chimeneas, la minería y la caza de animales, y gente que no tiene dónde dormir, porque “eso me da mucha tristeza, pues el planeta es muy rico y no es justo que eso pase”.
Ya no en fotos, sino en la realidad, Sara dice que Medellín es una ciudad muy hermosa y que quisiera que muchos niños la cuidaran y ayudaran a protegerla. Menciona con orgullo sitios de gran riqueza ambiental y cultural y se queda en dos de ellos: el Jardín Botánico y el Cerro Nutibara. Le gusta el zoológico Santa Fe, pero preferiría ver los animales en libertad y en su hábitat. Y repunta: “el metro es un símbolo para Medellín y por su limpieza y cultura nos hace sentir muy importantes”.
Por un momento, sin pensarlo dos veces, ella misma interrumpe el diálogo y vuelve a reconocer a las personas que han influido en su pasión por la biodiversidad y comienza un listado con nombres que, por supuesto, encabeza su papá, Néstor, y las profesoras de Biología, Alexandra Gaviria; de Química, Silvia Nora Pineda; de Física, Ánderson Figueroa; su acompañante de grupo, Mónica Roldán, y, lógico, Bruno, que siempre aparece en sus recuerdos.
No conoce a Greta Thunberg, la activista ambiental sueca, pero reconoce que son los niños y los jóvenes quienes deben liderar la protección de la naturaleza, pues tienen más sensibilidad y respeto por los animales. De hecho, Sara pronuncia una frase contundente: “basta con ver a un niño jugando con su mascota o persiguiendo una mariposa para ver en su rostro la alegría. Con los adultos eso no pasa. Mentira, mis papás sí son muy alegres y quieren mucho a la naturaleza”.
Así, entre risas, silencios y mucha espontaneidad, finalmente le dije a Sara que me ayudara a construir un superhéroe, a partir de atributos que ella considerara fundamentales en su relación con la naturaleza. Esto nos resultó:
“Sería un ser humano gigante, muy colorido como las flores y las mariposas, fuerte como un oso, ágil como un jaguar, noble como Bruno, astuto como el águila, travieso como un gato, tranquilo como un búho, perseverante como las tortugas y lindo como un koala”.
Y yo agregaría: inteligente y sensible como Sara.