En 1992 el fenómeno de El Niño causó un colapso del sistema eléctrico nacional que llevó al gobierno de entonces, presidido por el expresidente Cesar Gaviria, a implementar una medida que muchas personas recordamos como “el racionamiento” o “el apagón” [1]. Pasó que el nivel de los embalses cayó drásticamente (Figura 1) y la generación de energía hidroeléctrica fue insuficiente para satisfacer la demanda de energía del país. Como resultado el gobierno nacional tomó la decisión de realizar cortes de electricidad programados. Yo todavía recuerdo el sabor desagradable de la arepa calentada en fogón de “petróleo” porque no había energía para la estufa eléctrica.
¿Cuáles fueron las causas del racionamiento de 1992 y por qué no hemos tenido otro racionamiento? La primera causa fueron los impactos de El Niño sobre la lluvia y los caudales de los ríos en Colombia, especialmente en la zona andina donde se concentran los embalses del país. Como consecuencia de El Niño que comenzó en 1991 y terminó en 1992, las lluvias disminuyeron y los caudales de los ríos se volvieron insuficientes para abastecer los embalses. La razón de fondo de esto es algo que la ciencia entiende bastante bien hoy en día: durante El Niño, la superficie del mar se calienta por encima de lo normal en algunas regiones del océano Pacífico, y esto hace que cambie la forma como el viento sopla y transporta humedad sobre Colombia. Es algo así como que los vientos húmedos que suelen traer lluvia a Colombia se van para otra parte.
Pero El Niño no fue la única causa del racionamiento en 1992. Hay otras causas que tienen que ver con decisiones políticas y empresariales, y con la relación entre estas decisiones y la ciencia. Desde entonces, El Niño nos ha dejado varias lecciones que conviene recordar en vista de las próximas elecciones.
No fue “por culpa de El Niño”
Alguien podría pensar que El Niño causó el racionamiento en 1992 pero no después porque el de 1992 fue un evento climático muy extremo que no ha vuelto a ocurrir. Esto es un error; después de 1992 han ocurrido eventos El Niño mucho más intensos. De hecho, El Niño de 1997 se conoce como “El Niño del siglo” porque fue el más intenso registrado durante el siglo pasado [2], y El Niño de 2015 fue casi tan intenso como el de 1997 [3]. Otro error sería pensar que la demanda de energía eléctrica ha disminuido con el tiempo; es al contrario, tanto la generación total de energía eléctrica como el consumo per cápita han crecido con el tiempo en Colombia. En comparación con 1992, en 2015 la generación de electricidad fue más que el doble y el consumo per cápita creció en más del 50% (Figura 2).
Pareciera entonces que en 1997 y 2015 con eventos El Niño más intensos y una demanda de energía eléctrica mayor que en 1992 debimos haber tenido otros racionamientos. El hecho de que no haya sido así evidencia dos cosas. La primera es que el racionamiento de 1992 se debió más a la mala preparación del país frente un evento climático como El Niño que a lo extraordinario del evento. La segunda es que una mejor preparación puede evitar tragedias supremamente costosas para el país como hubieran sido otros racionamientos en 1997 y 2015.
Agua, gas y ¿qué más?
Además de El Niño, el racionamiento de 1992 ocurrió porque hasta entonces los dirigentes del país habían decidido concentrar la generación de energía eléctrica en los embalses, es decir, en la energía hidroeléctrica. Siendo así, la posibilidad de tener energía eléctrica dependía directamente de la disponibilidad de agua, que a su vez depende de fenómenos climáticos como El Niño. Cuando El Niño trajo la sequía, faltaron el agua y la energía.
Una de las principales razones por las que no hubo racionamiento en Colombia durante El Niño de 1997 y 2015 es que los dirigentes del país decidieron reducir nuestra dependencia de la energía hidroeléctrica. Entre mediados de los años 90 y el presente, Colombia ha aumentado su consumo de gas natural hasta el punto que hoy en día éste iguala a la energía hidroeléctrica como fuente de energía primaria en el país (Figura 3). Actualmente usamos mucho gas no sólo para vehículos sino también para producir electricidad y cocinar, lo cual es posible gracias a la decisión de desarrollar grandes proyectos de construcción de centrales termoeléctricas y redes de gas. Durante el racionamiento, ciudades como Bogotá y Medellín no tenían redes de gas domiciliario por lo que la cocción de alimentos dependía principalmente de la energía eléctrica.
¿Queda resuelto el problema con el gas? No, hoy en día sabemos que es urgente reducir al máximo y eventualmente eliminar el consumo global de combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón) para mitigar el cambio climático. Hay un consenso científico enorme sobre esta urgencia que está materializado en los reportes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, IPCC [4]. En este contexto, Colombia no puede seguir dependiendo de los combustibles fósiles para la generación de energía eléctrica y es urgente tomar decisiones que nos lleven a tener otras fuentes. Los avances en energía eólica y solar apuntan en esta dirección. Además, no podemos eludir la discusión de la energía nuclear [5].
Las advertencias de la ciencia no son “un cuento chino”
Dudo que antes del racionamiento de 1992 los gobernantes y empresarios del país le prestaran mucha atención al fenómeno de El Niño. Quizás algunos hasta pensaban que ese era un cuento “chino” o inútil de la ciencia sin relevancia para “la vida real”. Pero pasó que El Niño se metió en la vida real del país causando un racionamiento con impactos sociales y económicos enormes. Aunque no sabemos cuánto nos costó el racionamiento, sí sabemos que el costo fue inmenso.
Esta actitud cambió (“a las malas”) con el racionamiento. Hoy en día la sociedad colombiana está al tanto de la importancia de El Niño; ningún gobernante o dirigente empresarial sensatos diría que es un fenómeno irrelevante para el país. Las empresas del sector eléctrico han invertido cuantiosos recursos y han contratado profesionales muy calificados (incluso con títulos de doctorado) que estudian el fenómeno de El Niño con el fin de predecir sus impactos y así tener mejor información para tomar decisiones. Que no hayamos tenido otro racionamiento se debe en parte a esta capacidad del sector eléctrico colombiano.
A El Niño también le prestan atención los medios de comunicación y la sociedad en general. Me ha pasado que El Niño sea tema de conversación con taxistas que, en un par de ocasiones, me han explicado bastante bien la importancia del fenómeno y su relación con las lluvias en Colombia. Supongo que ellos no eran expertos en el tema, pero sí estaban bien informados.
Sin embargo, los impactos climáticos importantes para Colombia no se limitan a los de El Niño, y nada garantiza que no tengamos nuevos racionamientos u otras tragedias detonadas por eventos climáticos en el futuro. Reducir estos riesgos es un objetivo fundamental de la ciencia que depende de su capacidad para informar y convencer a la sociedad en general, y a sus principales tomadores de decisiones en particular. Por supuesto, esto también depende de la capacidad de la sociedad y sus dirigentes para conversar con la ciencia.
Es mejor prevenir que curar
Prevenir el racionamiento de 1992 hubiera sido difícil y costoso, pero no más difícil y costoso que el racionamiento mismo. La escasez de agua y energía fue una tragedia para la sociedad y economía colombianas. El sufrimiento humano y los costos causados por el racionamiento son prácticamente incalculables. Es casi imposible imaginar un sector de la sociedad o la economía que no dependa significativamente del agua y la energía y que por ende no haya sufrido severamente los impactos del racionamiento.
Lo bueno fue que algo aprendimos de la tragedia y por eso no hemos tenido otro racionamiento, hasta ahora. Lo malo es que con los fenómenos climáticos es muy peligroso depender de las tragedias para aprender. Con el racionamiento tuvimos una “segunda oportunidad” porque el fenómeno El Niño es (casi) periódico, es decir, viene y se va. Con otras tragedias ambientales es previsible que no tengamos segundas oportunidades.
Nuestra respuesta ante los impactos de El Niño se basa en aguantar hasta que El Niño se vaya. Contamos con que El Niño durará algo así como un año y después de esto volveremos a las condiciones “normales”. Si El Niño se quedara varios años seguidos o se volviera más fuerte estaríamos en serios problemas. Uno de los riesgos que tenemos con el cambio climático es precisamente este: que cambie El Niño [6]. Si esto llega a pasar, es posible que nuestra estrategia de “aguante” deje de funcionar.
Una de mis mayores preocupaciones por Colombia es que la deforestación de la Amazonía reduzca nuestra disponibilidad de agua y energía hidroeléctrica. Hay muchos indicios científicos que soportan esta preocupación. La evidencia científica más actualizada indica con mucha confianza que los regímenes de lluvia en Suramérica no serían como los conocemos sin la presencia de los bosques del Amazonas [7,8]. Desconfiar de las predicciones de la ciencia y esperar hasta ver tales cambios es muy peligroso porque estamos tratando con procesos irreversibles. No podemos jugar “ruleta rusa” con el clima. En palabras de un grupo de investigadores liderado por el Profesor Tim Lenton de la Universidad de Exeter: “los riesgos son demasiado altos como para apostar en contra” [9].
A diferencia de El Niño, los impactos de la deforestación no vienen y se van periódicamente. La pérdida de los bosques del Amazonas puede ser irreversible y por lo tanto sus impactos pueden ser permanentes. El clima de Colombia, incluyendo la lluvia y nuestra posibilidad de generar energía hidroeléctrica, producir alimentos, y aprovechar la biodiversidad, se transformarán irreversiblemente si no logramos detener la deforestación.
Los retos siguen vigentes
Han pasado casi 30 años desde el racionamiento de 1992. Muchos ciudadanos colombianos nunca han vivido un apagón como ese. Pero las malas noticias sobre los impactos de El Niño no acabaron en 1992; hay noticias recientes que los describen así:
- “La peor sequía en casi dos décadas sacude a Colombia. Más de 120 municipios sufren desabastecimiento” (El País, 2016, [10]).
- “En Colombia 391 municipios ya padecen sequía por fenómeno del niño” (sic) (El Tiempo, 2018, [11])
- “121 municipios con escasez de agua por fenómeno del Niño” (sic) (Portafolio, 2019, [12]).
Las últimas dos noticias hablan de grandes impactos; trágicos porque no tener acceso al agua es una tragedia para cualquier persona o empresa, y eso que El Niño que ocurrió entre 2018 y 2019 fue débil en comparación con los anteriores.
Elegir a quienes decidirán
En las próximas elecciones los ciudadanos elegiremos a quienes tomarán las principales decisiones del país durante los años siguientes. Como ha ocurrido en el pasado, la posibilidad de tener agua y energía suficientes dependerá en gran medida de las decisiones que tomen el gobierno y congreso electos. Nada garantiza que no tengamos otro racionamiento como el de 1992 y es urgente mitigar el desabastecimiento de agua que sufren cientos de municipios y miles de personas cada que nos visita El Niño. El Niño seguirá yendo y viniendo en el futuro previsible; posiblemente con mayor intensidad [6].
Los ciudadanos no tomamos decisiones como construir embalses o granjas solares para la generación de energía eléctrica, ni implementamos leyes y medidas para detener la deforestación, ni orientamos la economía nacional hacia una menor dependencia de los combustibles fósiles. Estas grandes decisiones le corresponden principalmente al gobierno y al congreso de la república. Por lo tanto, la posibilidad de avanzar en la transición energética, adaptarnos mejor ante eventos climáticos extremos como las sequías causadas por El Niño, reducir nuestra dependencia energética y económica de los combustibles fósiles, y detener la deforestación, dependerá en gran medida del presidente y congresistas que elijamos. A mi juicio, es crucial elegir personas que, en serio, entiendan la magnitud de los retos ambientales del país y estén dispuestas a actuar en consecuencia. Actuar será costoso, pero los costos de no actuar serán peores y crecerán con el tiempo [13].
Referencias
[1]https://www.elcolombiano.com/historico/hace_20_anos_colombia_sufrio_el_apagon-JVEC_180119
[2] Slingo, J. M., & Annamalai, H. (2000). 1997: The El Niño of the century and the response of the Indian summer monsoon. Monthly Weather Review, 128(6), 1778-1797.
[3] Jiménez-Muñoz, J. C., Mattar, C., Barichivich, J., Santamaría-Artigas, A., Takahashi, K., Malhi, Y., … & Schrier, G. V. D. (2016). Record-breaking warming and extreme drought in the Amazon rainforest during the course of El Niño 2015–2016. Scientific reports, 6(1), 1-7.
[4]https://www.ipcc.ch/reports/
[5] Gaviria, G. P. (2021). La energía nuclear salvará el mundo. Revista Experimenta, (14), 92-95.
[6] Cai, W., Santoso, A., Collins, M., Dewitte, B., Karamperidou, C., Kug, J. S., … & Zhong, W. (2021). Changing El Niño–Southern Oscillation in a warming climate. Nature Reviews Earth & Environment, 2(9), 628-644.
[7] Spracklen, D. V., & Garcia‐Carreras, L. J. G. R. L. (2015). The impact of Amazonian deforestation on Amazon basin rainfall. Geophysical Research Letters, 42(21), 9546-9552.
[8] te Wierik, S. A., Cammeraat, E. L., Gupta, J., & Artzy‐Randrup, Y. A. (2021). Reviewing the Impact of Land Use and Land‐Use Change on Moisture Recycling and Precipitation Patterns. Water Resources Research, 57(7), e2020WR029234.
[9] Lenton, T. M., Rockström, J., Gaffney, O., Rahmstorf, S., Richardson, K., Steffen, W., & Schellnhuber, H. J. (2019). Climate tipping points—too risky to bet against.
[10]https://elpais.com/internacional/2016/01/11/colombia/1452545517_823579.html
[11]https://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/alerta-en-colombia-por-fenomeno-del-nino-307802
[12]https://www.portafolio.co/economia/121-municipios-con-escasez-de-agua-por-fenomeno-del-nino-526804
[13] Sanderson, B. M., & O’Neill, B. C. (2020). Assessing the costs of historical inaction on climate change. Scientific reports, 10(1), 1-12.