En dos días de trabajo resulta difícil revertir los problemas ambientales causados durante décadas, pero el Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ha logrado alinear algunas de las fuerzas más poderosas contra el cambio climático.
Con resultados concretos en su geopolítica de seguir siendo un líder global y sentar en la misma mesa, así fuera virtual, a rivales del peso de China y Rusia, Biden no sólo le puso techo a su acción climática, comprometiéndose con un programa de reducción de gases efecto invernadero de entre el 50 y 52 por ciento a 2030, sino que además le colocó el sello: las energías limpias como fábricas sostenibles y de generación de empleos “aún no imaginados”.
“Habrá gente trabajando en campos que aún no hemos imaginado, en granjas y fábricas, en laboratorios y universidades. Es una oportunidad que se abre para crear millones de empleos bien pagados en todo el mundo”, sostuvo Biden.
Y para justificar su afirmación, tal como ya lo había hecho ante la ONU hace varios meses, el Presidente de los Estados Unidos acudió a otro de sus grandes aliados, Bill Gates, el dueño de Microsoft, quien advirtió que las tecnologías que se usan hoy no permitirán alcanzar las nuevas metas de reducción de los gases de efecto invernadero y será necesaria la unión de los sectores público y privado para asegurar millonarias inversiones en ese campo.
Y con Gates de segundo en la avanzada, después llegó el ex secretario de Estado John Kerry, el Zar del Clima de los Estados Unidos, para decir sin tapujos que “no habrá un solo político, demagogo o populista, que vaya a cambiar el modo en que los mercados se están moviendo hacia una economía sostenible y verde”.
Dinamarca toca la mesa
Este segundo y último día de la Cumbre por el Clima tuvo la participación de otros líderes de Estado y fue la primera ministra de Dinamarca quien mejor aprovechó el momento de efervescencia que se vivía después de los innegables y valiosos compromisos de las grandes potencias en torno a sus nuevas metas contra el calentamiento global.
La premier Mette Frederiksen defendió su propuesta de “islas de energía” como una fuente fiable y duradera de electricidad usando plataformas eólicas en el Mar del Norte.
“Imaginen que están volando por el mar del Norte. Cientos de turbinas eólicas aparecen en el horizonte. A medida que se acercan, ven una isla, una isla creando electricidad limpia, combustibles limpios, innovación verde para millones de hogares europeos”, dijo Frederiksen.
La iniciativa danesa es uno de los programas más ambiciosos iniciados por las más grandes economías europeas y España, particularmente, viene adelantando millonarias inversiones en ese tipo de sistemas energéticos.
En 2017, seis países de la UE firmaron un acuerdo para crear una granja eólica en medio del mar del Norte, a través de la operadora holandesa TenneT.
La idea es instalar miles de molinos de viento, cuyo centro será una isla artificial de 6 kilómetros cuadrados. En ella estarán los conversores que transformarán la corriente alterna proveniente de los generadores eólicos en corriente continua. Pero también habrá un puerto y un aeropuerto.
Dicho campo eólico está pensado para entregar energía a Holanda, Bélgica, Alemania, Dinamarca, Noruega y Reino Unido. El objetivo es reducir costes y propiciar que las energías renovables sean más rentables. El valor estimado es de 1.760 millones de dólares y estaría en funcionamiento en 2027.
De hecho, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, otro de los invitados por Biden, celebró el regreso de EE.UU. al Acuerdo de París como “la única manera de sobreponernos a esta amenaza existencial de nuestro tiempo”, reconociendo el liderazgo estadounidense contra el cambio climático.
Sánchez puso el énfasis de sus programas y pidió seguir esa línea, al decir que la descarbonización debe tener como centro a las personas y apoyar las regiones afectadas. “El mundo nos está pidiendo poner fin a la expansión de los combustibles fósiles. Queremos decir que escuchamos y estamos decididos a tomar medidas”, recalcó.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, por su parte, prometió que en 2025 su país ya “no quemará carbón” en sus centrales de producción eléctrica y que para final de la década “un tercio” del suministro provendrá de energías renovables, lo que supone una gran alianza con los Estados Unidos, su gran aliado en Oriente Medio.
Será suficiente
Antes de finalizar la Cumbre, Biden volvió a hacer uso de su diplomacia y aplaudió la disposición mostrada por los asistentes, pero citando las palabras del presidente ruso, Vladimir Putin, de trabajar de la mano con Estados Unidos en la lucha contra el cambio climático, pese a las tensiones por la expulsión, de bando y bando, de algunos de sus diplomáticos.
“El presidente Putin y yo tenemos nuestros desacuerdos, pero está hablando de cómo capturar carbono del espacio. Tiene todo el sentido: por mucho que el presidente de Rusia y yo no estemos de acuerdo, estas dos grandes naciones pueden cooperar para lograr soluciones”, subrayó Biden.
El encuentro terminó con muchas sonrisas virtuales, pero también con algunas caras de escepticismo y cautela por lo ambicioso de las metas pactadas por los 40 líderes globales, debido a que están frescos los lánguidos resultados alcanzados hasta ahora, cinco años después de haber entrado en vigencia el Acuerdo de París de 2015. Ninguno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) podrán alcanzarse a 2030.
La pregunta, que sigue siendo la misma, es si “es suficiente” este paso. Y la respuesta la dio el propio enviado especial para el clima, John Kerry: “No, pero es lo mejor que podemos hacer hoy y una prueba de que podemos comenzar a avanzar”.
Más nos vale como especie que así sea.