Huracanes: mirémoslos por el lado bueno

¿Tienen algo positivo los ciclones, las tormentas y los huracanes? Pues, sí, aunque ahora resulte imprudente hablar de la soga en casa del ahorcado. Los daños y estragos provocados por Iota sobre buena parte del Caribe, en especial en Providencia y San Andrés, desacreditan estos fenómenos climáticos, pero el planeta los necesita tanto como los bosques, los ríos, los océanos para contener el calentamiento global. Les explicamos cómo funcionan del lado positivo los huracanes.

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¿Es posible pensar que tienen algo bueno los huracanes después de ver las imágenes devastadoras que provocaron sobre Providencia y San Andrés la semana pasada, cuando Iota pasó en horas de ser un intenso aguacero a un huracán categoría 5, la más alta en la escala, dejando una estela de destrucción, damnificados y muertos, sobre todo en su huida por Centroamérica?

 

Y, claro, no resulta fácil hacerlo, pero sí es necesario entender que los huracanes, como fenómenos ligados a los ciclos del planeta, tienen y cumplen un papel trascendental dentro del ecosistema de la Tierra, en especial, mantener un equilibrio en la temperatura entre la zona del Ecuador y los polos norte y sur. Veamos.

 

Desde el punto de vista metereológico, sobre los 30 grados al norte y al sur de la zona del Ecuador, se concentra mucha energía solar, pero en los extremos, en los polos, hay poca. Es decir, la línea del Ecuador es más caliente y los polos muy fríos. Lo valioso de los huracanes es que permiten mantener un equilibrio entre ambas zonas, pues de lo contrario, en la zona ecuatorial las temperaturas serían cada vez más calientes y los polos serían cada vez más fríos, gracias a que llevan calor a los polos y producen lluvias en el trópico.

 

El desequilibrio de las temperaturas siempre existirá, debido a la orientación del eje polar del planeta. El ecuador de la Tierra recibe más energía solar, llamada insolación, que cualquier otra latitud en un promedio anual. Esta insolación eleva la temperatura del océano, que a su vez, calienta el aire por encima y lo mantiene más cálido durante el otoño. Los huracanes, debido a su tamaño e interacciones con los niveles superiores de la atmósfera, son motores muy eficientes de calor ecuatorial.

 

Los ciclones tropicales actúan como sistema de enfriamiento del planeta y ayudan a regular la temperatura de la Tierra. En 2005, una de las temporadas más fuertes de huracanes, la NASA registró en uno de sus satélites que Katrina y Rita enfriaron hasta 4ºC las aguas que quedaron en su trayectoria por los Estados Unidos, algo impensable bajo acciones humanas.

 

Lo que no hemos entendido es que por acción humana esos beneficios naturales se convirtieron en amenaza y tragedia, pues es evidente que la mayor fuerza destructora de estos fenómenos está ligada a los gases de efecto invernadero, en especial, por la emisión de CO2 proveniente de los combustibles fósiles, pero también por la deforestación, la contaminación de los océanos y la pérdida de biodiversidad.

 

No obstante, los huracanes, cuando se forman lejos de los centros urbanos y de las costas, llevan lluvias a zonas de sequía, aumentan el caudal de ríos y arroyos, arrastran los residuos, recargan acuíferos y arrastran nutrientes al mar.

 

En muchos lugares, donde aún no se dan los niveles de contaminación por residuos y plásticos, los ciclones tropicales funcionan como un ejército de escobitas del aseo, pues limpian las superficies de plantas invasoras, de sustancias químicas y residuos, oxigenando las aguas y regenerando los ecosistemas. Lo mismo sucede en tierra, pues los vientos huracanados hacen las veces de enormes podadoras de los árboles, limpian sus copos, y esparcen las semillas.

 

Los huracanes dispersan el follaje de los árboles, lo que ayuda a mitigar y evitar en muchos casos los incendios forestales.

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Los estragos provocados por el huracán Iota en Providencia pudieron ser menos graves si se hubiera hecho un desarrollo urbano teniendo en cuenta los ecosistemas. Foto: El País de Cali.

 

Qué debemos hacer entonces

Como ocurre con muchos otros fenómenos de la naturaleza, no existe una única respuesta ni una sola solución. Lo fundamental es armonizar nuestra relación con los ecosistemas y respetar los espacios en los que el hombre se encuentra con sus territorios, pero no explotándolos y destruyendo, sino conservándolos y protegiéndolos. Lo que el Papa Francisco llama una ecología integral en su encíclica “Laudato Sí”.

 

Y en esa relación armónica, las Soluciones basadas en la Naturaleza (SbN) juegan un rol determinante, pues conjugan el conocimiento científico con la esencia de los territorios, donde las visiones y los aprendizajes de las comunidades hablan el idioma de la biodiversidad.

 

Ahora que el país y buena parte de la comunidad internacional han tomado mayor conciencia sobre los riesgos de no tramitar una solución global contra el cambio climático, quizás la pandemia del siglo XXI, es necesario escuchar la voz de los expertos y de los científicos a la hora de tomar decisiones, en especial sobre la forma en que habitamos los territorios, cómo nos movemos, qué consumimos y cómo reutilizamos lo que compramos.

 

Los huracanes no tienen la respuesta, pero nos advierten de las consecuencias de no encontrar las soluciones efectivas para restablecer el equilibrio del planeta.

 

En el caso de Colombia, que por su ubicación se encuentra dentro de la ruta de los huracanes, es urgente y prioritario mejorar las mediciones de variables climáticas durante la incidencia de estos fenómenos, que están determinados por sus fuertes vientos, combinados con oleaje intenso y variaciones en la presión atmosférica circundante, que dan como resultado una modificación temporal de la superficie libre del mar, llamada marea de tormenta.

 

En 2020 se han presentado 29 tormentas tropicales, 8 huracanes de categoría 1 y 2, al igual que 8 huracanes de categorías 3, 4 o 5. Ello pone de manifiesto que las condiciones del clima en el planeta están cambiando. Y es que los huracanes, además de diversas variables meteorológicas, se forman y viven de las condiciones de temperatura que tenga el mar, es decir, entre más cálidas, más opciones tienen para mantenerse activos.

 

Colombia tiene un gran desafío en todo lo relacionado con la adaptación al cambio climático. Si bien ha habido avances como consecuencia de otras tragedias como las de Armero y el terremoto del Eje Cafetero, falta presencia estatal y políticas integrales que promuevan al país como potencia marítima y turística, sin exponer a la población.

 

Existen buenos y muchos ejemplos en la combinación de esquemas de protección rígidos y flexibles como instrumentos eficaces de protección y adaptación frente al cambio climático. Medidas que debemos intensificar en nuestro país para la protección de la población, la infraestructura y el medio ambiente, con la ciencia y el conocimiento de la mano con la naturaleza.

El satélite Sentinel-6, que la NASA lanzó el sábado, será fundamental para monitorear con alta precisión el comportamiento los océanos, en un 95 por ciento de la zona libre de hielo. Foto: Nasa.

 

Alguien nos mira desde arriba

De ahí que sea positivo también el hecho del despegue, el sábado pasado, del satélite Sentinel-6 Michael Freilich, que vigilará los cambios en el nivel del mar y otros datos relacionados con el clima.

 

El satélite euro-estadounidense, vinculado al programa europeo de observación de la Tierra Copérnico, es capaz de cartografiar cada diez días el 95 por ciento del océano libre de hielo, unos datos que pueden ser cruciales para combatir la crisis climática. El Sentinel-6 es el primero de dos satélites idénticos que ofrecerán mediciones clave de los cambios en el nivel del mar (el segundo se lanzará cinco años después).

 

El aumento del nivel del mar es una de las mayores amenazas a las que se enfrenta el planeta como consecuencia del cambio climático. Los datos satelitales muestran que el nivel medio mundial del mar ha subido algo más de 3 milímetros a 1993 y, lo que es más preocupante, el ritmo de aumento se ha acelerado en los últimos años.

 

Una vez seguro en órbita, el satélite, al cartografiar el 95% del océano libre de hielo del planeta cada diez días, ofrecerá información crucial para la oceanografía operacional y la climatología. Además de cartografiar la altura de la superficie marina para comprender los cambios a largo plazo, Sentinel-6 ofrecerá datos para aplicaciones operacionales de carácter práctico.

Por ejemplo, la misión medirá la altura significativa de las olas y la velocidad del viento, datos empleados para efectuar predicciones oceánicas a tiempo real que pueden utilizarse para la gestión sostenible de recursos marinos, la gestión del litoral y la protección ambiental o la industria pesquera. Con este proyecto se podrá, entre otros, extraer conocimiento sobre qué poblaciones son las que quedarán afectadas por el aumento del nivel del mar o sobre la erosión que sufre la línea de costa en todo el mundo.

 

Luego, los huracanes seguirán presentes, pero dependerá de nosotros mitigar sus estragos, pues la Tierra responderá de la misma forma en que la tratemos. Los huracanes no tienen la culpa de nuestras propias tormentas y nuestro poder destructor.

 

Luis Fernando Ospina.
Luis Fernando Ospina.

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