Inconsciencia de la crisis
Yo nací a finales de los años 70. Al igual que el Presidente actual de Colombia y quienes aspiran a sucederlo tras las próximas elecciones, mi infancia y educación básica transcurrieron en un mundo sin consciencia del cambio climático y la crisis ambiental global que estamos viviendo. Los problemas más importantes para la sociedad colombiana en el siglo XX eran otros. Cuando salió el primer reporte del IPCC a principios de los años 90 [1], yo estaba haciendo tareas sobre la Constituyente y la Apertura Económica en Colombia, y sobre la Perestroika (el colapso de la URSS) en el escenario internacional. A diferencia del cambio climático y el primer reporte del IPCC, esos sí eran asuntos que los medios de comunicación cubrían con interés y mis profesores escogían discutir en el colegio.
Hubo un asunto ambiental que sí llamó la atención de los medios y mis profesores de colegio: el agujero en la capa de ozono. Entre los años 70 y 80, descubrimientos científicos le mostraron al mundo que la capa de ozono que protege al planeta de la radiación solar ultravioleta se estaba destruyendo, y que la causa principal eran las actividades humanas que arrojaban a la atmósfera una sustancia llamada clorofluorocarbonados (CFC) [2], muy usada entonces en la industria de la refrigeración. Estos descubrimientos le significaron el Premio Nobel de Química de 1995 a los científicos F. Sherwood Rowland, Mario J. Molina y Paul J. Crutzen, y llevaron al mundo a actuar mediante el Protocolo de Montreal, un acuerdo internacional que restringió el uso de sustancias que destruyen la capa de ozono [3,4]. La motivación de este acuerdo fue tan simple como contundente: sin la capa de ozono no es posible la vida en la Tierra como la conocemos y el futuro de los humanos sería la extinción. Hasta el momento el protocolo ha tenido éxito en evitar el crecimiento del agujero en la capa de ozono (Figura 2).
El campanazo de alerta de la capa de ozono debería servir para volvernos más conscientes de nuestros efectos sobre el medio ambiente y sus implicaciones. La historia del ozono demuestra al menos cuatro cosas. Primera, que los impactos humanos sobre el ambiente pueden llevarnos no solo al colapso de las sociedades sino también a nuestra extinción como especie. No tenemos PLAN-eta B y lo que hacemos pone en riesgo nuestra posibilidad de vivir en el único planeta habitable que conocemos. Segunda, que las medidas que necesitamos tomar para enfrentar la crisis ambiental pueden suponer que dejemos de hacer algo como lo habíamos hecho antes; por ejemplo, dejar de usar CFC o, en la actualidad, abandonar el uso masivo de combustibles fósiles como carbón y petróleo. Tercera, que no es imposible llegar a acuerdos globales por el bien de toda la humanidad. Y cuarta, que para enfrentar crisis ambientales como la del ozono y el cambio climático es urgente la colaboración entre ciencia y política. En el caso de la capa de ozono, no es exagerado decir que la combinación de ciencia (la comprensión del problema, sus causas y sus implicaciones) y política (la capacidad de llegar a un acuerdo global) salvó a la humanidad.
En Colombia tuvimos otro campanazo de alerta a principios de los años 90: la reducción de la lluvia debida al fenómeno de El Niño causó un colapso del sistema nacional de generación de energía y condujo al país al “racionamiento” o “apagón” de 1992. Este evento catastrófico para la sociedad y economía nacionales dejó algunas enseñanzas que la sociedad parece haber asimilado (por ejemplo, que Colombia no puede depender casi exclusivamente del agua para producir energía) y otras que parece ignorar todavía o haber olvidado. Con respecto a esto les invito a leer mi columna anterior sobre las “Lecciones de El Niño para Colombia” [6].
No obstate campanazos de alerta como estos (hay muchos otros), las decisiones y acciones de los principales dirigentes políticos y gremiales de la sociedad colombiana revelan una inconsciencia de la crisis predominante y muy preocupante. Los pincipales medios de comunicación tampoco parecen muy conscientes. Un síntoma de esto es que lo ambiental suele aparecer como una discusión secundaria; nunca tan importante como los indicadores económicos o las encuestas de opinión. La mayoría de los dirigentes y medios miran para otro lado como en la película “Don’t look up” (Figura 3).
La posibilidad de colapsar como sociedad y volver muy penosa o incluso inviable la vida de los niños y niñas que serán adultos dentro de algunos años no debería ser tratada como un problema secundario que puede esperar. ¡Es una crisis!
No es por falta de información
La inconsciencia de la crisis no es por falta de información. La evidencia científica disponible sobre el cambio climático y la crisis ambiental es abrumadora, contundente como la evidencia del agujero en la capa de ozono que podemos ver en la Figura 2. Basta con revisar los informes más recientes del IPCC para constatar esto. Dice el IPCC que la evidencia de que el cambio climático está ocurriendo y que su causa son las actividades humanas es “inequívoca” [7].
Sin embargo, todavía hay quienes ponen en duda el cambio climático y sus causas, incluyendo algunos de los dirigentes políticos más influyentes del mundo como el expresidente de Estados Unidos Donald Trump. En respuesta a estas dudas, el Profesor Michael E. Mann (científico notable ganador en 2022 del prestigioso premio Leo Szilard) dice que “hay tanto consenso científico sobre el cambio climático causado por los humanos como sobre la gravedad” (Figura 4). Dicho de otra manera, cualquier persona podría decir que no cree en la gravedad pero esta creencia ni le permitiría volar ni evitaría que cayera si salta a un abismo.
La política tibia
En el debate electoral colombiano se ha vuelto cliché el término “tibio” para referirse (usualmente de manera despectiva) a quienes no asumen posiciones o proponen acciones suficientemente fuertes para enfrentar los problemas más importantes de la sociedad. Quien no demuestre decisión y fortaleza es clasificado como “tibio”. Pues bien, frente a la crisis climática y ambiental, abunda una tibieza muy peligrosa que consiste en suponer que podemos enfrentar la crisis como si no lo fuera. Y peor aún, en suponer que podemos enfrentar la crisis haciendo lo mismo que la ha causado: quemando combustibles fósiles y tratando la naturaleza como un fuente de “recursos” que hay que extraer a toda costa para mejorar indicadores económicos como el PIB: arriesgar la disponibilidad de agua haciendo fracking junto al río Magdalena [8] o extrayendo oro junto al páramo de Santurbán [9], por ejemplo.
Otra manifestación de dicha tibieza está en suponer que las medidas para enfrentar la crisis tienen que ser, por definición, graduales, transiciones suaves que no incomoden mucho. Un ejemplo de propuestas tibias son los planes para dejar de depender energética y económicamente de los combustibles fósiles pero como dice la canción: despacito. Esta visión tibia de la crisis conlleva riesgos enormes para la sociedad colombiana. Por ejemplo, una de las predicciones más confiables de impactos del cambio climático es que los eventos extremos se volverán (se están volviendo) más extremos: inundaciones y sequías serán peores [10]. Preparar a Colombia para esto requiere que el gobierno nacional tome decisiones difíciles y costosas, pero no hacerlo será más difícil y costoso, y posiblemente catastrófico.
La catástrofe de Armero que le costó la vida a más de 20 mil personas es un ejemplo de lo que pueden significar las medidas tibias para enfrentar una crisis ambiental. Según la historia como la cuenta Las2orillas.co [11], pasó que el gobierno nacional, y especialmente el entonces ministro Iván Duque Escobar, subestimaron las advertencias de expertos y autoridades locales sobre los riesgos ambientales, considerándolas “apocalípticas” o “dramáticas”. Tomar medidas como evacuar a un municipio entero hubiera sido difícil y costoso, pero no cabe duda de que hubiera sido lo correcto.
Por casualidad, el Presidente Iván Duque Márquez quien gobierna a Colombia en la actualidad es hijo del recordado ministro, y durante los últimos años ha tenido la responsabilidad de tomar las decisiones más importantes del país para enfrentar el cambio climático y la crisis ambiental. Pienso que impulsar (o no evitar) proyectos como el fracking, la explotación de gas en el mar Caribe, y la minería de oro alrededor del páramo de Santurbán, entre otros, van en contravía de lo que Colombia necesita para enfrentar la crisis. Una razón es que este tipo de proyectos apuntan en la dirección de acentuar nuestra dependencia económica y energética de los combustibles fósiles y el extractivismo, en contravía de la recomendación de la Misión de Sabios [12] de orientar el país hacia una economía basada más bien en la ciencia y la teconología, aprovechando la que puede ser la mayor riqueza no aprovechada de Colombia: la biodiversidad. Además, dichos proyectos conllevan riesgos ambientales muy importantes que comprometen cosas como el agua, el aire y el suelo que, a diferencia del oro, sí son vitales para la sociedad.
Además de conducir a la sociedad hacia catástrofes, las medidas tibias para enfrentar la crisis ambiental pueden volver inútiles e irrelevantes algunas de las discusiones políticas más acaloradas. Por ejemplo, en Colombia se ha vuelto común que las discusiones de reformas tributarias sean muy difíciles, llegando incluso a detonar protestas sociales como ocurrió en 2019. Este tipo de reformas apuntan a recaudar dinero para el presupuesto nacional vía impuestos. Los recaudos son del orden de decenas de billones de pesos; por ejemplo, la reforma tributaria aprobada en 2020 apunta a recaudar algo así como 14 billones de pesos al año [13].
Por otro lado, el fenómeno de La Niña que ocurrió entre 2010 y 2011 causó daños estimados en más de 10 billones de pesos, principalmente por los impactos de las inundaciones [14]. Es decir, en un año, un evento climático extremo le puede costar a la sociedad colombiana lo equivalente a una reforma tributaria. Siendo así, ¿qué sentido tiene desgastarnos como sociedad discutiendo reformas tributarias para recaudar N billones si al mismo tiempo fallamos en prevenir catástrofes ambientales anunciadas que nos costarán mucho más que esos N billones? Y eso sin tener en cuenta los impactos que no se pueden medir en dinero como el sufrimiento y la muerte de muchas personas.
Preguntas para candidatos presidenciales
Los candidatos presidenciales deberían explicarnos claramente cómo entienden la crisis ambiental actual (ojalá esté equivocado pero sospecho que algunos no la entienden bien) y qué medidas concretas piensan impulsar para enfrentarla. En esta explicación los detalles son cruciales. No basta con prometer que de llegar a gobernar avanzarán en la transición energética y la adaptación ante el cambio climático, detendrán la deforestación, protegerán la biodiversidad y, en general, promoverán el desarrollo sostenible del país. Todo esto está muy bien pero necesitamos saber cómo piensan hacerlo y a qué velocidad. La velocidad es crucial porque no tenemos un plazo ilimitado. Las medidas tibias (y lentas) para enfrentar una crisis ambiental de las dimensiones actuales conducen a catástrofes sociales y económicas. En palabras del Secretario General de la ONU: “El informe climático [del IPCC] es un código rojo para la humanidad. Solo si combinamos fuerzas de inmediato, podemos evitar una catástrofe climática. No hay tiempo para demoras ni lugar para excusas. Necesitamos Actuar Ya” (Figura 5).
Una pregunta que queda es por qué si hay tanta evidencia científica de la crisis y sabemos que la falta de medidas suficientemente fuertes conllevará impactos sociales y económicos inmensos, de todos modos los principales dirigentes políticos y gremiales del país parecen insistir en el camino de las medidas tibias o, peor aún, en contravía. Y además presentan este camino como si fuera lo responsable, lo sensato. Ofrecer una respuesta a esta pregunta será el objetivo de mi próxima columna.
Referencias
[1] https://www.ipcc.ch/report/climate-change-the-ipcc-1990-and-1992-assessments/
[2] Solomon, S. (2019). The discovery of the Antarctic ozone hole. https://www.nature.com/articles/d41586-019-02837-5
[3] https://ozone.unep.org/treaties/montreal-protocol
[4] Velders, G. J., Andersen, S. O., Daniel, J. S., Fahey, D. W., & McFarland, M. (2007). The importance of the Montreal Protocol in protecting climate. Proceedings of the National Academy of Sciences, 104(12), 4814-4819. https://www.pnas.org/doi/10.1073/pnas.0610328104
[5] https://aura.gsfc.nasa.gov/ozoneholeposter/
[6]
[7] https://www.ipcc.ch/reports/
[8] https://territoriossostenibles.com/biodiversidad-y-ecosistemas/fracking-en-colombia
[10] Seneviratne et al., (2021). Weather and climate extreme events in a changing climate. IPCC AR6, Chapter 11, Working Group 1.
[12] https://minciencias.gov.co/mision-sabios/documentos
[14] Hoyos, N., Escobar, J., Restrepo, J. C., Arango, A. M., & Ortiz, J. C. (2013). Impact of the 2010–2011 La Niña phenomenon in Colombia, South America: the human toll of an extreme weather event. Applied Geography, 39, 16-25. https://doi.org/10.1016/j.apgeog.2012.11.018