Abadio Green, una conversación con la Madre Tierra

Hablar con Abadio Green Stocel es comprender por qué estamos enfrentando una crisis climática que nos tiene a punto del colapso, pero escuchar a Manipiniktikinya, que es su nombre nativo, es adentrarse en las profundidades de la sabiduría indígena Kuna o Tule y danzar en espiral para llegar a una conclusión que nos permita recuperar la esperanza: Debemos regresar al origen, que no es otro que el respeto por la Madre Tierra, porque la humanidad no es dueña de nada, sino parte del todo.

Abadio Green Stocel,líder indígena

Antes de comenzar a hablar con él, pedí permiso a las estrellas, las montañas, los ríos, los peces, los bosques, las nubes y a los abuelos que lo escuchan, mientras Abadio Green Stocel hacía lo propio y se disponía a realizar una especie de danza cósmica que usaba el lenguaje como el más valioso instrumento de conexión con la Madre Tierra. Estaba al natural, pero desde la virtualidad, alineado con los astros y en trance hacia un diálogo de uno, porque sus palabras son vientos frescos en medio del ruido y sus visiones, bálsamo de esperanza, así las realidades del momento irrumpan de cuando en vez para romper la armonía que se alcanza cuando el que habla es el corazón.

 

Para lo que no fue necesario pedir permiso fue para conocer su amplia trayectoria como doctor en Educación, filósofo y teólogo, profesor universitario y miembro del Comité Científico de Cambio Climático de la Gobernación de Antioquia.

 

Su historia dice que se llama Abadio para los blancos, porque su nombre de origen es Manipiniktikinya, que significa lucero del alba. Desde ahí comienza su trascendencia a la hora de abordar con él otra mirada sobre por qué hemos llegado a una crisis climática de tan graves consecuencias y cómo podríamos rediseñar el camino que impida caer en los abismos del calentamiento global, esa amenaza que no ha tenido que pedir permiso para advertirnos que se agota el tiempo para actuar y cambiar de rumbo.

 

Así, en momentos en que la ciencia, el conocimiento y la tecnología se han alineado para buscar soluciones a la triple crisis que afrontamos como humanidad, la sabiduría de Abadio Green Stocel representa una oportunidad de oro para reflexionar en torno a lo que deberíamos hacer para regresar a nuestro origen, que para él no es otra cosa que recuperar el respeto por la Madre Tierra, origen y final del Universo.

 

“No es que hayamos perdido el norte, sino el centro”, dice, mientras teje palabras e imágenes que no son simples, pero ilustran con claridad lo que quiere decir: “Cuando rompieron nuestro cordón umbilical y extrajeron la placenta del vientre de la Madre, comenzamos a alejarnos del corazón del Cosmos y a creer que estábamos por encima del resto de los seres de la naturaleza y teníamos derecho a acabar con ellos”.

 

Y cuando de pasar por encima de los otros se trata, Abadio, como indígena, sí que sabe lo que eso significa. Aún así, como en el libro “La lucha de los siete hermanos y la hermana Olowaili”, este hombre sabio que aprendió de sus abuelos a hablar con los árboles y danzar con las estrellas, está dispuesto a cambiar paradigmas, construir consensos, compartir visiones y unir voluntades en torno a la lucha contra el cambio climático y sus efectos sobre el planeta.

 

Para comenzar, Abadio ha transformado la forma en la que sus alumnos de la Universidad de Antioquia entienden las estrechas relaciones entre la pérdida de la biodiversidad, la deforestación, la contaminación atmosférica y la producción de residuos con el calentamiento global, pero desde una perspectiva ancestral y una visión cosmogónica que no desdicen de la ciencia y la tecnología, sino que la complementan.

 

En esta conversación al natural, Abadio Green nos pone de frente y nos habla de la Madre Tierra.

 

¿Cuándo tu hablas de regresar al origen, a qué te refieres. Es posible devolvernos como humanidad?

 

Abadio Green Stocel: Cuando hablo de esto no me refiero solo a los pueblos originarios o indígenas, sino que les hablo a todos los seres humanos y los invito a volver a sus orígenes.

¿Para qué?

Para poder entender que todo lo que ha hecho la humanidad durante siglos es alejarse y olvidarse de su origen. Y para lograr entenderlo es preciso reconocer una realidad inobjetable: todos venimos de un vientre de una mujer, y esa mujer es la Madre Tierra.

comunidad gunadule
La comunidad gunadule, que habita en los límites de Colombia con Panamá, ha sufrido como tantas otras, los rigores de la violencia y el cultivo de coca dentro de sus territorios ancestrales. Foto: Prensa OIA.

¿Nos olvidamos de nuestra Madre Tierra como origen de todo lo humano?

Es que muchos dicen que perdimos el norte, pero yo insisto en que perdimos fue el centro, nos alejamos del corazón de la Madre. Desde que la humanidad apareció sobre el planeta se creyó superior al resto de seres que lo habitan. Los humanos suplantaron el corazón de la Madre Tierra y fue entonces cuando comenzó esa competencia demencial por demostrar quién era mejor que el otro, quién tenía más poder que el otro. Así fue que perdimos el centro y entonces nos desviamos del camino para siempre.

Los tiempos de la Madre Tierra son en espiral, pero los del ser humano son lineales y por eso nos hemos pasado la vida buscando sólo el bienestar individual, no del colectivo. El problema es que se nos olvidó que somos antiguos, no venimos a la Tierra en una búsqueda implacable de bienestar, desconociendo que la tierra misma es bienestar y que lo que nos pide es su protección. Esa era nuestra misión, pero perdimos el rumbo.

 

¿Y cómo enderezar el camino y volver al centro?

Me temo que no será posible. Pero para no seguir alejándonos cada vez más del centro, es importante entender que el conocimiento humano es mucho más anterior que a la propia naturaleza y a la tierra misma. Ya no respetamos a la tierra como tendríamos que respetar a los demás seres que la habitan. No la reconocemos como una mujer que nos dio la vida, que nos ama, que los protege.

La parte espiritual se perdió, porque las religiones no han ayudado a hacerlo. Se refieren a dios como un hombre, ignorando a la madre, y abriendo caminos que nos alejaron del centro, esto es, del corazón de la Madre Tierra.

No estamos desconociendo el papel del padre, pues él también aportó sus semillas. Lo malo es que olvidamos a ese ser que nos dio la vida, que es el origen de nuestra existencia.

 

¿Por qué afirma que nuestro origen es el agua?

Las propias escrituras aseguran que al comienzo todo era oscuridad y que Yahvé apareció entre las aguas, porque el mar ya existía. Así aparece en todas las creencias de los pueblos indígenas por todo el mundo. El agua es el elemento original de la vida, pues ya existía mucho antes de que la humanidad habitara la tierra. Luego, la madre es el origen de todo. De ella nació el Padre creador. Perdimos la dimensión, pues creer que dios es hombre nos volvió machistas y con eso perdimos el origen.

 

¿Usted cree que por eso las mujeres son ahora las grandes protagonistas en la reivindicación por los derechos de la tierra que se está dando en muchos países?

Por supuesto. Eso es un motivo para la esperanza, porque significa que la Tierra misma está reclamando sus derechos. La única esperanza que tenemos es que el machismo que ha administrado nuestros recursos entienda que no es posible seguir arrancando del vientre de la Madre Tierra sus vasos comunicantes, entre ellos, los minerales, los bosques, los animales, los páramos, los peces…

Y, entonces, para volver al origen es necesario respetar a la Madre Tierra.

 

¿Cómo se traduce ese irrespeto en los términos de lo que hoy vivimos como humanidad frente al cambio climático, las pandemias, la pérdida de la biodiversidad?

La desconexión del hombre con su madre se da en el mismo momento en que cortan el cordón umbilical y se desecha la placenta, que son los dos elementos centrales de la vida. El cordón umbilical es la ruta de alimentación de ese ser humano en construcción y la placenta es el medio donde se produce la vida. La placenta contiene líquido amniótico, que no es otra cosa que agua. Una vez más, el agua como origen de la vida.

La crisis climática, como las demás crisis, es el resultado de la desconexión del hombre con la Madre Tierra. No haber entendido que no somos seres superiores al resto, sino parte de un todo. Y creo que todo comenzó con la educación, con la mala educación.

 

¿Pero cómo entender que un educador como Usted, con los mejores antecedentes en investigación y pedagogía, diga que ha sido la educación el origen de otros problemas?

Porque la educación no se ha salvado de la mirada machista en la que se ha desarrollado por siglos. No hemos sido capaces de educar a nuestros niños en lo valioso de conocer nuestro origen. Seguimos bajo unos modelos educativos extremadamente excluyentes y desprovistos de empatía con las mujeres. No sé cómo explicar que cada vez más hombres abandonen a sus mujeres y que más niñas sean violadas sin que la sociedad se manifieste en contra de esas prácticas. Hemos replicado el irrespeto por la Madre Tierra en todos los ámbitos y ha sido la educación uno de los más eficaces instrumentos para hacerlo.

mujeres de Caimán Nuevo
Las mujeres de Caimán Nuevo, donde habita parte de los indígenas gunadule, han sido motor de cambio responsable con la naturaleza. Sus tejidos son únicos. Foto: Prensa OIA.

¿Han seguido la educación y la ciencia esos principios lineales que no reconocen que la vida es una espiral y que no responde de la misma forma a los mismos estímulos?

No tengo dudas de que así ha sido y creo que todo está ligado al lenguaje que tanto la educación como la ciencia han utilizado para perpetuar sus posiciones de dominio sobre las demás ramas del conocimiento. Parte de habernos alejado del centro obedece al desconocimiento de otros lenguajes, otras formas de conocimiento. Lo que ha pasado con las lenguas indígenas y el conocimiento ancestral son evidencia clara de muchas exclusiones y prejuicios.

El 90 por ciento de nuestras lenguas indígenas son maternales y la pedagogía que usamos para comunicarnos reconoce con detalle la presencia de la mujer en la existencia de la creación del Cosmos. Y esa creación no es lineal, sino que obedece a movimientos similares a los que se dan en el vientre de la madre cuando es fecundada por el hombre. Yo lo llamo un baile, una danza cósmica, que se desplaza en forma de espiral y produce nuevos movimientos. Los espermas que no se mueven, no fecundan, porque no alcanzan a llegar a los óvulos maduros.

El origen del Cosmos es el resultados de miles de millones de movimientos en espiral. El feto es espiral, el cordón umbilical es espiral, los ojos son espirales, los latidos del corazón son espirales, nuestras huellas dactilares son espirales. Somos una copia fiel de lo que sucede en el Universo. De ahí que habernos alejado del centro es lo mismo que mantenernos lineales, sin reconocer el pasado y obsesionados con el futuro, a cualquier costo.

 

¿Por qué en su cosmogonía la oscuridad y el silencio son tan importantes?

Los dos órganos más importantes de una madre son el vientre y el oído. En el primero comienza la vida y en el segundo aprendemos a escuchar. Los ojos siempre están cerrados antes de nacer y por eso hablamos de la oscuridad, pero no como un hecho negativo, sino como sabiduría, el conocimiento. Y ese conocimiento llega a través de lo que oímos afuera del vientre. Ahora, pocos saben que en el orden de evolución del feto primero se forma es el corazón que el cerebro, pero una vez nacemos desconectamos el primero del segundo. La misión del cerebro era preguntarle al corazón qué era lo mejor por hacer para vivir en armonía, pero el hombre cambió los papeles. Ahí está parte de nuestra tragedia. Hay que volver a “corazonar” la Tierra.

 

A propósito, conservando un orden, ¿por qué nosotros como seres humanos llegamos de últimos a ocupar la Tierra?

Los seres humanos somos un microcosmos, somos un macrocosmos. Somos un microcosmos porque no somos nada ante una piedra, ante un árbol, ante un animal. Ellos son mis antepasados, llegaron antes que nosotros. Llegamos de últimos, porque la Madre y el Padre Grandes nos aman tanto que quisieron que todo estuviera listo y dispuesto antes de nuestra llegada.

 

Dentro de su trayectoria académica y de investigación, hay dos publicaciones que llaman la atención por sus títulos: “La lucha de los siete hermanos y su hermana Olowaili” y “Para que la casa no caiga”. ¿Qué significan?

El primero representa los principios de la humanidad desde los conceptos de la cultura Tule. Así, Madre Grande y Padre Grande crearon el Cosmos, la Tierra y todo lo demás. Después de crearlo todo, ambos dijeron que era necesario mandar a quienes pudieran cuidar de lo creado y entonces llegaron los primeros hombres. Después de algún tiempo, Madre y Padre se dieron cuenta que los enviados no habían entendido su misión y que toda la sabiduría que traían la estaban usando en contra de la Tierra y apareció la tristeza. Reconocieron su error y acordaron enviar a otros seres, ocho hermanos, siete hombres y una mujer, que comenzaron a recuperar la Tierra.

Como en ese tiempo no existían armas, la lucha fue a través del lenguaje, una guerra epistémica sobre los conceptos de amar a la Tierra como una madre que era necesario proteger y respetar. Esos hermanos ganaron la batalla y comenzó el reverdecimiento y progreso de todos los seres de la naturaleza. Esos seres son los planetas, que son siete hombres y una mujer.

 

¿Y con el otro libro, “Para que la casa no caiga” que pretendía?

Nosotros, dentro de la comunidad Tule, debemos dos palabras al vientre. Una es territorio y, entonces, aparece el árbol, que representa el vientre de la madre. La raíz e ese árbol es la placenta; el tronco es el cordón umbilical; y las ramas donde van a nacer las hojas y las flores, son los hijos. En nuestra lengua, árbol significa que todo es amor, que el árbol está en la tierra para amar, para cuidar, a los demás. Y que en esa planta, el ser humano encuentra todas las medicinales que necesita para vivir.

El otro concepto que aparece como palabra es “la casa”. El vientre es mi primera casa, mi primer hábitat. Entonces cuando digo “para que la casa no caiga” me refiero al planeta, al lugar donde vivimos. Esa casa es como el vientre. Cuando yo llego a esa casa para dormir, estoy entrando al vientre de mi casa, de mi hogar. El planeta es nuestra casa grande, pero nuestra comunidad es nuestra casa pequeña y, ambas, tenemos que cuidarlas para que no caigan.

 

 

Luis Fernando Ospina.
Luis Fernando Ospina.

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