La estrecha relación entre los efectos de la pandemia y la forma cómo hemos ocupado las grandes ciudades es suficiente para concluir que en vez de reducir las desigualdades estamos en riesgo de aumentarlas y perpetuarlas en el tiempo, dadas las respuestas que se han dado para combatir el COVID-19 en cerca de 1.700 urbes dentro del estudio Ciudades y Pandemia de ONU Hábitat 2021.
Aunque las cifras sobre contagios y muertes por el coronavirus son contundentes en que han sido los más pobres y vulnerables las mayores víctimas, el estudio de ONU Hábitat descubrió otras vulnerabilidades, en especial, aquellas que no se miden en términos sanitarios y económicos exclusivamente, sino de las asociadas a nuevas violencias, exclusiones, dificultades de acceso a espacios públicos y, claro, a ocupación de espacios insalubres, hacinados y sitios de trabajo ubicados a grandes distancias de los domicilios.
En palabras de ONU Hábitat y de la CEPAL, las ciudades tendrán que hacer un nuevo pacto social desde la escala local en tres componentes inamovibles y universales: renta básica, salud y vivienda digna.
El modelo de barrios sostenibles que viene desarrollando ONU Hábitat en varias partes de los cinco continentes y dentro de la Nueva Agenda Urbana se convierte en una inmejorable oportunidad de recuperar la economía del cuidado desde una perspectiva de proximidad no sólo territorial, sino de conectividad social, de empatía colectiva y de economías de escala que mitiguen los riesgos de los sistemas de transporte público que no ofrecen protección sanitaria y de la necesidad de que los más pobres y vulnerables tengan que recorrer grandes distancias entre sus sitios de trabajo y sus domicilios.
Cuáles son los principales hallazgos del estudio
Con las consecuentes diferencias en los modelos urbanos, las características poblacionales, los sistemas de transporte y los relacionamientos con sus entornos, el estudio de ONU Hábitat buscó entender cómo las curvas de la pandemia, en términos de infección y muerte, respondían o no a las políticas de confinamiento y de restricciones y dónde fueron más eficaces, con el fin de identificar las buenas prácticas que resultaron de ellas para poder replicarlas donde fuese posible.
Es así como no sólo se observaron las respuestas dadas en ciudades como Bombay (India), Bogotá (Colombia), Johannesburgo (Sudáfrica), Nueva York (Estados Unidos), Singapur (Asía), sino que se analizaron las relaciones con los centros rurales y otras subregiones. Fue claro que a mediados de 2020, el 95 por ciento de los casos de COVID-19 se estaban dando en los centros urbanos, debido a su alta conectividad y los enlaces internacionales, y no necesariamente por ser zonas densamente pobladas.
Uno de los principales hallazgos es, precisamente, que no había una concurrencia exacta entre aglomeraciones y pandemia, sino entre hacinamientos y pandemia.
Fue así como el virus se propagó rápidamente en una segunda y tercera ola hacia ciudades intermedias y rurales y el informe del organismo de la ONU comparó los registros sobre muertes antes y después de la aparición del virus y cómo se dieron las respuestas institucionales ante la pandemia.
El tercer brote fue especialmente agresivo en las zonas rurales, pero la ONU comprobó que la pandemia sigue siendo una crisis urbana dominantemente urbana. Y como ejemplo puso la propagación del ébola en África, que se resolvió en las zonas rurales por medio de intervenciones urbanas.
Con el COVID-19 se necesita lo mismo: la territorialización de las respuestas, pero entendiendo que los centros urbanos son fundamentales en las soluciones. En 2015, cuando se evaluaron sus resultados obtenidos por los Objetivos de Desarrollo del Milenio, se estableció que cerca de 650 millones de personas salieron de la pobreza, y el 75 por ciento de ellas lo lograron a través de políticas urbanas.
Es urgente repensar el rol y el papel que deben jugar las grandes ciudades en las relaciones con las intermedias y de éstas con las más pequeñas. Y hay una palabra clave para hacerlo: incertidumbre.
“Viviremos en un mundo en construcción. No sólo será un asunto de pobres y comunidades marginales, sino de todos. Nuestros hogares serán la nueva normalidad en la medida que decidamos adoptarla”, aseguró Eduardo Moreno, director del programa ONU Hábitat en la presentación del informe desde Nairobi.
“Es importante entender que los cambios políticos, técnicos y económicos, sólo serán posibles si hay cambios sociales. Es lo que yo he llamado la revolución de la empatía, esa que nos lleve a entender la necesidad de una visión de largo plazo. No es competir entre ciudades, sino cooperar. Reconstruir una nueva gobernanza desde lo local hacia lo regional y ahí hacia lo nacional”, agregó Moreno. “Esa nueva gobernanza nos debe llevar hacia un estado de bienestar. Lo que hay que construir es su operatividad”.
Los cuatro pilares de esa nueva gobernanza
Lo valioso del informe de ONU Hábitat radica en su profundidad y en la forma en que logra identificar las salidas ante una nueva crisis sanitaria, económica y social.
Son cuatro puntos que marcan una hoja de ruta a escala, pero que debe ser articulada entre los distintos niveles de gobierno:
- Identificar los cambios que se dan en la forma y la función de las ciudades: sus densidades, la proximidad, la conectividad.
- Pobreza y desigualdad: medir sus impactos.
- Economía urbana. Cómo es el sistema económico y el mecanismo de negocios, cómo opera y a quién beneficia.
- Entender las relaciones que hubo entre los mecanismos de respuesta en los distintos niveles institucionales.
En el primer aspecto, el equipo de ONU Hábitat analizó los tipos de vivienda existentes en los territorios, los espacios públicos disponibles, los tipos de movilidad, las densidades y los sistemas alimentarios y la logística de distribución que los rigen.
La conclusión es rotunda: la vieja normalidad no es que estuviera cansada y de repente apareció una nueva. No. Fue esa normalidad existente que la ocasionó la nueva crisis, debido a unos modelos de urbanización insostenible, pérdida constante de biodiversidad y por el contacto entre humanos y vida silvestre como motor de riesgo sanitario.
Algo predecible al tenor de los contextos: las ciudades en el mundo, incluyendo las latinoamericanas, crecieron en promedio tres veces más que su población. Tres veces más de lo que necesitaban. En su huella urbana se expandieron entre el 30 y 40 por ciento en lugares adonde nunca debieron extenderse.
“Hicimos primero casas y luego ciudades”, dijo de forma lacónica Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), quien entregó su informe respecto de la situación de la región, cuyos alcances presentaremos en un artículo adicional a este.
Pero qué fue lo que se logró identificar que debe servirnos para cambiar de rumbo:
Primero, la pandemia afectó especialmente aquellos lugares donde la calidad del aire era mala. En las 1.700 ciudades analizadas, se constató que hay una relación directa entre pobreza medioambiental y exacerbación de la pandemia.
Segundo, que las ciudades con más capacidad de dotar a la gente de mejores bienes públicos tuvieron más capacidad a la hora de instrumentar una respuesta rápida ante el coronavirus.
Tercero, que no hay una relación científica fuerte entre la densidad de las ciudades (es decir, el número de viviendas en cierta unidad de área) y la pandemia, pero sí entre el hacinamiento y el confinamiento. Quedó probado que en las ciudades donde no existían zonas de marginalidad, hubo más capacidad de respuesta a la crisis, gracias a sus economías de escala y conciencia de aglomeración.
Se presentó un hallazgo “revolucionario” según la ONU: cuando se hacen los mapas de contagio y de muerte, éstos no coinciden, exclusivamente, con zonas de pobreza, sino que aparecen nuevas vulnerabilidades: pauperización de vivir en zonas sin servicios y en hábitat insalubres y donde la amenaza proviene de un sistema de movilidad no protegido y de zonas de trabajo sin proximidad protegida y a grandes distancias.
Qué ocurre con la pobreza y la desigualdad
Según Eduardo Moreno, la pandemia hizo una radiografía de las desigualdades y fue a la médula ósea, esa que retrata una sociedad injusta, de exclusiones y contradicciones: pobreza y exclusión en medio de grandes riquezas; fragilidad laboral y desempleo en economías estables y prósperas; avances en tecnología y conocimiento científico en zonas donde no había siquiera cómo llevar oxígeno a las comunidades; mercados y servicios que no reciben los problemas sociales y las violencias.
“La pandemia nos dice que hay un andamiaje frágil y excluyente en las políticas de respuesta a vulnerabilidades que se está volviendo sistémico. No sólo estamos reconstruyendo esas desigualdades, sino que las estamos perpetuando con más severidad”, dice Moreno.
Y sustenta esa afirmación en las cifras entregadas en ayudas: solo el 25 por ciento de las respuestas dadas a la crisis se hizo con las comunidades, mientras otro 50 por ciento fueron acordadas con los grupos de poder.
Así mismo, la caída de las finanzas locales, no de las economías, fue de entre el 30 y 45 por ciento, pero hubo de hasta el 65 por ciento, sobre todo en regiones que dependen del turismo. Los ingresos locales caerán entre el 7 y el 15 por ciento, mientras los despidos, los cierres y las quiebras en las empresas siguen aumentando. El 40 por ciento de las pequeñas empresas no se salvarán.
“Estamos viviendo una especie de efecto tijera: crecen los gastos y caen los ingresos”, advierte el informe.
Qué debe tener esa economía urbana
De ahí que ONU Hábitat advierta que en esta nueva normalidad, las ciudades no están en condiciones de asegurar una recuperación incluyente, sostenible y de igualdad de género. “Es necesario hacer un nuevo contrato social, sobre tres pilares:
- Retomar una renta básica universal.
- Otorgar un seguro de salud universal.
- Dotar a los más pobres de una vivienda digna.
Cómo hacerlo
El informe analizó cómo se dieron las respuestas y encontró que no hay un único modelo. Las respuestas fueron diferenciadas, pero se encontramos tres elementos que funcionaron: los enfoques de territorialidad espacial y articulación entre niveles de gobierno. El acceso a la información para toma de decisiones y los acuerdos de gobernanza en torno al interés público.
¿Seremos capaces de hacerlo bien y aprovechar esta oportunidad?