Si diéramos por hecho que los trapos rojos que estamos viendo en cientos de casas de los barrios más pobres en Colombia son un llamado de urgencia para la provisión de alimentos, en el mundo necesitaríamos colocarlos en las fachadas de los hogares donde viven cerca de 6.7 millones de niños menores de cinco años que están en riesgo de sufrir desnutrición severa, debido a los efectos de la pandemia del COVID-19, según el más reciente análisis publicado por The Lancet para UNICEF.
La cifra es dramática. Es más de la población total del departamento de Antioquia y cerca del doble del número de habitantes de todo el Valle de Aburrá juntos. Unas 1.300 veces el número de aficionados que le caben al Atanasio Girardot en un partido con lleno a reventar.
Peor aún: de no hacerse nada de manera urgente, 10.000 de esos niños podrían morir cada mes en el mundo, pero en especial en los países de ingresos bajos y medios, siendo África subsahariana y Asia meridional las regiones más afectadas por la escasez de alimentos y los costos de acceso a dietas saludables. Se necesitan de inmediato cerca de 2.400 millones de dólares para atender semejante crisis humanitaria.
Esos 6.7 millones de niños menores de cinco años se sumarían a los 47 millones de menores que ya padecían desnutrición grave antes de la pandemia por el COVID-19y a los 690 millones de personas que sufren de hambre en el mundo, según los más recientes datos de la Oficina de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), divulgados el pasado 22 de julio.
En dicho informe, América Latina es una de las regiones más afectadas por la pandemia y las consecuencias de la misma serán devastadoras. En 2019, la región registró el 7.4 por ciento de las personas en condición de desnutrición; esto es, 48 millones, 9 millones más que los alcanzados entre 2015 y 2018. Esa cifra podría ascender al 9.5 por ciento en 2030, de no adoptarse políticas públicas que protejan a los más pobres.
Según la FAO, 8.9 por ciento de la población mundial estuvo expuesta a padecer hambre en 2019, pero uno de cada 10 padeció inseguridad alimentaria grave, lo que equivale a 750 millones de personas. La pandemia podría sumar a ese dato entre 83 y 132 millones de habitantes más en 2020 si se cumple el pronóstico de los organismos internacionales de una contracción de la economía mundial entre el 6 y el 10 por ciento del PIB global.
Henrietta Fore, directora ejecutiva de UNICEF, lo dijo sin tapabocas: “Han pasado siete meses desde que se notificaron los primeros casos de la COVID-19 y cada vez está más claro que las repercusiones de la pandemia están causando más daño a los niños que la propia enfermedad. Las tasas de pobreza e inseguridad alimentaria han aumentado en los hogares. Se han interrumpido los servicios esenciales de nutrición y las cadenas de suministro. Los precios de los alimentos se han disparado. Como resultado, la calidad de la alimentación de los niños se ha deteriorado, y esto significa que las tasas de malnutrición van a aumentar”.
UNICEF habla de emaciación, que es una forma de malnutrición potencialmente mortal que provoca una delgadez y debilidad extremas en los niños, y aumenta sus posibilidades de morir o de sufrir deficiencias en su crecimiento, su desarrollo y su capacidad de aprendizaje. El aumento estimado de la emaciación infantil es sólo la punta del iceberg, advierte la ONU.
El COVID-19 también aumentará otras manifestaciones de la malnutrición en niños y mujeres, como el retraso en el crecimiento, las carencias de micronutrientes y el sobrepeso y la obesidad, como resultado de una alimentación más deficiente y la interrupción de los servicios de nutrición.
Hace algunos meses, quizás advirtiendo los dramáticos escenarios por la pandemia, UNICEF lanzó su programa Reimaginar, con el que llamó la atención de la comunidad internacional en torno a los estragos del coronavirus sobre las poblaciones más vulnerables. De hecho, los primeros meses de la pandemia sugieren una reducción general del 30% en la cobertura de los servicios de nutrición esenciales, que son a menudo de una importancia vital.
En algunos países, esos datos alcanzan entre el 75% y el 100%, debido a las medidas de aislamiento. En Afganistán y Haití, por ejemplo, el temor a la infección y la falta de equipos de protección para los trabajadores de la salud han dado lugar a que las admisiones para el tratamiento de la emaciación grave en los niños disminuyan en un 40% y un 73%, respectivamente. Más de 250 millones de niños en todo el mundo no están recibiendo todos los beneficios derivados de la administración de suplementos de vitamina A, debido a la COVID-19, según el análisis de The Lancet.
UNICEF aseguró que “si hemos aprendido algo del COVID-19 es que nuestros sistemas y políticas deben proteger a la gente, todo el tiempo, no sólo en caso de crisis. A medida que el mundo se recupera de la pandemia es necesario sentar las bases para reconstruirlo mejor. No podemos permitir que los niños sean las víctimas olvidadas de la pandemia. Debemos pensar simultáneamente a corto y a largo plazo, de modo que no sólo abordemos los retos que plantea la pandemia y sus repercusiones secundarias en los niños, sino que tracemos también un futuro más brillante para los niños y los jóvenes”.
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