Existe abundante literatura sobre por qué Medellín fue capaz de superar en décadas recientes momentos de profundas crisis sociales, institucionales y políticas, provocadas por una espiral de violencia como consecuencia del narcotráfico. Una capacidad de resiliencia que ha sido reconocida por la comunidad internacional y es ejemplo para muchas otras grandes ciudades que aún tienen la misma amenaza y que, por supuesto, nosotros no logramos de superar definitivamente.
Una de las razones de esa resiliencia y capacidad de transformación está estrechamente ligada al capital social que la ciudad construyó en medio de esas violencias. Y cuando hablamos de capital social, nos referimos en parte, a un grupo de jóvenes y líderes que se pusieron en el primer frente de trabajo para no sucumbir ante la cultura del dinero fácil y de la trampa como negocio.
Uno de ellos es David Escobar, ahora director de Comfama, pero con amplio recorrido en lo público, como quiera que acompañó buena parte del proceso de transformación de Medellín en la administración de Sergio Fajardo.
Su talante es una mezcla fresca entre el ingeniero y el administrador público que es y la sensibilidad social del humanista que lleva dentro y ahora lo tiene al frente de una organización que bien podría estar en el rango de lo que uno de sus inspiradores, Raj Sisodia, llama capitalismo consciente, que es una especie de peldaño a un concepto que a Escobar lo seduce mucho: las organizaciones sanadoras. Así fue nuestra entrevista con David Escobar.
En su reciente conversación con Daniel Wahl sobre culturas regenerativas, él hablaba de la necesidad de convertir el verbo ser o estar (to be) en inter-be (inter-ser). ¿Qué significa eso para un líder transformador?
David Escobar: Yo he tenido muchas oportunidades, entre ellas poder hablar con algunas comunidades indígenas, y ellas lo dicen de una manera inspiradora: “Hasta que el hombre entienda que no es el dueño de la naturaleza, sino que es naturaleza, somos naturaleza (en plural), no vamos a poder cambiar los hábitos esenciales y, como dice Wahl, rediseñar nuestros modelos económicos, sociales y empresariales para comenzar a regenerar el planeta”.
El enfoque que Wahl llama argumentación espiritual, ¿cómo aplicarlo?
Primero, es entender que nosotros no estamos cambiando ni hablamos de regenerar un asunto que nos es ajeno, que es la naturaleza, sino que hablamos de cuidar y regenerar algo de lo que somos parte. Los seres humanos no pueden existir sin la tierra, sin los bosques, sin el agua, sin los ríos y, lo más bonito, sin el suelo. La otra reflexión que me suscita ese concepto es que tenemos que buscar experiencias que ya están funcionando en otras partes y dan testimonio de que sí es posible regenerar el planeta y debemos buscar como escalarlas desde el amor por la naturaleza y la empatía hacia los demás seres vivos.
La gran líder Jane Goodall, la “mamá” de los chimpancés, decía en la entrevista con El Espectador que parte de la tragedia que hoy vivimos es porque el hombre desconectó su inteligencia del corazón, del amor y la empatía… ¿Cómo reconectarnos?
Hay un libro que siempre recomiendo, “La organización sanadora”, que publicaron el año pasado unos precursores del capitalismo consciente. En los primeros capítulos de ese libro, los autores recurren al inicio del bello texto de la literatura universal de Charles Dickens sobre la historia de dos ciudades, en el que, a modo de metáfora, nos habla del mejor y el peor de los tiempos. Allí nos dicen que el capitalismo nos ha traído lo mejor de nuestros tiempos (disminución de la pobreza, la reducción de la violencia, el acceso a la educación y a la salud…), pero, al mismo tiempo, el capitalismo mal entendido, mal ejercido, conlleva enormes problemas (la contaminación ambiental, la destrucción de los ecosistemas, la mal nutrición que proviene de otra pandemia, la obesidad…).
Lo que en últimas nos dicen los autores de “La organización sanadora” es que si el capitalismo nos ha traído cosas buenas, por qué hay que destruirlo. Toda la riqueza de la humanidad proviene de las organizaciones empresariales. Por eso no creo que la solución es acabar con las empresas, sino que hay es que transformarlas.
¿Y cómo hacerlo?
Los autores, y el propio Daniel Wahl lo dice, aseguran que las organizaciones deben ser generadoras de salud: personal, mental, colectiva y salud planetaria. Es lo que Wahl denomina salutogénesis. El libro lo terminan con una reflexión espectacular y ellos lo llaman el juramento de una organización que sana. Es un símil con el Juramento Hipocrático, cuyo primer principio es no hacer daño, que es lo que antes conocíamos como sostenibilidad.
La organización sanadora, dicen los autores, deben tener ese principio y otros dos: el compromiso de erradicar el mal, que es el concepto de la regeneración, y el tercero, es “el amor todo lo vence”, que es un concepto que trasciende hacia la espiritualidad. Creo que ahí es que recobra toda su importancia el concepto de Wahl de “interser”, en el sentido de no negar el valor de lo individual, sino de ponerlo en relación con, en armonía con… Es decir, no soy, sino que somos, en plural.
¿El capitalismo consciente del que tú hablas y lideras en la organización y que se acopla al concepto de Marta Nuusbaum sobre las humanidades como factor de transformación del capitalismo salvaje y de la tecnología como elemento de dominación?
Por supuesto. En su libro Sin fines de lucro, Nuusbaum plantea la importancia de las humanidades en dos sentidos: por un lado, como esenciales para la democracia, y por el otro, como la posibilidad que tienen las humanidades (el arte, la educación…) en todos los procesos de la vida para generar empatía y fomentar el pensamiento crítico, elementos fundamental para defender la democracia, pero, sobre todo, para asegurar la coexistencia del “interser” del que habla Wahl.
Recuerdo algunos de las reflexiones que hizo el rector de los Andes, Alejandro Gaviria, cuando en el acto de inicio del semestre les dijo a los estudiantes que el quería ingenieros de sistemas que no sólo pensaran en desarrollar algoritmos, sino lo fundamental que es hacerlo desde la ética. No hay tecnología sin humanismo. Es lo que advierte el propio Wahl cuando dice que no podemos estar al servicio de la tecnología, sino que la tecnología esté al servicio del “bio” como ecosistema. Así, la empatía y la ética van de la mano.
¿Ves con optimismo lo que viene después de semejante crisis planetaria por la pandemia y el afán por una reactivación económica que no sabemos aún cómo será?
El gerente de la EPS de Sura, Gabriel Mesa, nos decía hace algunos días que dentro de las tareas que tenemos, la esperanza se convierte en una responsabilidad. Por supuesto que dentro de todo lo que está sucediendo hay asuntos que producen optimismo, pero también incertidumbre y preocupación.
Preocupa, por ejemplo, que los incentivos en el modelo económico nuestro de capitalismo financiero no necesariamente incentiva una transformación radical en la manera como las organizaciones hacen negocios. Muchas de ellas no entienden que hay que balancear las utilidades del corto y mediano plazo y, al mismo tiempo, regenerar el planeta para poder seguir haciendo negocios no sólo en los próximos cinco, sino en los 50 y 500 años.
¿Y del lado optimista?
En Comfama hemos sido patrocinadores de la Encuesta Mundial de Valores y con ella podemos hacer seguimiento a cómo la gente ve el mundo. Qué es lo importante para las personas. Y la pregunta que me hecho a partir de esos resultados es qué es lo que valora la clase media y los jóvenes, en especial, y entonces comienzo a sentir que hay razones para la esperanza. Los jóvenes tienen cada vez más clara la importancia de la naturaleza, de la igualdad entre hombres y mujeres, del respeto por la libertad y la diversidad. La clase media valora mucho el trabajo, su esfuerzo personal.
Por eso, Comfama se metió en la promoción del conocimiento global del capitalismo consciente. No creo que las empresas vayan a cambiar solas, sino que necesitan liderazgos que den ejemplo. Las empresas van a cambiar porque sus clientes o sus usuarios así se los exigirán a la hora de comprar o no lo que producen. Ahora, la pregunta es ¿qué tan rápido podemos lograrlo? El maestro Fernando Savater ha repetido varias veces que no nos debemos preguntar ¿qué va a pasar?, sino ¿qué tengo que hacer yo para que pase lo que tiene que pasar?
Sin duda que los jóvenes serán motor de regeneración del planeta, pero ¿qué hacemos con las mujeres, históricamente las más afectadas e invisibilizadas, en especial las del sector rural?
Creo que ahí radica buena parte de lo que debemos hacer para instalar una verdadera cultura regenerativa. Colombia, sin duda, debe avanzar mucho más que otros países, porque acá las asimetrías son mucho más evidentes y preocupantes. Nosotros, desde Comfama, hemos dicho que no basta con mirar la foto de lo que pasa hoy, sino ver las tendencias. Dentro de la propia Encuesta Mundial de Valores se observa que ahora hay mayor conciencia y reconocimiento al papel fundamental que tiene la mujer en la transformación de las sociedades. No sólo vienen ganando reconocimiento, sino posiciones en ámbitos considerados para hombres.
Nuestra organización debe dar ejemplo y estamos haciendo los cambios necesarios para avanzar en reducir esas asimetrías. No sólo adelantamos programas de liderazgo de mujeres. Queremos liderar procesos regenerativos que nos permitan ver que no es viendo el problema, sino entender los contextos. Y desde allí hacer visibles las transformaciones y mostrando con el ejemplo cómo se logra tener referentes de cambio, con las mujeres como protagonistas. Todos nuestros contenidos tienen cara de mujer y hablan de las mujeres.
Los procesos de selección de nuestros colaboradores se han incrementado más del 10 por ciento en relación con las mujeres que participan de ellos. Cambiar los contextos es fundamental para lograr transformaciones. Con un profesor de la U. de A. venimos trabajando en un programa maravilloso que se llama concientizando hombres, desde lo que llaman los sesgos inconscientes, porque está demostrado que no somos tan racionales como creíamos.
Retomando a Daniel Wahl, en el sentido de que son más importantes las preguntas que las respuestas, ¿cuál es la pregunta que nos quisieras dejar en la perspectiva de una organización como Comfama?
Nos hacemos muchas, en plural, porque es importante estar siempre preguntándonos. Acudo a esa frase de Jorge Wagensberg: “cambiar de respuesta es evolución, cambiar de pregunta es revolución”. Creo que como organización es clave hacernos siempre preguntas nuevas. Y la que ahora puedo decir que nos hacemos en Comfama es “si en vez de sostenibilidad, comenzamos a trabajar en regeneración” y eso comienza por hacer un cambio en el modelo de manejo de nuestros parques, ayudarle a la gente a comer de forma más saludable y sostenible. Por ejemplo, si en vez de parques, hablamos de bosques… Eso sería inspirador.