Una reconocida presentadora de televisión que ahora trabaja para CNN en Español, Mari Rodríguez Ichaso, dice en un pieza promocional de ese canal que “Fernando Botero es la persona más segura de sí misma que haya conocido en mi vida”. Creo que le hará falta conocer a Daniela Baena Salazar.
Basta con escucharla desde el otro lado de la línea telefónica para sentir su esencia, su sencillez y su autoestima. Su acento paisa es inconfundible y, como el gran maestro Botero, ella también “pinta” para ser un nuevo referente global del país ante el mundo. Se llama Daniela Baena Salazar y acaba de ser nombrada Embajadora por el Clima ante la Red de Jóvenes del Grupo Banco Mundial (Climate Ambassador del Global Youth Climate Network (GYCN), donde representa a Colombia.
Por eso sorprende que sus primeras palabras no estén dirigidas a hacer alarde de su nombramiento, sino a dejar claro de dónde viene: “Soy de Marinilla, la Esparta colombiana, y mi gran orgullo es mi hermano mayor, quien pese a tener una discapacidad, es un líder natural y trabaja con las comunas en Medellín”.
Como al maestro Botero, a Daniela la emociona el arte y la pintura, pero su vida, por lo demás en construcción, ha estado dedicada al estudio y la investigación sobre temas asociados al medio ambiente. Es ingeniera ambiental de la Universidad Nacional y tiene una especialización en derecho minero-energético de la U. de Los Andes.
Hace dos años creó Women, una iniciativa ciudadana que busca convertir a los jóvenes en agentes de cambio a partir de tres líneas de trabajo: educación, equidad de género y ambiente.
En esta conversación al natural, Daniela nos cuenta qué retos tiene como Embajadora por el Clima, sus objetivos para consolidar su movimiento de mujeres por el medio ambiente y, en especial, sus visiones en torno a los desafíos que enfrentamos como sociedad frente al cambio climático y el rol que deberán asumir los jóvenes como protagonistas de un nuevo modelo de sostenibilidad global.
¿Cuándo se habla de los jóvenes como agentes de cambio a qué nos referimos?
Daniela Baena: En Colombia, las oportunidades no surgen para todos en las mismas condiciones de igualdad y acceso y, por el contrario, son fuente de inequidad. Yo puedo ser una excepción, porque he tenido muchas oportunidades, pero no todos las tienen. Aun así, todos somos agentes de cambio y tenemos las mismas posibilidades de incidir en la toma de decisiones. Desde lo más cercano a los territorios que habitamos podemos generar espacios de discusión, diálogo y concertación y eso no depende de nuestros títulos académicos.
Ser agentes de cambio significa que los jóvenes se empoderen de sus territorios, defiendan sus derechos, protejan la biodiversidad y participen de los procesos de discusión en relación con los proyectos que afectan su vida, para bien o para mal. Ser agentes de cambio implica trabajar en equipo, entender a los demás miembros de la comunidad, acompañar sus proyectos de vida y buscar juntos el camino de la sostenibilidad.
Pero no todos llegan a ser nombrados como Embajadores del Clima. ¿Cómo fue que tú llegaste a ese reconocimiento y qué responsabilidad adquieres?
Ser embajadora del clima del Grupo del Banco Mundial es gratificante, porque no sólo significa un reconocimiento a una persona, sino a un grupo de jóvenes que desde hace varios años venimos trabajando por el desarrollo sostenible. En lo personal, representa un gran reto y una enorme responsabilidad, pues ahora debo trascender en las discusiones que hemos estado haciendo como grupo de trabajo.
Llegar al grupo del Banco Mundial nos va a permitir fortalecer el relacionamiento con instancias internacionales y buscar de forma estratégica alianzas que ayuden a construir nuevos escenarios de diálogo y participación de los jóvenes.
Nuestro objetivo es trabajar con organizaciones público privadas, con gobiernos locales, pero en especial con las comunidades, porque no podemos seguir dependiendo del Estado como el único responsable de las soluciones a todos los problemas ambientales, sociales y económicos que padecemos. Lo más importante es poder incidir en las acciones que se adopten para resolver los problemas asociados al cambio climático y la pérdida de biodiversidad.
¿Son los jóvenes la esperanza para evitar que desaparezcamos como especie?
No sólo debe ser un compromiso de los jóvenes salvar el planeta. Somos parte de la solución, pero no podemos solos. En Colombia, por ejemplo, hay cerca de 10.9 millones de jóvenes, un potencial enorme, pero que no son reconocidos como agentes de cambio, porque la mayoría de ellos sufren las inequidades y la falta de oportunidades, sobre todo en las zonas más apartadas de las grandes ciudades, donde, paradójicamente, se presentan los mayores conflictos ambientales.
Somos conscientes de nuestro papel en medio de la crisis climática que nos tocó vivir, pero necesitamos que se nos permita acceder a los espacios en los que se toman las decisiones y nos brinden las herramientas necesarias para mejorar el conocimiento. Nuestro objetivo es ser embajadores en nuestros propios territorios.
¿La pobreza atenta contra esos objetivos. Es ella otra pandemia no atendida?
Estar en el Grupo del Banco Mundial como embajadora del clima es, en sí misma, la mejor oportunidad de trabajar en la erradicación de la pobreza, pues ahí radican buena parte de los problemas que tenemos como sociedad. No es posible hablar de los Objetivos de Desarrollo Sostenible sin acabar primero con tantas desigualdades sociales y tanta inequidad. Y eso se aplica para todos los grupos poblacionales.
Uno de los principios de los ODS es “no dejar a nadie atrás”, lo que implica que es necesario trabajar con los más pobres, pero de la mano de los más ricos.
No basta con llegar a los territorios más vulnerables y decirles qué deben hacer, sin antes entender sus visiones, sus aproximaciones, sus conocimientos. Es urgente incluirlos en las soluciones, pero teniendo en cuenta sus experiencias y aprendizajes. Cada territorio es distinto y exige visiones distintas y es ahí donde la cultura se convierte en un factor esencial para cumplir los ODS. Sin duda, la educación y la cultura son centrales para resolver parte de esas desigualdades y son instrumentos eficaces en la lucha contra la pobreza.
Es evidente que los jóvenes vienen cumpliendo un rol determinante en la toma de las decisiones por parte de los gobiernos, pero también las comunidades ancestrales. ¿Cómo articular ese diálogo de saberes en las agendas globales?
Un primer paso, sí o sí, es escucharnos todos. Es importante mantener abiertos los espacios de diálogo y de retroalimentación, porque no basta con decir que somos los protagonistas. Las discusiones deben ser abiertas y ser capaces de reconocer el conocimiento de los demás. Ha sido importante visibilizarnos y hacer visibles a quienes permanecen en la Colombia profunda.
Decías que uno de los objetivos es trabajar en la agenda 2030 de los ODS, pero los resultados, cinco años después de la Cumbre de París, no son alentadores. ¿Cómo recuperar ese tiempo y avanzar en las metas?
Es un panorama complejo y, por ende, mayores los desafíos. Incluso ahora se reconoce que lograr las metas de la agenda 2030 será difícil. Muchas organizaciones han sugerido extender esos compromisos hasta 2050. Para muchos resulta desalentador, pero nosotros los jóvenes insistimos en que hay que trascender y no sólo lograr un objetivo por lograrlo, sin asegurarnos que permanezca en el largo plazo.
Creo que la agenda 2030 es una ruta segura para avanzar, sobre todo porque ésta tiene un componente muy importante y es el de los derechos humanos que, en otras palabras, eleva a la máxima categoría los recursos naturales y la protección de la biodiversidad. Una buena estrategia sería discutir esas metas en función de los derechos humanos y no como el registro de un cifra.
Pero las metas son fundamentales para saber si avanzamos a no. Lo que no se mide, no mejora. ¿Crees en los compromisos globales que ha hecho Colombia en torno al cambio climático?
Hay que reconocer que Colombia ha sido líder en la construcción de la agenda 2030 e incluso fue uno de los países que propuso algunos de los ODS. Como nación hemos tenido una buena respuesta y los resultados son alentadores, pese a que los compromisos de esa gente, en muchos casos, no tienen un carácter punitivo y no son vinculantes, por lo que no se cumplen como debería ser.
El problema que enfrentamos como país es la ausencia del Estado en muchos territorios y, como consecuencia, hay una desconexión con sus comunidades. No entendemos sus dinámicas, porque desconocemos sus conocimientos. Creo que más que establecer compromisos a escala nacional, es importante hacerlo a escala local y regional. Creo que acá también resulta central el trabajo de los jóvenes que habitan esos territorios. El país se construye y se reconfigura de abajo hacia arriba.
De tu formación profesional resaltan tres aspectos fundamentales: calidad del aire, minería y desarrollo sostenible. ¿Cómo funcionan en tus visiones de largo plazo y dentro de una escala de prioridades?
Todos son temas trascendentales, porque los dos primeros tienen todo sentido con el desarrollo sostenible. Uno de los más grandes problemas globales es el de la calidad del aire y, por supuesto, que el de la minería está muy en la agenda regional y nacional, como quiera que somos un país rico en minerales. Respecto de la calidad del aire, reconocemos que se vienen dando pasos positivos en nuestro territorio para reducir las emisiones de contaminantes, pero hace falta mucho más compromiso de los ciudadanos a la hora de elegir cómo se movilizan.
En la minería, con algo de desconocimiento y mucha pasión, pasa que de entrada le colocamos un sello de ilegalidad. Hay zonas donde sucede que la explotación es muy artesanal y no está formalizada, pero representa el sustento de miles de familias que viven de la explotación de oro. Hay que acompañarlos en los procesos de formalización y educándolos sobre buenas prácticas ambientales. La minería no sólo es necesaria, sino que se puede hacer de forma sostenible. En lo personal, creo que no ha habido mucha objetividad en las discusiones y las críticas contra la actividad minera y parte de nuestra tarea como agentes de cambio es compartir el conocimiento y fortalecer la ciencia ciudadana.
Además de los temas de calidad del aire y de la minería, consideramos que abordar los asuntos de la agricultura será fundamental para enfrentar el cambio climático. Trabajar en los conceptos de Soluciones basadas en la Naturaleza resulta un camino innovador y transformador de los territorios, en especial en los temas que tienen que ver con el saneamiento básico y el uso eficiente del agua.
¿Pero cómo hacer mejor pedagogía en torno a esas Soluciones basadas en la Naturaleza?
Es hacer conciencia en esas comunidades, porque muchas de sus prácticas y actividades en el día a día son, precisamente, soluciones basadas en la naturaleza, desde la forma en que cultivan sus alimentos hasta los elementos que usan para construir sus viviendas sin dañar los bosques. Otro camino es ayudarles a identificar cuáles son las mejores oportunidades para mejorar su calidad de vida, por ejemplo, en mejores métodos para la pesca, el cultivo de plantas medicinales o aprovechamientos forestales.
El hecho de ser comunidades vulnerables han aprendido a usar la misma naturaleza como escudo de protección. Lo que pasa es que no las hemos hecho visibles ni hemos visibilizado sus aportes al medio ambiente. Eso es lo que queremos hacer.
¿Cómo hacerlos visibles y, sobre todo, partícipes en la toma de decisiones?
En Colombia, a diferencia de muchos otros países, persiste la dinámica de trabajar muy solos, aislados de los demás, buscando beneficios más que todo de tipo individual y no colectivo. Somos competidores, no cooperantes. Para cambiar eso se hace necesario fomentar el trabajo en equipo, entender que no todos los que están a mi alrededor tienen que pensar o actuar como yo, sino que en la diferencia es que se construye el futuro.
Soy de los que creen que es mejor trabajar en red, pero no para estar con quienes piensan igual. Saber por qué alguien piensa distinto y actúa distinto es el primer paso para avanzar colectivamente. Nos hace falta empatía.
Tu liderazgo te ha hecho visible y tienes una enorme responsabilidad como embajadora del clima ante el grupo del Banco Mundial. ¿Cuál será tu gran objetivo?
Todo ha sido muy positivo, comenzando por haber encontrado la enorme diversidad que existe entre los jóvenes que hacen parte del grupo del BM. El objetivo siempre será aprender de los otros, compartir lo que sabemos con ellos, fortalecer el equipo de Wom-en y buscar cómo mejoramos el relacionamiento con los demás actores. Espero aprender cómo funcionan mejor los procesos y cómo los podemos replicar en los territorios.
Ahora, tú no sólo estás en el grupo de jóvenes del BM, sino que eres mujer, los dos grupos poblacionales más afectados por las desigualdades y por la pandemia. ¿Cómo revertir esa realidad?
Lo primero es dejar los debates feministas e ir más allá de la equidad de género, porque los desafíos comprometen la supervivencia de todos. Tenemos que actuar unidos, en un solo bloque, para poder combatir esas desigualdades.
El problema es que no todos somos conscientes de que existen esas inequidades; por el contrario, las hemos naturalizado. Luego, como en el caso de las comunidades ancestrales y de campesinos, se hace urgente visibilizar y empoderar a los jóvenes y a las mujeres. Convertirlos en referentes para otros grupos poblacionales y generar una masa crítica de actores que trabajen por objetivos comunes.
¿Greta Thunberg, la ambientalista sueca, representa a los jóvenes?
Más allá de si nos representa a todos, lo valioso de Greta es que se arriesgó a levantar la voz en la defensa por el medio ambiente y contra el cambio climático. Ella es el reflejo de lo que muchos jóvenes quieren, pero no se atreven a hacerlo por miedo o por otras razones. Greta abrió un camino para la participación, pero está en cada uno de nosotros la decisión de seguirla o abrir nuevos caminos.
Por lo pronto, yo he abierto mis propios caminos y tengo mucha gente que me acompaña en avanzar a partir de lo que hacemos. Un líder no se sigue simplemente porque es esa persona, sino porque tiene un objetivo con el que nos identificamos. Ella tiene un objetivo y, sin duda, es un referente para muchos otros jóvenes.
¿Y cuál es tu objetivo como una líder global, que ya lo eres?
Abrir espacios de diálogo en los que podamos expresar nuestras opiniones, aprender de otros, reconocer sus diferencias y construir juntos escenarios de futuro a partir de respetar y defender los temas de la biodiversidad.
¿Quiénes son tus referentes?
Yo misma soy mi referente, porque debo ser ejemplo para los demás. Luego, mi equipo de trabajo es también un referente que sigo con amor y pasión. Son mujeres increíbles, todas muy distintas, pero con visiones compartidas. Trato de encontrar en cada persona el valor agregado que tienen para yo poder crecer como persona. Mi hermano, que es una persona con discapacidad cognitiva, es mi referente de vida y el gran motivo de admiración, pues no ha tenido límites para trabajar por muchos jóvenes en las comunas de Medellín.
Pero debes tener algún referente global…
Me gustaría encontrarme algún día con Michel Obama y preguntarle cómo ser una mejor líder e inspirar a muchos otros jóvenes.