La mayoría de las personas perciben a las ciudades como un fenómeno negativo vinculado a la destrucción de ecosistemas, la pobreza, insalubridad y delincuencia. No obstante, es debido a la densidad poblacional, (principio de proximidad de Allee, en los ecosistemas naturales) que también son densas las redes relacionales con una altísima circulación de ideas, lo que hacen de las ciudades a nivel mundial el motor que impulsa la ciencia, la tecnología y la innovación social, propiciando la competencia pero igualmente fomentando la cooperación para la solución de problemas comunes, como el de encontrar un balance con los ecosistemas naturales.

 

El Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (DAES 2014) mediante el informe “Perspectivas de la población mundial 2014”, informó que actualmente el 55 % de las personas en el mundo vive en ciudades y que prevé que el 68% de la población vivirá en zonas urbanas de cara a 2050, por lo que el desarrollo sostenible dependerá cada vez más de que se gestione de forma apropiada el crecimiento urbano.

 

La relación entre los asentamientos humanos y los ecosistemas naturales es de vital importancia, tanto en lo relativo a la sostenibilidad ambiental como a la vulnerabilidad ante las conmociones y las tensiones.

 

En las ciudades se concentra la mitad de la población del planeta en menos del 3% de su superficie terrestre, toda la población urbana mundial podría tener cabida en el Estado de Texas (Glaeser, 2011), y sin embargo los centros urbanos son responsables de cerca del 80% del cambio climático (Figueroa, 2006).

 

El concepto de «límites planetarios» fue presentado en 2009 por científicos del Centro de Resiliencia de Estocolmo, bajo la dirección de Johan Rockström un grupo de especialistas en los sistemas que regulan la Tierra, se plantearon si era posible identificar los límites para mantener el crecimiento poblacional y económico dentro de ellos.

 

El marco para los límites planetarios identifica nueve prioridades clave: clima, ozono, suelo, agua dulce, uso de fertilizantes (nitrógeno y fósforo), pérdida de biodiversidad, aerosoles (pequeñas partículas en la atmósfera dañinas para la salud y el clima), la liberación de químicos dañinos y acidificación del océano.

 

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Seguramente, la conversión de suelos relevantes, como los suelos agrícolas, indispensables para la seguridad alimentaria, o bien desde el punto de vista ambiental (bosques, manglares y otros ecosistemas) es el impacto más evidente de la urbanización.

 

La urbanización trae consigo la excesiva impermeabilización de suelos, hecho que impide la recarga de acuíferos (Soarez, 2012).Por ejemplo en el Valle de Aburrá el 56% de la zona de recarga del acuífero está urbanizada. Mientras en 1973 la totalidad del agua para consumo humano se captaba de fuentes al interior del valle, actualmente el 93% proviene de fuentes externas (URBAM, 2018).

 

El reconocimiento de la conservación de la naturaleza en los asentamientos urbanos empezó a considerarse, de un modo general, hace tan sólo unas décadas, dado que existía un gran desconocimiento de las ciudades como espacios para la vida animal y vegetal, ante la drástica reducción de especies animales y vegetales, hoy conocida por sus efectos devastadores como la “sexta extinción”, la investigación sobre la naturaleza en las ciudades se convirtió en un objetivo pertinente.

 

Respecto a la biodiversidad en las ciudades, se ha concluido que “la urbanización disminuye la riqueza de especies para la mayoría de las comunidades bióticas, a despecho del incremento de biomasa de pájaros y artrópodos.

 

Hay una excepción notable a ese estándar: en las ciudades, la riqueza de especies de plantas tiende a aumentar” (Soarez, 2012).

 

El documento del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA 2007), enlistaba las ventajas de la urbanización, aduciendo que muchos problemas medioambientales podrían minimizarse si se contara con una mejor gestión urbana.

 

Es por esa razón que califica el manejo de las zonas urbanas como uno de los más importantes retos de desarrollo del siglo XXI, la demanda de vivienda, infraestructura para el desarrollo y transporte, suministro de energía y agua, entre las principales prioridades de planificación.

 

El informe de UNFPA (2018), hace hincapié en las ventajas demográficas de la urbanización como un poderoso factor que influye en la disminución de las tasas de fecundidad. Las ciudades tienen una mayor capacidad para prestar  servicios de salud y educación.

 

Existe un claro vínculo entre el acceso a la educación y la reducción de las disparidades entre hombres y mujeres, donde la ampliación de la autonomía de la mujer y la posibilidad de planificar eficazmente la propia familia acelera la declinación de las tasas de fecundidad, al facilitar el ejercicio del derecho a la salud reproductiva.

 

Los estándares y el acceso a la educación gratuita en las ciudades, también hace posible intensificar la educación para el desarrollo sostenible.

 

Lo cierto es que hoy las ciudades son causa de grandes afectaciones en la biosfera del planeta, lo cual pone en riesgo la vida de la especie, pero también es muy probable que por sus características al favorecer que individuos altamente capaces interactúen y colaboren en la consecución de innovaciones sociales y tecnológicas, fruto de esa proximidad que favorece la aparición de cosas tales como la democracia en la polis griega, la imprenta, o la inteligencia artificial, todas ellas creaciones de las que se pueda beneficiar el conjunto de la sociedad global.

 

La Tierra es un complejo engranaje de sistemas. Para mejorar nuestra comprensión sobre estos sistemas usualmente los dividimos, con el propósito de lograr explicarlos y estudiarlos.

 

La Teoría de Sistemas del biólogo Ludwig Von Bertalanffy, quien la introdujo a partir del cuestionamiento de la aplicación del método científico en problemas de la biología, por considerar que el método científico tradicional se basaba en una visión mecanicista y causal que lo hacía débil como esquema para la explicación de los grandes problemas que se dan en los sistemas vivos (Liévano, 2012), ha evolucionado hasta aceptarse como una forma de interpretación, que pretende organizar el conocimiento para dar más eficacia a la acción en torno al “sistema”, de allí emerge el enfoque sistémico, que no tiene la pretensión de verse como ciencia o disciplina, sino como una nueva metodología para entender la complejidad organizada.

 

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Crédito: Archivo particular

En esa línea el documento de política 8 de Habitat III, la Ecología Urbana, “es la comprensión, basada en los sistemas, de los elementos bióticos y físicos que existen en las zonas urbanas.

 

Reconoce la interacción entre los sistemas naturales y los sistemas sociales y culturales, entre otros.

 

La ecología urbana concede especial importancia a la primacía de los sistemas naturales en la contribución a los medios de vida, el bienestar y la resiliencia, y se centra en la interdependencia de los recursos fundamentales (como los alimentos, el agua y la energía) y en sus efectos sobre el desarrollo de las ciudades”.

 

La base del pensamiento sistémico consiste en reconocer la existencia de una serie de conceptos genéricos aplicables y aplicados en diversos estudios.

 

Nociones como la energía, flujos, ciclos, realimentación, salidas, entradas, reservas, recursos de comunicación, catalizadores, interacciones mutuas, jerarquías, agentes de transformación, equilibrios y desequilibrios, estabilidad, evolución, entropía, neguentropía, son aplicables a la idea genérica de sistema sin entrar en la disciplina concreta ni en el tipo de sistema considerado.

 

Debido a los efectos de la urbanización en donde adquiere especial importancia la dinámica de transformación de la ciudad, pasando por lo metropolitano, hasta lo regional, nacional e internacional, se abre este enfoque de la ciudad o la urbe como ecosistema, que permite analizar y estudiar la realidad compleja y desarrollar modelos, a partir de los cuales se puede intentar una aproximación a una parte de la globalidad no aislándola del resto.

 

El enfoque ha dado un mayor valor en el escenario local de la planificación y gestión, además de la naturaleza en la ciudad, la participación ciudadana, la desconcentración de funciones, al manejo de las periferias, la integración de nuevos actores e instituciones sociales, incluyendo el sector privado en la dinámica inmobiliaria y el sector de la construcción, entre otros.

 

Es así como a medida que la población mundial es cada vez más urbana, el diseño, la planificación y la gestión de las ciudades adquiere más importancia para la salud humana, el bienestar y la calidad de vida.

 

Inevitablemente, la ecología urbana, la sostenibilidad ambiental urbana y la resiliencia son fundamentales para este cambio.