Turismo espacial: el colmo de las aventuras insostenibles

Estudios científicos recientes revelan que el crecimiento en el turismo espacial podría poner en riesgo la capa de ozono y contribuir con el calentamiento global. ¿Estamos dispuestos a arriesgar la sostenibilidad del medio ambiente para satisfacer nuestros impulsos aventureros?

misión suborbital de la compañía Blue Origin
Los 4 turistas que volaron en el primer lanzamiento de la misión suborbital de la compañía Blue Origin propiedad del multimillonario Jeff Bezos, que además fue uno de ellos (AP Photo/Tony Gutierrez). Fuente: https://komonews.com/news/nation-world/bezos-defends-blue-orbit-flight-as-some-question-benefits-of-space-tourism.

Nunca me montaría en un cohete o volaría al espacio. Ni siquiera por curiosidad o porque al hacerlo tendría, supuestamente, una experiencia más cercana a las cosas que estudio (soy astrónomo). Con dificultad he tenido que soportar la tortura de los viajes en avión (soy aerofóbico), viajes que, por mi profesión, son casi obligatorios; así que sentarme en la punta de un “volador” de última tecnología, ¡ni loco!

Supongo que usted, lector, lectora, y en general la mayoría de los humanos, no piensan como yo. El deseo de vivir situaciones fuera de lo normal, algunas que incluso ponen en riesgo nuestra vida, parece estar codificado en nuestros genes como lo está el hecho de que no nos crecen pelos en la punta de la nariz (o que tengamos incluso nariz, la mayoría de los primates no la tienen).

Los humanos somos simios aventureros

Para llenar precisamente ese vacío de aventura que muchos humanos (posiblemente la mayoría) experimentan en sus vidas y que parecen no llenar una infinidad de entretenimientos peligrosos y bien conocidos: parapentismo, vuelos en globo, bungee jumping, rafting, paseos familiares por carretera; algunos emprendedores multibillonarios han inventado la que llamaré el colmo de las aventuras insostenibles: los vuelos suborbitales.

Estas costosas y efímeras aventuras (ninguna dura más de 90 minutos) hacen parte de lo que se ha dado en llamar “Turismo espacial” [1]. En esta forma de turismo, personas que no son profesionales de la aviación, los viajes espaciales (astronautas o cosmonautas) o investigadores científicos, se embarcan en vehículos que, después de un peligroso lanzamiento sobre la punta de una explosión controlada (eso es un cohete), se ponen en órbita, se acoplan con la estación espacial internacional (como lo hizo el que es considerado el primer turista espacial, el multimillonario ruso Dennis Tito en el año 2001), o simplemente describen una trayectoria parabólica que los lleva más allá del borde de la atmósfera para experimentar unos minutos de microgravedad [2].

El interior de la cabina del SpaceShipTwo, la nave que llevó en julio de 2021 a los primeros turistas espaciales de la compañía Virgin Galactic en un vuelo suborbital.  Se puede apreciar los efectos de la microgravedad en el interior de la cabina.
Fuente: https://www.businessinsider.com/photos-of-richard-branson-trip-to-space-virgin-galactic-spaceshiptwo-2021-7

El costo del paseito oscila entre unos 400 mil dólares en el caso de un vuelo suborbital [3] y unos absurdos 25 millones de dólares para los viajes en órbita. El propósito real de la aventura, su motivación científica o tecnológica son nulos. El turismo espacial tiene como único fin darle a quién tiene el dinero suficiente el placer de experimentar un viaje espacial y ver a la Tierra desde arriba (que no es ciertamente una experiencia menor).

Pero esta no es una columna para hacer una valoración moral o juzgar la utilidad práctica del turismo espacial; aunque lo parezca.

El propósito de lo que queda de este escrito es advertir que volar al espacio, como casi cualquier actividad humana, tiene un impacto sobre la sostenibilidad de la biósfera. Y no es un impacto menor.

Antes de que abandonen la lectura, déjenme adelantarles este dato: 10 años de turismo espacial (contados a partir de ahora) tendrán (si no se regulan) un impacto cientos de veces mayor (al menos en uno o dos de los factores causantes de la degradación ambiental y el calentamiento global) que el que producirán todos los vuelos de aviones comerciales en esos mismos 10 años [4].

De modo que antes de comprar su primer tiquete de Virgin Galactic, Blue Origin o Space X [5], piense si no podría ahorrarle el riesgo a la sostenibilidad del planeta y más bien tirarse en parapente desde alguna montaña cercana para satisfacer su impulso primario de aventura.

El impacto ambiental del turismo espacial

Para llegar al espacio se necesita mucha energía. Por ejemplo, elevar 50 kg de ser humano a 100 km de altura requiere el equivalente a toda la energía contenida en un galón de gasolina. Aunque no parece mucho, el problema estriba en que para llevar a una persona a esa altura se necesita hacer volar también un cohete (o su equivalente [6]), una cápsula y mucho, mucho combustible.

Por ejemplo, el peso total antes de despegar del New Shepard, el vehículo de la empresa Blue Origin que llevó en julio de 2021 a 5 turistas espaciales por fuera de la atmósfera, incluyendo al popular William Shatner que interpretó al capitán Kirk en la serie original de Star Trek, era de 75 toneladas; es decir, el vehículo tenía el peso de aproximadamente 1.500 seres humanos. Basta multiplicar para darse cuenta del enorme costo energético de cada viaje.

¿De dónde sale toda esa energía? Todos los vehículos espaciales usan combustibles especializados para sacar esa energía de reacciones químicas muy rápidas y que pueden ocurrir incluso en el casi vacío de la alta atmósfera o el espacio. Muchos cohetes se valen de la combustión de hidrógeno y oxígeno líquido (combustibles criogénicos). Otros usan mezclas especializadas conocidas como combustibles hipergólicos (que no requieren llevar oxígeno al espacio). Y son cada vez más comunes los que usan, por razones de economía y asequibilidad, kerosene o combustibles basados en caucho sintético (combustibles fósiles).

La mayoría de estos combustibles producen gases de efecto invernadero (especialmente CO2). Aunque los combustibles criogénicos (los que usan hidrógeno) producen principalmente agüita, sus exhostos expulsan esta aparentemente inocua sustancia a gran altura en la atmósfera donde puede producir otros efectos nocivos.

Se ha calculado que por cada persona y cada kilómetro recorrido en un vehículo de turismo espacial se producen casi 8 kg de CO2 [7]. En contraste, por cada persona y kilómetro recorrido en un avión de pasajeros se liberan 100 g de CO2. Por supuesto el número de kilómetros y personas que hacen turismo espacial hoy es mucho menor que el de quienes usamos aviones comerciales. Pero el turismo espacial está apenas despegando y no sabemos cuánto podría crecer. Su crecimiento calculado en 2019 (cuando ni siquiera se habían lanzado los vuelos muy cacareados de 2021) era del 5% anual. A este ritmo, en 14 años el número de personas y de kilómetros viajados al espacio será el doble [8]. En 28 años 4 veces mayor y así sucesivamente.

Es obvio, dirán los más optimistas, que las emisiones de CO2 del turismo espacial nunca alcanzarán a ser tan grandes como las de los vuelos comerciales, incluso si tienen un crecimiento sostenido. No deberíamos preocuparnos por ellas, agregarían para tranquilizarnos. Los datos parecen respaldarlos. Se calcula que en los próximos 10 años la industria de la aviación recorrerá 61 mil millones de kilómetros llevando cientos de millones de pasajeros. En contraste, el turismo espacial podría recorrer tan solo 140 mil km con algunos miles de pasajeros a bordo.

¿Ya están tranquilos?

El problema es que las emisiones de CO2 no son la verdadera preocupación

Cada cohete que enviamos al espacio, y especialmente aquellos que usan kerosene y otros combustibles basados en hidrocarburos, descarga en la atmósfera una buena cantidad de partículas hollín (black carbon, BC). Estas partículas se distribuyen por todas las capas de la atmósfera que atraviesa el cohete. Éste es uno de los problemas más graves del turismo espacial. Los cohetes descargan sus residuos en capas de la atmósfera que difícilmente son alcanzadas por otros productos de la actividad humana, incluyendo la aviación. El hollín depositado por los cohetes, una vez en la alta atmósfera, absorbe la luz del Sol calentándose y calentando el aire circundante.

Se ha calculado que diez años de turismo espacial con un crecimiento sostenido del 5% por año, podría duplicar el efecto de calentamiento que se produciría si mantenemos el turismo espacial por esos mismos 10 años al mismo nivel que está hoy; es decir si se mantiene en un estado incipiente con una decena de vuelos por año.

Pero esto no es lo más grave. Modelos detallados han demostrado que el efecto en el calentamiento producido por el hollín del turismo espacial sería 500 veces mayor que el producido por todas las demás fuentes antropogénicas juntas. ¡Todas!

El segundo efecto es más preocupante aún. Todos los motores de cohete diseñados hasta la fecha liberan en la atmósfera cloro gaseoso y partículas de alúmina (Al2O3). ¿Cloro?, ¿ya adivinan para dónde vamos? Una vez liberado en la estratósfera superior, el cloro con o sin el efecto activador de la alúmina destruye el ozono. Y no solo por donde pasa el cohete. Se ha calculado que el efecto del cloro liberado por cada vuelo podría extenderse por meses y naturalmente ser transportado alrededor de toda la Tierra.

Cambios en la concentración de ozono (O3) en lo alto de la estratósfera y del hollín (BC), debidos al efecto del aumento sostenido en el turismo espacial en los próximos 10 años.  Los cambios observados se deben al aumento en la concentración de cloro (Cly), alúmina (Al2O3) y óxidos de nitrógeno (NOx) producidos por los cohetes en la salida y también en la reentrada.
Fuente: https://agupubs.onlinelibrary.wiley.com/doi/epdf/10.1029/2021EF002612.  

Pero no es solo el cloro y no son solo los gases de residuo de los cohetes. Cuando parte del vehículo propulsor regresa a la Tierra (los que no son recuperables, por ejemplo) y se consume en el reingreso, libera óxidos de nitrógeno que tienen también un efecto destructivo en el ozono estratosférico. A este efecto no solo contribuirían los vehículos usados en el turismo espacial. También lo haría la creciente masa de basura espacial que durante los años venideros se precipitará adentro de la atmósfera, como parte del proceso de evolución de ese creciente basurero en el que hemos convertido el espacio alrededor de la Tierra (un tema que da para una columna entera).

El riesgo para la capa de ozono de los vuelos espaciales había sido estudiado extensamente en el pasado. El veredicto siempre era que la contribución directa de los cohetes a la destrucción del ozono, especialmente en aquellas áreas localizadas por donde pasan los cohetes, no era mucho mayor que la que tenían otras fuentes antropogénicas. En un análisis teórico reciente, sin embargo, se comprobó que una actividad creciente de vuelos al espacio, especialmente dominada por el turismo espacial, podría en 10 años destruir todo el ozono recuperado por más de 30 años de medidas de protección desde que se firmó el Protocolo de Montreal. La falta de ozono se concentraría en la alta estratósfera y alrededor de los polos.

Entonces: ¿estamos realmente dispuestos a poner en riesgo la capa de ozono por el instinto aventurero de nuestra especie?, ¿debemos suspender todos los vuelos espaciales e intentar resolver primero los problemas de la Tierra, antes de seguir enviando aparatos al espacio?, ¿cualquiera que tenga dinero y que pueda construir un cohete lo suficientemente poderoso debería tener el derecho a montar una empresa de turismo espacial?

Puede que a la mayoría no nos parezcan preguntas urgentes. Algunos, ingenuamente, podríamos pensar que con tiquetes con un costo no menor de 400 mil dólares el turismo espacial no pasará de ser más que un juego de multimillonarios. Eso es lo mismo que pensábamos seguramente sobre la aviación comercial en la segunda década del siglo XX. Sin embargo, hoy, no tenemos tiempo para equivocarnos.

¿Cómo podría un astrónomo como yo oponerse a continuar con el desarrollo espacial? Solo me permitiría recordar que además de astrónomo soy un habitante de un planeta cuya sostenibilidad está en juego. Por otro lado, aunque parezca una verdad de perogrullo hay que repetirla: para hacer astronomía y exploración espacial también necesitamos que la Tierra siga gozando de buena salud.

¡Que siga la aventura espacial!, ¡pero no a cualquier costo!

Referencias y notas del autor

[1] Para leer más sobre la historia del turismo espacial recomiendo el artículo de Wikipedia sobre la materia https://en.wikipedia.org/wiki/Space_tourism.
[2] Microgravedad es el término que se usa para describir la aparente desaparición de la fuerza de gravedad cuando se vuela en un vehículo en caída libre. Es importante señalar que la gravedad de la Tierra no se apaga en el espacio. En realidad la gravedad de nuestro planeta llega más allá de la Luna como se comprueba al ver que nuestro satélite natural sigue cerca de nosotros. El efecto de “ingravidez” es solo aparente y es debido a que todo lo que hay en un vehículo en caída libre, cae a la misma velocidad.
[3] Llamamos suborbital a una trayectoria de ida y regreso al espacio sin completar una órbita alrededor del planeta.
[4] Los datos de esta columna están basados en un estudio recientemente publicado en la revista Earth’s Future de la American Geophysical Union (AGU), Ryan, R. G., Marais, E. A., Balhatchet, C. J., & Eastham, S. D. (2022). Impact of Rocket Launch and Space Debris Air Pollutant Emissions on Stratospheric Ozone and Global Climate. Earth’s Future. https://agupubs.onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1029/2021EF002612
[5] En este artículo una lista de los últimos “logros” conseguidos por el turismo espacial: https://www.space.com/space-tourism-giant-leap-2021-milestones.
[6] La empresa Virgin Galactic utiliza dos aviones, uno con propulsión convencional y otro con propulsión a chorro, el SpaceShipTwo para realizar sus vuelos suborbitales https://en.wikipedia.org/wiki/SpaceShipTwo.
[7] En 2021 se publico este artículo en el Financial Post advirtiendo de los efectos del turismo espacial sobre el posible incremento en las emisiones de CO2 antropogénico https://financialpost.com/financial-times/calculating-the-environmental-payload-of-space-tourism
[8] Una curiosidad matemática: si algo crece a un ritmo sostenido del X% por año, el tiempo necesario para que ese algo se duplique, es igual a 70 años dividido por X. Así, si el turismo espacial crece al 5% anual, en 70/5 años, es decir 14 años, se habrá duplicado.

Jorge Zuluaga.
Jorge Zuluaga.

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