Ética ambiental: La asignatura pendiente para alcanzar un futuro sostenible

Es urgente una nueva relación moral con la naturaleza. Estamos obligados a desatar una revolución ambiental que tenga como bandera el respeto a todas las formas de vida.

Introducción

Hablamos de ética en el ámbito de la escuela y de las empresas y negocios, en el entorno de las profesiones (ética médica, ética periodística) y de algunas actividades gratificantes, pero dejamos de lado la ética en las relaciones con la naturaleza, el ámbito de mayor alcance e impacto porque de ella derivamos los recursos que garantizan la subsistencia, mejor conocidos ahora como bienes de la naturaleza.

 

La ética nos habla de valores (justicia) y de relaciones (convivencia) imprescindibles para vivir bien, es decir, para vivir con dignidad. Es posible que el ser humano pueda vivir alejado de otras personas, pero no puede vivir sin la naturaleza. Nos realizamos como personas en el contexto social, en la relación con los otros. Ya es hora de ampliar el concepto de otredad hacia las demás especies vivas. Y esa relación entre especie humana y naturaleza debe ser justa, equilibrada y razonable. En el contexto de la ética ambiental, no se instrumentaliza a los animales ni se les maltrata y los bienes de la naturaleza se tratan como bienes comunes.

 

Detener la hecatombe

Inundaciones, incendios forestales, deslizamientos de tierra, drásticas variaciones en la temperatura, prolongación de las estaciones de invierno y verano en Europa, deshielo en el Ártico, migración, resurgimiento de enfermedades que se creían desterradas, en fin, el panorama no es muy halagador cuando nos miramos en el espejo de la realidad o tratamos de vislumbrar el futuro cercano.

 

Son los efectos del calentamiento global, piensa la gente, y sigue adelante con sus modos de relación. El calificativo global parece encubrir y dispersar la responsabilidad individual. Las tragedias de los otros nos parecen lejanas, bien sea los incendios de California, Australia, Portugal, España o Grecia, la hambruna de África o los naufragios en el Mediterráneo. La catástrofe está anunciada y caminamos hacia el precipicio sin ofrecer resistencia.

 

Los seres humanos somos los responsables del actual estado de cosas, por acción o por omisión, cada uno con su propia porción de dolo o culpa, según el caso. Pero no estamos condenados a padecer la historia, también la podemos cambiar. Y aunque todas las revoluciones populares han sido arrebatadas por las élites políticas o económicas (la francesa, la bolchevique, la china, la cubana, la nicaragüense), es posible y deseable que la revolución ambiental que tenemos la obligación de poner en marcha, sea el primer caso de una revolución social triunfante y perseverante, entre otras cosas, porque no hay más salida: o cambiamos la forma de relacionarnos con la naturaleza o preparamos el funeral de una especie humana soberbia y prepotente, asfixiada por su ambición sin límite y desbordada por su egoísmo extremo.

 

Hoy, afortunadamente, germina y crece una mayor sensibilidad hacia los bienes de la naturaleza y sobresale la necesidad de su protección entre amplios sectores de expertos, jóvenes, activistas, campesinos y organizaciones sociales. Cada vez la población adquiere conciencia acerca de la presencia del agua, del aire, de los árboles, de la fauna y de la urgente responsabilidad de cuidarlos y conservarlos como una salida hacia la propia supervivencia. En alguna medida, esta actitud es intrínsecamente utilitarista si está dominada por el egoísmo de salvarnos como especie.

 

La humanidad tiene necesidad de una ética que nos ayude a entender que el sistema ambiental es transversal, incluyente y lógico y que los ecosistemas están conectados, no para que nosotros sobrevivamos, sino para que todos los seres vivos podamos convivir dentro del respeto de todas y cada una de las formas de vida. Es la única salida que queda. Este ejercicio no exige grandes sacrificios ni necesita ampararse en sofisticadas teorías. Solo hay que aceptar y respetar el orden de la naturaleza, donde todo está sincronizado, perfectamente relacionado: para que haya agua necesitamos bosques y para que haya bosques necesitamos agua y luz solar; a su vez, los bosques son el hogar de especies de flora y fauna necesarias para mantener la cadena de la vida: los animales actúan como dispersores de semillas y como predadores naturales de plagas y especies nocivas, mientras que de la flora dependen los alimentos de los seres humanos;  animales y flores son los eslabones clave de la polinización, necesaria para que haya cosechas. Es un engranaje que funciona con perfección, solo interrumpido por la mano dañina y el apetito voraz de algunos humanos que siguen convencidos de ser la especie superior y los reyes de la naturaleza. ¿Tanto nos cuesta conocer, respetar y no alterar el orden natural? De la vida social ya hicimos un caos; dejemos, por lo menos, que la naturaleza actúe por sí misma, porque lo suyo es la perfección.

 

La ética ambiental no se forma mediante la coacción o la amenaza de una sanción. No se trata de establecer normas jurídicas. Con todas las normas jurídicas ineficaces que están vigentes podríamos envolver el globo terráqueo, pero lo contaminaríamos demasiado. En muchos Estados, Colombia entre ellos, existen múltiples normas sancionatorias, pero no hay detenidos por delitos ambientales. El tráfico de fauna silvestre es, por ejemplo, uno de los delitos que más se cometen y que más dinero compromete en el mundo y ahí sigue.

 

El fortalecimiento de la institucionalidad ambiental es parte de la solución porque hará posible que más ciudadanos conozcan las riquezas de la biodiversidad y sean conscientes de la necesidad de protegerlas. El asunto también es educativo. Hay que alimentar el espíritu ambiental con ideas que le sirvan de soporte al compromiso con la naturaleza y que emanan de valores como la responsabilidad, la solidaridad y la compasión. Es decir, una ética ambiental que dé cuenta de una nueva relación moral del ser humano con la naturaleza. Algunos pasos ya se han dado: por ejemplo, en Colombia la jurisprudencia reconoce a los animales como seres sintientes y les otorga derechos a los ríos. Y podríamos aprender de los indígenas, quienes dan ejemplo permanente de su amor por la Madre Tierra y tienen claro que el ser humano no es superior a los animales ni a los árboles y por eso obliga la convivencia en armonía.

 

Los bienes comunes

La biodiversidad es un patrimonio común. El principio de igualdad está presente en la repartición de los bienes de la naturaleza. No hay diferencias sociales o económicas en el disfrute de estos bienes. La cultura popular lo expresa con algunos refranes: “El sol brilla para todos”, “llueve igual para todos”. No hay diferencias sociales en el aire que se respira ni en el agua cristalina de los ríos que cruzan un territorio rural ni en el canto de los pájaros ni en el vuelo de las aves. Tirarse en el césped a observar el lento y apacible desplazamiento de las nubes es un placer casi lujurioso y, además, gratuito.

 

Lo que debe evitarse, cuidar que no ocurra, es la privatización, que se manifiesta mediante la cacería, el cautiverio de especies animales o el asesinato de animales para aprovechar sus órganos y pieles.

 

El turismo ecológico es una actividad productiva económica y espiritualmente. ¿Puede decirse que es la explotación capitalista de un bien social? Gana dinero quien facilita los medios logísticos para esta actividad y gana en sensaciones y emociones quien visita un parque o recorre un sendero natural para ver volar las aves en su entorno o escuchar los sonidos de la naturaleza sin las interferencias de la vida urbana.

 

Conclusión

El cuidado del agua y del aire, la protección de la flora y de la fauna hablan de ética. Es el cuidado de sí a través del respeto a las otras especies. Decir esto hoy es muy fácil. Es un discurso atractivo y sugerente. Para lograrlo, es necesaria la ruptura con un pasado del que la humanidad no puede sentirse orgullosa, porque los humanos nos considerábamos la especie superior y nos atribuimos licencias poco decorosas para arrasar con cuanto encontráramos a nuestro paso, bien provistos de hachas, rifles, sogas y otros artefactos que hoy deben estar a buen recaudo en cualquier museo de la infamia.

 

La relación con la naturaleza ha sido revaluada en los últimos tiempos, no de forma gratuita totalmente. Lo que las generaciones anteriores tenían por hábito – la cacería, la tenencia de animales silvestres como mascotas o elementos de decoración en fincas y mansiones, la tala de árboles para crecer la frontera agrícola- hoy es mal visto y es objeto de reproche social y también, en algunos casos, de sanción penal.

 

El maltrato a los animales y el desperdicio de los recursos naturales son actividades deshonrosas. Las desbordadas pasiones por la posesión de animales y tierras, para demostrar poder y señorío, causaron grandes estragos y no pocas tragedias., muchas de ellas aún vivas, que siguen dejando dolor y llanto en muchas regiones. Las generaciones actuales están apenadas por lo que hicieron algunos de sus antecesores y dado que no es posible arrepentirse por ellos, les reconocen su verdadero valor a las especies naturales, una herencia proveniente de la memoria de los pueblos indígenas, para quienes la tierra siempre ha tenido un carácter sagrado y la flora y la fauna les han merecido el respeto que ni siquiera los humanos nos prodigamos entre nosotros.

 

Hoy hablamos de ética ambiental, ajustada a los intereses de amplios grupos poblacionales que quieren aportar su cuota para alcanzar el propósito de un futuro mejor y más seguro para todos.

 

Una ética que habla de modos de acción y de relacionamiento con la naturaleza coherentes con el concepto de dignidad de la vida en todas sus manifestaciones, acciones basadas en el respeto a las demás especies que habitan el planeta, entendiendo que existe una relación de mutua dependencia entre todos.

 

Los niños y los jóvenes son destinatarios especiales de este mensaje. Ellos tienen una conciencia ambiental arraigada en el cuidado y una sensibilidad especial hacia la naturaleza. En este escenario hay una tarea para la familia y para la escuela. Es nuestra asignatura pendiente.

 

 

Jorge Alberto Velásquez Betancur.
Jorge Alberto Velásquez Betancur.

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