Ahora, cinco años después de la Cumbre de París sobre Cambio Climático, cuando la comunidad internacional pasa revista sobre los logros alcanzados dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la directora y cofundadora de Low Carbon City, Juliana Gutiérrez, nos dice que hay razones para la esperanza, pero no mucho tiempo para reconocer que es necesario cambiar de rumbo, sin olvidar las lecciones aprendidas del pasado.
Junto a 50 reconocidos expositores globales y con una Declaración Ciudadana por la Cultura Regenerativa y Resiliente como nuevo concepto de sostenibilidad, Juliana se quedó en su memoria con una frase que podría resumir buena parte del mensaje central del V Foro Low Carbon 2020. La pronunció un niño de 7 años, Josué: “Por favor, ayúdenme”.
¿Acaso no es ese el clamor mismo del planeta, amenazado por fenómenos catastróficos como el cambio climático y tan enfermo como la humanidad que ahora sufre la pandemia del COVID-19?
Pues bien, hablamos con Juliana sobre este y muchos otros temas abordados en cuatro días de intensa agenda y contribuir en la construcción de escenarios abiertos y de diálogo ciudadano como ejes centrales de la gobernanza multiactor y multinivel que demandan estos tiempos de profunda convulsión social, agite político y desequilibrios económicos, educativos, culturales y ambientales.
¿Cuál es el gran mensaje o experiencia de una semana intensa de conversación con los expertos?
Juliana Gutiérrez: No cabe duda de que el propósito inicial de organizar este Quinto Foro se cumplió, pues creo que hemos contribuido a poner en la agenda pública local, regional y global el tema del desarrollo y la cultura regenerativa como instrumentos centrales en un nuevo modelo de desarrollo. Es fundamental trascender el concepto de desarrollo sostenible que, si bien ha sido central en las discusiones, ahora es mucho más relevante por razones de la crisis climática que enfrentamos, por una pandemia que nos ha develado muchas inequidades, el daño acumulado que hemos provocado contra la biodiversidad y la necesidad inaplazable de tomar conciencia colectiva para cambiar de rumbo, pues no tenemos tiempo de seguir pensando si lo que estamos haciendo está bien o no. No hemos hecho bien las cosas y eso nos tiene que movilizar como humanidad hacia un nuevo enfoque de sostenibilidad.
¿Cultura regenerativa?
Por supuesto. No es sostener, es regenerar y eso implica un cambio de pensar, actuar y ser. Por eso destaco mucho, entre otros conceptos, el que nos compartió Daniel Wahl (biológo español, autor de Diseñando Culturas Regenerativas), en el sentido del verbo To be (ser o estar) y convertido en “interbe”, es decir, interser, uno con el otro, porque no estamos solos en la naturaleza, ese concepto anacrónico del antropoceno. De eso trata la cultura regenerativa, que de paso recoge los conceptos y los principios del desarrollo sostenible, pero los trasciende y les da un nuevo significado, de una nueva conexión con todos los demás seres de la naturaleza.
Esa es una gran conclusión del Foro, pero creo que hay otra que lo complementa y es que todos coincidieron en llamar la atención que cualquier cambio que queramos debe partir de lo local, desde lo individual, de lo que el mismo Daniel Wahl llama unicidad. ¿Es así?
Daniel, sin duda, es una gran inspiración para quienes hemos venido trabajando por un nuevo modelo de desarrollo en armonía con la naturaleza. De ese propósito fue que nació Low Carbon y, después de cinco años de acción climática por el planeta, podemos decir que son las comunidades las que mejor han asumido su papel en la transformación de ese modelo sostenible. Hemos logrado avanzar en romper paradigmas y que la gente entienda que ser humano y naturaleza son la misma cosa, que no pueden ir por vías separadas. Somos parte de un mismo sistema y, por ende, es urgente pensar y actuar de forma sistémica, que en otras palabras, es actuar desde lo individual, pero reconociendo que todo lo que hacemos tiene incidencia en los demás. Daniel lo dijo de forma sencilla pero extraordinaria: la gran pregunta no es si podemos cambiar el mundo, sino ¿podemos cambiar nuestro pequeño hogar, nuestro barrio? Y creo que es fundamental que la cultura, las creencias, las costumbres, las cohesiones sociales, son centrales para lograr esa regeneración de los ecosistemas.
¿Y eso pasa por cambiar, reformar o regenerar los ODS, ahora que se cumplieron los cinco años de su formulación y ya se advierte que muchos de ellos no se van a cumplir de acá a 2030?
Lo que pretendíamos con este foro, precisamente, era poder trascender esa agenda de desarrollo sostenible y proponer esa nueva visión regenerativa, porque los cambios planetarios son tan vertiginosos e impredecibles que la planeación no logra controlar de forma asertiva en muchas ocasiones. La visión de la sostenibilidad hace un lustro era equilibrar lo social, lo económico y lo ambiental, pero ahora sabemos que eso no es suficiente, pues lo económico ha contribuido a desbalancear los otros ejes. Coincido con quienes dicen que no es posible seguir hablando de crecimiento económico sólo como proporción del Producto Interno Bruto (PIB) de los países.
¿De esa posición es que sale la idea de hacer una Declaración Ciudadana por una Cultura Regenerativa y Resiliente desde Low Carbon?
No sólo por eso, sino por todo lo anterior. Es decir, tenemos que cambiar nuestras formas de ser, hacer y pensar, y creemos que como ciudadanos del mundo necesitamos emprender acciones hacia una cultura regenerativa y resiliente capaz de restablecer el equilibrio ecosistémico de nuestra casa común. La Declaración contiene 13 puntos y la vamos a presentar en la próxima Cumbre sobre el Clima de 2021, en Glasgow, pero, sobre todo, pretendemos liderar una gran movilización ciudadana que incida en la toma de las decisiones en todas las instancias del poder. Queremos que se hable de capital social, de capital vivo, de capital material, de capital financiero, de capital cultural y de capital experiencial, pero desde un modelo ecosistémico, donde todos estos conceptos estén en armonía. Más que cambios incrementales, necesitamos cambios transformacionales. Para eso demandamos procesos creativos y colectivos y aprender con humildad y compasión de las lecciones del pasado.
(ver documento http://medellin2020.lowcarbon.city/declaracion-ciudadana-por-una-cultura-regenerativa-y-resiliente/)
¿Cómo lograr llevar a la acción colectiva esta Declaración y que no termine siendo una más de tantas que se han hecho en años anteriores?
Lo colectivo nace de acciones individuales y por eso es tan importante que cada uno de nosotros asuma sus responsabilidades. No hay que estar en la ONU o en otra instancia internacional para lograr los cambios. Creo que debemos empezar por cambiar el entorno que tenemos a 10 metros alrededor. Nosotros no pretendemos cambiar las metas de los ODS, porque son base fundamental de lo que tendríamos que seguir haciendo, sólo que han aparecido ideas nuevas e innovadoras que pueden hacer la diferencia. Los ODS nos han dado una ruta clara, pero tenemos que hacer más. De hecho, nuestra Declaración Ciudadana por una Cultura Regenerativa y Resiliente la construimos a partir de los propios ODS, del Acuerdo de París, el Marco de Sendái, la Nueva Agenda Urbana, pero añadimos el reporte sobre Riesgos Mundial del Foro Económico de Davos y los principios del desarrollo regenerativo del que hablamos antes.
No hay mejor manera de generar acciones que cuando podemos mostrar experiencia exitosas que nos permiten saber que sí es posible cambiar. ¿Cuáles de esas experiencias compartidas en el Foro destacarías?
Creo que de todas aprendemos mucho, pero quiero decir que la experiencia que nos compartió la tailandesa Kotchakorn Voraakhom, arquitecta paisajista de Landprocess y fundadora de Porous City Network, quien mostró de forma inspiradora cómo ha implementado en espacios públicos para el disfrute ciudadano también dispositivos de recolección de agua en ciudades con riesgos de inundaciones por aumento de los niveles del mar. Una especie de esponjas urbanas para esas ciudades costeras que sufren e incluso están en riesgo de desaparecer, pero que con visiones regenerativas estos espacios se convierten también en centros de producción alimentaria. Imagínate algo como unir el Jardín Botánico con todo el morro de Moravia en Medellín y que cuando llueve el jardín se inunda, pero no provoca tragedias, sino que se convierte en un gran parque acuático, donde se puede cultivar alimentos para la gente de Moravia. Es decir, diseñar un ecosistema donde se logra combatir el cambio climático, se produce agricultura y seguridad alimentaria y se fomenta el turismo sostenible.
¿La pedagogía es fundamental en toda esta regeneración y crees que después de ver todo lo que está pasando en el mundo hay razones para la esperanza?
No sólo lo creo, sino que lo veo y estoy convencida de que tenemos la esperanza para construir un mundo mejor, más sentible, más compasivo, más equitativo y más inteligente. Estamos en un momento universal de mayor conciencia, porque nos vienen pasando cosas que nos han movido las fibras.
El reto es seguir renovando esa conciencia y es necesario comenzar por cada uno de nosotros, en los 10 metros más próximos a nosotros. Pero claro, la pedagogía es central a la hora de lograr transformaciones. Nosotros y todos hacemos pedagogía con cada acto que ejecutamos. No sólo a través de la educación, sino de los gestos, las palabras, las imágenes. Todo tiene alto contenido pedagógico y por eso es tan importante abrir nuevos espacios y nuevas narrativas. Pero, insisto, hay que hacerlo desde lo más próximo a nosotros.
Pero no sólo desde lo más próximo, sino desde los más pequeños. ¿Cómo resultó ese maravilloso panel con los niños?
Definitivamente, las voces de nuestros niños son razones suficientes para seguir trabajando por construir un mundo mejor. Cuando estábamos con ellos, confieso, sentí muchas emociones y comprendí mejor que sus visiones son necesarias y urgentes de tomarlas en cuenta a la hora de la toma de decisiones, porque están llenas de sensibilidad y empatía. Y, dentro de muchas frases que dijeron los pequeños, yo me quiero quedar con una, la de Josué, quien a sus siete años exclamó con profunda sabiduría y emotividad: “Por favor ayúdenme”.
Ese clamor tenemos que convertirlo en acción, porque Josué necesita que respondamos como sociedad a su petición, que no sólo es la de los niños como él, sino de todos los que habitamos este planeta, incluidos los demás seres de la naturaleza.