Coleccionar libros
Amo los libros.
Los colecciono en todos sus formatos, libros físicos, audiolibros y por supuesto libros digitales.
Muchos de los libros que forman mi colección personal pasan por mis manos —literal o figuradamente hablando— y también por las de algunas personas cercanas, mi esposa, mis hijos, amistades cercanas. Son leídos, marcados y comentados. Mejor dicho, cumplen el propósito central para el que fueron creados.
Sin embargo, y como pasa con la mayoría de quienes amamos los libros, una fracción significativa de la colección de libros que atesoro —reales o virtuales— permanecen relativamente inertes en la biblioteca, en la memoria de mis dispositivos electrónicos o en la nube.
Pero eso, en principio, no está mal.
¿No son acaso las bibliotecas, desde las primeras colecciones de papiros de los sacerdotes egipcios, hasta las modernas bibliotecas gubernamentales, enormes colecciones de objetos, en su mayoría sin uso? ¿No despiertan acaso estas colecciones admiración y respeto? ¿No es la colección de libros una actividad socialmente bien vista, en contraste con la mirada entre curiosa y escéptica que dirigimos a quienes coleccionan muñecas, automóviles o monedas?
Que se sepa, solo en la lengua japonesa se ha inventado un nombre, Tsundoku [1], para destacar la colección de libros como una actividad relativamente excéntrica. En las lenguas de occidente usamos una expresión más aséptica, bibliofilia, que también viene cargada con un tufillo a manía. Sin embargo, en nuestra sociedad –-y no dudo que en la sociedad japonesa contemporánea también— tener una nutrida biblioteca personal parece ser un indicio de una amplia cultura o una mente sana. Las bibliotecas personales con cientos de ejemplares de todos los tamaños y calidades son ampliamente admiradas y, para muchas personas, incluso deseadas.
El problema es que esa afición, esa aspiración cargada de significados sociales positivos, podría estar empezando a pasarle factura a nuestro planeta en crisis. Las razones, como siempre, no son sencillas, pero hay dos factores que están convirtiendo a la respetable costumbre de adquirir y atesorar libros, en una actividad con un riesgo no nulo para nuestro planeta en crisis.
La huella material y energética de los libros
Por un lado está el costo material y energético de fabricar libros físicos.
En un estudio de 2012 se estimó (con datos de la época) que fabricar un solo libro puede implicar la emisión de casi 3 kg de CO2 y podría requerir más de 2 kWh de energía [2].
A decir verdad no parece mucho.
Obtener esas dos presas de pollo que te comiste en el almuerzo produjo, directa o indirectamente, la misma cantidad de CO2 que aquella emitida para obtener el libro de Saramago que le faltaba a tu colección. Las proteínas en la carne del pollo pasarán por tu cuerpo y lo abandonaran en un par de semanas; el libro de Saramago estará un par de décadas en tu biblioteca, incluso, con suerte, podrían pasar de mano en mano, de mente en mente, por un buen par de siglos.
Por otro lado, para muchas personas ir y volver al trabajo (un recorrido que en mi caso es de unos 14 km) consume aproximadamente la misma cantidad de energía que requiere la impresión de los Cuentos Completos de Borges.
Dado que comer e ir al trabajo son actividades mucho más comunes que comprar libros de Saramago y de Borges —bueno, a veces–-, no piensa uno que el tsundoku debería preocuparnos más que alimentar o mover a cerca de 8 mil millones de seres humanos todos los días.
Pero allí entra el segundo factor.
El negocio creciente de los libros
Como casi todo en los tiempos que corren, el número de libros que se publican e imprimen cada año se está multiplicando a un ritmo vertiginoso.
Tan solo en 2020 se vendieron en Estados Unidos, que representa más o menos la mitad del comercio bibliográfico mundial, 750 millones de libros [3]. Si asumimos válidas todavía las estimaciones citadas con anterioridad, esto implica que más de 2 millones de toneladas de CO2 fueron emitidas en la atmósfera para que jóvenes [4] y adultos pudiéramos engrosar nuestras bibliotecas.
Dos millones de toneladas anuales de CO2 (como mínimo) en tsundoku.
Este no es un número pequeño si se tiene en cuenta que aproximadamente quinientos mil seres humanos emiten la misma cantidad de gases de efecto invernadero en un año. Es decir, tan solo la fabricación de los libros impresos agregaría cada año, en emisiones, más de medio millón de seres humanos (una ciudad mediana) que se sumarían a los casi 70 millones de personas reales que nacen en el mismo período.
La huella del papel
Que sigan los datos escalofriantes.
Hablemos ahora del material con el que se hacen los libros impresos: el papel.
Es difícil creerlo —a mí por lo menos me costó trabajo—, pero la industria del papel consume hoy el 4% de la energía que produce la humanidad [5]. Al hacerlo ocupa el honroso —o vergonzoso, desde la perspectiva de los que amamos el papel como medio para leer y escribir, quinto lugar entre las actividades que más demandan este valioso recurso.
Claro que no todo el papel que fabricamos se convierte en libros. La mayor parte del papel que se produce en el mundo va a parar a las cajas que viajan de aquí para allá con el logo de Amazon, es decir, se usa para hacer cartón y papel para empaque; y sí, a la fecha Amazon tiene monopolizado esta materia prima [6].

Entonces, menos de una cuarta parte del papel fabricado en el mundo termina como libros en las bibliotecas públicas y privadas.
Pero eso no debería tranquilizarnos tampoco.
Para producir los libros que coleccionamos se cortan cada año 15 mil millones de árboles [5]. Esto implica talar aproximadamente 20 campos de fútbol por minuto para satisfacer nuestro impulso coleccionista. Esta cifra debería preocuparnos porque es bastante cercana al número de árboles que se talan anualmente en la masiva deforestación a la que venimos sometiendo a los bosques del planeta [7].
La próxima vez que pienses en la deforestación puedes voltear la mirada a tu biblioteca y reflexionar nuevamente sobre los efectos de tu aparentemente inocua pero muy respetable pasión.
Sería injusto también no aclarar que una inmensa fracción de los árboles con los que se produce el papel del que están hechos nuestros libros fueron sembrados deliberadamente con ese propósito específico.
Pero tampoco hay que ser un furibundo ambientalista para entender que los servicios que presta un árbol (absorción de CO2, hábitat para otras especies, sombra, evapotranspiración, etc.) son mucho mayores que los que ofrecen las casi 10.000 páginas de papel que se pueden obtener a partir de su madera [8]. Páginas que, después impresas y encuadernadas, no verán seguramente la cara de una persona lectora, es decir no cumpliran la función para la que existen, en el curso de meses, incluso de años.
Llevando libros de aquí para allá
Hablemos ahora de otra variable incómoda en el negocio de los libros impresos: el transporte a domicilio.
Si crear los libros deja una huella ambiental no despreciable, en términos de emisiones, consumo energético y tala de árboles, llevar los libros directamente hasta las bibliotecas le está pasando factura al planeta.
Hace décadas, para obtener un libro era casi siempre necesario desplazarse hasta una librería o una biblioteca. Ese desplazamiento normalmente se producía como parte de nuestra vida cotidiana. Salías a la escuela, a la universidad, al mercado, a pasear o a encontrarte con unos amigos y a veces terminabas con un nuevo libro bajo el brazo. Salir a prestar o comprar libros también era una actividad divertida por sí misma, pero casi nunca se hacía como el único propósito de ese desplazamiento.
Hoy, gracias al surgimiento de tiendas en línea como Amazon, el pionero indiscutido del negocio, y más recientemente Buscalibre, la tienda de libros en línea que revolucionó el negocio en hispanoamérica, sin salir de tu casa, sin siquiera pararte del sillón, puedes ordenar uno o varios libros para tu biblioteca.
Esos libros viajan, en el mejor de los casos, desde alguna bodega cercana, y en los casos más extremos, desde el otro lado del mundo. Este último es el caso, por ejemplo, de muchos de los libros que adquirimos en Colombia donde, si bien se imprimen cada vez más libros, muchos ejemplares deben importarse todavía desde España, Estados Unidos y otros países de Latinoamérica.
El efecto de todo esto es que a la huella de la fabricación de los libros se debe sumar ahora la huella del transporte; especialmente cuando ese transporte se hace de forma individual, desde la bodega de un distribuidor en línea en otro país, hasta tu biblioteca personal.
Se ha calculado, por ejemplo, que cuando se ordena un libro en línea y el libro debe viajar más de 800 km en avión —que en Colombia equivale a traerlo desde cualquier país del mundo, sea vecino o lejano—, la cantidad de emisiones y de polución que se produce es más o menos la misma que se produjo al crear el libro [9].
Compras un libro importado en línea y dejas la huella ambiental de dos.
¿Es más sostenible leer digital?
“Para eso, justamente, se inventaron los libros electrónicos”, dirán algunas personas.
Pero eso no es necesariamente cierto.
Los libros electrónicos no surgieron como parte de una reacción anticipada al impacto ambiental que tendrían los libros impresos en un planeta en crisis. No. Los libros electrónicos surgieron simplemente para hacer la vida de quiénes amamos leer un poco más cómoda.
Y si que lo lograron. Pero al hacerlo crearon otros problemas ambientales.
Para empezar, al hablar de libros electrónicos no nos referimos solamente a los billones de archivos digitales, la mayoría en formato PDF, que pululan en los dispositivos y computadores de estudiantes o profesionales en el mundo. Nos referimos a los millones de libros que son vendidos anualmente en plataformas en línea como Amazon o Google y que, generalmente y para una mejor experiencia, deben ser leídos en dispositivos electrónicos especializados, tabletas o lectores digitales como la Kindle de Amazon.

Como si la producción masiva de celulares y tabletas para comunicarnos no dejará ya suficiente huella ambiental, la lectura digital le está agregando al mundo nuevos tipos de dispositivos, y lo que es peor, dispositivos especializados en una sola función, la lectura.
La fabricación de un dispositivo de lectura electrónica produce aproximadamente 30 kg de CO2 y consume unos 100 kWh [10]. Estos números representan entre 10 y 100 veces la huella ambiental producida por un solo libro impreso. No parece entonces una manera ambientalmente amigable de reemplazar a los libros de toda la vida.
Pero no hay que apurarse.
En un solo lector electrónico pueden almacenarse, en un instante dado, decenas de libros. Bueno, en realidad los lectores tienen hoy memoria suficiente para miles de ellos, pero pocas personas ocupan la totalidad de la capacidad de su dispositivo. Además los libros electrónicos almacenados en ellos pueden renovarse y ser cambiados por otros a lo largo de la vida útil del dispositivo.
Un factor aún más importante: los libros electrónicos no viajan en avión. Tampoco ocupan espacio como los libros impresos, un factor del que no hablamos antes y que también viene con su respectivo impacto ambiental; impacto que ha sido cuantificado con menos cuidado del que deberíamos.
Los libros electrónicos tampoco contienen carbono; un elemento químico que en el caso de los libros impresos puede ser liberado por accidente, o en un incendio, o cuando el libro impreso debe ser desechado como basura.
Diría uno entonces que basta con un lector electrónico para no causar un impacto ambiental mayor que al que producen, en promedio, unos 50 libros impresos [11]. Si asumimos que durante una vida activa de lectura —que no de simple tsundoku—, una persona normal podría llegar a leer unos 500 libros [12], el impacto ambiental por leer libros exclusivamente en formato electrónico se habría reducido en más de un 90%.
Además, está el problema de que una persona bibliófila que consume casi exclusivamente libros impresos, no solamente adquiere libros para leer sino también para coleccionar. Es bibliófila y tsundoquera. Estimo, por referencias de amigos y otras personas en Internet, que en promedio una biblioteca personal puede tener en todo momento tantos libros leídos como libros no leídos [13]. Si está estimación es correcta, la huella ambiental de una biblioteca personal podría ser aún mayor y el efecto de leer en formato digital sería más significativo para el medio ambiente.
El problema está en la nube
Leer en digital podría, en síntesis, ser realmente sostenible.
Al menos si no fuera porque en algún lugar debemos almacenar los libros que no se descargan en nuestros dispositivos mientras no los leemos. Estos libros no descargados, representan, por lo general, la mayoría de libros electrónicos que bibliófilos de todo el mundo tenemos en plataformas especializadas (Amazon, Google Books, etc.).
¿Pero dónde están los libros no descargados y cuál es su impacto ambiental?
Ese lugar es la nube, una palabreja que se ha convertido en una especie de comodín para referirse al espacio en el que vive la información cuando no sabes dónde está realmente; algo así como un cielo inmaterial hecho solamente de bytes.
No quiero ser aguafiestas pero hablar del impacto ambiental del almacenamiento en la nube da para una columna completa, así que simplemente les dejo aquí la inquietud.
Preguntas incómodas y consejos casi útiles
¿Deberíamos dejar de leer libros para cuidar el medio ambiente? Por supuesto que no.
¿Es ambientalmente más conveniente no tener libros, que tenerlos? No necesariamente.
¿Deberíamos dejar de comprar libros en papel? Tal vez, aunque todo parece indicar que esto no pasará en el futuro cercano, así que parece una meta medio irreal, al menos en el corto plazo.
¿Deberíamos leer todo en digital, mover nuestra afición a la nube? No tan rápido cerebritos.
¿Si yo adquiero sólo un par de libros impresos al año, qué daño puede hacerle mi afición al planeta? Esta pregunta aplica a todo lo que hacemos y que produce una huella ambiental. El problema no es el tamaño de lo que hacemos individualmente, el problema es que de uno en uno se sostienen emporios económicos enormes que en conjunto sí dejan una huella ambiental significativa.
Partiendo de mi exploración de este tema, exploración que hice en parte porque, como dije al principio, soy un bibliófilo consumado con preocupaciones ambientales, a continuación ofrezco una lista de recomendaciones para hacer de la afición por los libros, una actividad más sostenible.
Muchas personas argumentaran que la mejor recomendación es leer libros prestados en una biblioteca; una práctica que no podría dejar de promover y mencionar aquí. Así comenzó en mi caso la pasión por los libros y la lectura. Pero creo que la cuestión que motivó esta columna es diferente; la pregunta es ¿cómo podemos seguir adquiriendo libros y hacerlo de forma más sostenible?
Aquí van estos consejos casi útiles:
- Si quieres comprar libros impresos, cómpralos localmente, ojalá libros impresos en tu país. Si vas a comprar libros importados, tal vez sea una mejor idea comprarlos en una librería local donde fueron transportados seguramente con muchos otros libros.
- Compra libros impresos en papel reciclado. Pueden no ser tan bonitos, ni parecer tan finos y duraderos como los libros impresos en un papel fino, grueso y liso (características que tampoco dejan de tener algunos papeles reciclados) pero al menos disminuyen la presión ambiental sobre las fuentes del papel, los árboles.
- Si vas a comprar un libro que se consigue en una librería local, aprovecha una salida para pasar por el libro en lugar de pedir que te lo lleven hasta tu domicilio.
- Comprá libros en grupo. Es posible adquirir un libro impreso que quieres leer y apreciar como objeto, pero hacerlo con otras personas que compartan tu pasión, de modo que el libro circule de biblioteca en biblioteca.
- Regala los libros que ya leíste o que sabes que no vas a leer.
- Si adquieres libros electrónicos, descargarlos a tus dispositivos locales. Evita que los libros permanezcan todo el tiempo en la nube.
- Si usas lectores electrónicos, cuídalos para maximizar su vida útil y garantizar que el número de libros que puedas leer en ellos sea el mayor posible.
- Evita cambiar de lector electrónico cada que sale una versión nueva.
- Si no usas tus lectores electrónicos puedes venderlos, incluso regalarlos a personas que sí podrían aprovecharlos.
- Bajo ninguna circunstancia descartes, quemes o botes libros. Eso devolverá al ambiente el carbono que tenían almacenado, además de otras sustancias contaminantes reconocidas.
Si tienen otras recomendaciones, no dejen de escribirme al correo zuluagajorge@gmail.com, para, si es del caso agregarlas, a esta lista y por supuesto aplicarlas sin demora.
Referencias y notas del autor
[1] Según la wikipedia, este término del argot japonés se originó en la Era Meiji (1868-1912), y se le puede encontrar impresa por lo menos desde 1879. Proviene de la unión de los términos tsunde oku (積んでおく?), que significa apilar cosas para más tarde y dejarlas ahí, y dokusho (読書?), que significa leer libros. En su grafía actual, la palabra combina los caracteres o kanji de «apilar» (積) y «leer» (読)”, del original: https://es.wikipedia.org/wiki/Tsundoku.
[2] Wells, J. R., Boucher, J. F., Laurent, A. B., & Villeneuve, C. (2012). Carbon footprint assessment of a paperback book: Can planned integration of deinked market pulp be detrimental to climate?. Journal of Industrial Ecology, 16(2), 212-222. Disponible en línea aquí:
[3] Para algunos datos sobre el negocio editorial, tanto de libros electrónicos como de libros físicos, pueden consultar https://www.tonerbuzz.com/blog/paper-books-vs-ebooks-statistics/.
[4] Por paradójico que parezca, el mercado del libro físico está dominado hoy por los más jóvenes, que prefieren destinar el uso de sus dispositivos tecnológicos no tanto para la lectura como para el resto de sus vidas hiperconectadas.
[5] Para una lista exhaustiva de estadísticas sobre la industria del papel y su huella ambiental pueden consultar https://www.tonerbuzz.com/facts-about-paper/.
[6] Para un artículo sobre la falta de papel para libros debido a la inmensa demanda de tiendas como Amazon lea: https://elpais.com/cultura/2021-10-20/la-falta-de-papel-amenaza-la-industria-del-libro.html.
[7] Para algunas cifras perturbadoras sobre la deforestación consulte: .
[8] De un pino de 15 metros de alto y 20 centímetros de diámetro se extraen aproximadamente 10.000 hojas de papel que son aproximadamente las mismas que contienen unos 50 libros.
[9] Para la huella de carbono del transporte de libros impresos por avión y las implicaciones que esto tiene en la preferencia de la lectura en dispositivos electrónicos sobre los libros impresos pueden leer esta columna: https://www.greenbiz.com/article/why-book-publishing-industry-hates-ipad.
[10] Para estadísticas interesantes sobre los libros electrónicos y su comparación con los libros físicos, así como su huella ambiental pueden consultar está interesante colección de datos .
[11] Si asumimos que el impacto por emisiones y por consumo de energía de un lector electrónico es igual al de la fabricación de 100 libros impresos, pero sumamos al impacto de la fabricación de estos últimos, el impacto por el transporte, el resultado se reduce a la mitad: 50 libros impresos.
[12] Esta es una cifra bastante discutible que asume un promedio de lectura de 10 libros por año, por 50 años. La realidad puede ser, naturalmente, más compleja y que yo sepa una estimación más seria de cuántos libros podría leer una persona en la vida, no se ha hecho todavía. Tal vez es el momento de hacerlo.
[13] En un caso extremo de coleccionismo, la biblioteca personal de Umberto Eco tenía alrededor de 50.000 libros, una decena de ellos verdaderos incunables. Aún así, el mismo Eco declaraba que por supuesto no los había leído todos y no pensaba hacerlo. Para curiosidades sobre Eco y su relación con los libros pueden leer esta columna https://lapiedradesisifo.com/2016/02/25/11-curiosidades-que-quiza-no-sabias-sobre-umberto-eco/.