Hoy es el Día Mundial sin Carro. O mejor, un día para no pensar en él y, en cambio, apostar por otros modos de transporte limpio en las ciudades.
La pandemia del COVID-19, que ha paralizado buena parte del mundo, ha dejado ver, de paso, que las ciudades necesitan abrir un amplio diálogo intersectorial y multinivel para definir qué tipo de territorio queremos y necesitamos para enfrentar, no sólo el coronavirus, sino una amenaza quizás más devastadora y duradera: el cambio climático.
Y dentro de esa definición, sin duda, el tema de la movilidad resulta trascendental, pues los problemas asociados a la calidad del aire están montados sobre las decisiones que tomamos todos los días en torno a cómo nos movemos dentro de la ciudad. El sector transporte que usa combustibles fósiles es el mayor generador de gases de efecto invernadero y, por ende, el de mayor incidencia en la expulsión a la atmósfera de material particulado PM2.5 y PM10, dañinos para la salud.
Luego, movilidad y salud van de la mano. De hecho, la gran transformación que hoy demandan las grandes ciudades está sustentada en la transición energética, en la que la movilidad limpia es uno de los eje centrales de la reactivación económica pos pandemia y escudo seguro en la mitigación del cambio climático, debido a la mejora en la calidad del aire y la preservación de los ecosistemas, dados los impactos que tiene sobre ellos la exploración y explotación de hidrocarburos.
Cómo se mueve el mundo
En ese contexto global, ¿cómo está América Latina en términos de su transición hacia un modelo de movilidad limpia y sostenible? Veamos.
Por tipo de tecnología, hoy, el 95 por ciento del parque automotor mundial se mueve por gasolina y diésel, mientras el 2 por ciento lo hace a través de energía eléctrica y otro 2 por ciento son vehículos híbridos, según el último estudio de la firma Arthur D. Little para el Consejo Mundial de Energía.
A 2025, que se estima será la etapa de recuperación pos pandemia, esas cifras son muy distintas, pues el 77 por ciento del parque automotor global seguirá estando copado por los combustibles fósiles, pero los carros eléctricos y los híbridos tendrán el 33 por ciento del mercado. En 2030, esa proporción será 50-50, según el mismo estudio. La meta de 2050 es lograr la neutralidad de carbono y, pare entonces, los carros eléctricos tendrían el 71 por ciento del mercado mundial.
La venta de vehículos eléctricos e híbridos en algunas de las grandes economía durante 2019 muestran que América Latina está muy lejos de ocupar el potencial mercado que tiene. Mientras en China, por ejemplo, se vendieron más de 1.3 millones de VE, y en Estados Unidos cerca de 393 mil, en Brasil, que es líder en la región sur, el mercado sacó a las calles cerca de 11.300 vehículos con energías limpias. Colombia llegó a 3.134 vehículos, entre eléctricos e híbridos.
Se estima que para 2030, el número de vehículos eléctricos circulando por la región sea algo así como 2.3 millones, pero el potencial del mercado asciende a 7.2 millones de carros con energías limpias.
¿Qué explica semejantes diferencias? Bueno, una obvia tiene que ver con el precio de los autos eléctricos, que sigue siendo demasiado alto e inasequible para la mayoría de la población. El otro obstáculo es que el tiempo de duración de la carga en las baterías aún no es un factor de compra, pues la autonomía, en promedio, sigue siendo de 300 kilómetros.
Los avances, no obstante, prevén que pronto se llegará a una duración de carga para poco más de un millón de kilómetros y que la paridad en precios entre los autos de combustión interna y los eléctricos se dará antes de 2035, siempre y cuando se resuelva, además, la capacidad instalada de electrolineras en toda la región. Mientras en China hay más de 300 mil estaciones de carga públicas y con tiempos muy reducidos de espera, en Colombia hay 115 y un auto se demora, en promedio, 45 minutos para recargar. Eso no estimula el mercado.
El estudio proyecta que América Latina necesitaría no menos de 100 mil nuevos puntos de carga para poder suplir la demanda del mercado de los eléctricos, pero con un potencial de negocios por más de 200 mil millones de dólares, incluidos todos los sectores que participan del mercado automotor.
Cuáles son los retos
América Latina ya inició su proceso de transición y Colombia se ha impuesto el reto de liderar la modernización energética en este lado del continente, con un propósito de multiplicar por cerca de 60 veces su capacidad actual de producción de energías renovables no convencionales, entre otras la solar y la eólica, con una meta de generar a 2022 no menos de 2.500 MV de energía limpia.
Dentro de esa matriz energética, el Gobierno nacional adelanta un ambicioso programa de incentivos y beneficios tributarios para la compra de autos eléctricos e híbridos, con un potencial mercado de 600 mil VE a 2030. De paso, cumplir las metas de reducir en un 20 por ciento las emisiones de gases de efecto invernadero, acordadas en la Cumbre de París sobre Cambio Climático 2015.
Sin embargo, dadas las circunstancias propias de la pandemia y sus efectos sobre las economías globales, el estudio del Consejo Mundial de Energía estima que Colombia no podría cumplir esa meta y prevé que el número de vehículos, entre eléctricos e híbridos, circulando por el país en 2030 sería de 190 mil. Hoy, esa cifra es de casi 6.000, lo que sin duda sería un salto exponencial, aunque lejos del objetivo gubernamental.
Los expertos han identificado por lo menos cinco retos que deberá enfrentar el mercado de los vehículos eléctricos en América Latina para avanzar hacia una verdadera revolución verde en el sector de la movilidad. Estos son:
Mercado en etapa temprana: Latinoamérica apenas empieza a ver los efectos de una regulación favorable para la adopción de vehículos eléctricos, pero la demanda aún se concentra en hogares de ingresos altos y algunos segmentos corporativos.
Precios elevados: Los altos precios continúan siendo una barrera importante para la adopción masiva de vehículos eléctricos. Otras tecnologías de bajas emisiones, como el gas natural, compiten agresivamente con precios considerablemente más bajos.
Infraestructura de carga limitada: El despliegue de la infraestructura pública es limitado por la falta de una masa crítica de vehículos eléctricos que puedan viabilizar el modelo de negocio de servicios de carga.
Esfuerzos regulatorios incipientes: Disparidad en Objetivos y Metas. A pesar de los incentivos, las regulaciones aún no solucionan los desafíos de interoperabilidad y no han sentado las bases para el despliegue de infraestructura.
Costos de transición inciertos: La electrificación del transporte conllevará costos de oportunidad para gobiernos (menor recaudación de impuestos por combustibles) y potencial pérdida de mercado para las empresas petroleras.
A todos estos desafíos, y en razón de la crisis ambiental global, es necesario articular y homologar buena parte de la legislación existente, en especial la que tiene que ver con los impuestos y beneficios que demanda la nueva realidad política, económica y social del mundo como consecuencia, no sólo de la epidemia del COVID-19, sino del cambio climático. Hacia allá se tendrá que mover el planeta.