El Papa de la Tierra

Francisco amplió un pensamiento que une la protección del medioambiente con la ecología humana, como lo enseñaron Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Sabía que su texto iba a incomodar a grandes multinacionales de la minería, el petróleo, la agroindustria y el impulso al consumismo, que sostienen la hipótesis de que es el planeta el que genera en sus ciclos el calentamiento global.

Papa Francisco
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La Encíclica Laudato Sì sobre “El cuidado de la Casa Común” fue la primera que un Papa dirigió personalmente a cada habitante del planeta. El texto tomó el título del Cántico a las criaturas de Francisco de Asís: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre Tierra”.

 

El Papa Francisco ha sido insistente en el tema. En la homilía inaugural de su pontificado llamó a proteger la creación. En el primer encuentro con diplomáticos señaló la relación entre la paz y el cuidado de la Tierra. En Brasil instó a los obispos a proteger la Amazonía contra la codicia. A los campesinos los invitó a no maltratar la Tierra y reunió a los recicladores para agradecerles el cuidado del planeta.

 

En 2019 pidió que nos arrepintiéramos por el mal hecho a la creación. Ante organizaciones de base, criticó al sistema económico, que ataca a la naturaleza para mantener niveles frenéticos de consumo y advirtió que la creación no nos pertenece y no es propiedad privada de las minorías que tienen capital, sino un don maravilloso de Dios para ser cuidado en beneficio de todos.

 

En su visita a América Latina volvió a tomar el tema con fuerza. Criticó fuertemente el sistema económico que destruye la naturaleza y pidió a los pueblos originales del continente que ayudaran a proteger la Madre Tierra.

 

Francisco amplió así un pensamiento que une la protección del medioambiente con la ecología humana, como lo enseñaron Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Sabía que su texto iba a incomodar a grandes multinacionales de la minería, el petróleo, la agroindustria y el impulso al consumismo, que sostienen la hipótesis de que es el planeta el que genera en sus ciclos el calentamiento global.

 

El Papa no entró en el debate que se inició cuando circularon los primeros borradores de la Encíclica. Se apoyó, entre otros, en la Royal Society, la prestigiosa institución científica de Inglaterra, y en cerca de 800 expertos del Intergovernmental Panel on Climate Change, para señalar la seria responsabilidad humana en la concentración de dióxido de carbono, el basurero mundial de desechos, la destrucción de miles de especies, la crisis del agua y el efecto perverso sobre los pobres del mundo y sobre las generaciones futuras. Invitó a que, por estas causas humanas, asumamos las tareas que nos competen.

 

El documento papal salió en el momento oportuno: en vísperas de la Tercera Conferencia para Financiamiento del Desarrollo, en Adís Abeba, que tuvo lugar en julio de 2015. En los preparativos de la Asamblea General de la ONU sobre metas de desarrollo para el 2030, y antes de la Conferencia de París sobre Cambio Climático. Francisco quedó insatisfecho con la Conferencia de Lima: “Me defraudó por la falta de coraje. Esperemos que en París sean más decididos”, dijo a los periodistas en el vuelo de regreso a Roma, en 2015.

 

La Encíclica fue al fondo del problema: a partir de un recorrido por la crisis ecológica, apoyado en elementos científicos, tomó la tradición judeocristiana y los aportes de las otras religiones para dar una mirada espiritual e intentó llegar con libertad y valor a las raíces de la situación actual para abrirse al diálogo. Su entrada es tan fuerte que la prensa europea consideró que ponía en un nivel nuevo, ético, político y económico, el problema ecológico.

 

Laudato Sì critica directamente el sistema tecnológico, financiero y económico que se ha establecido a nivel mundial e invita a buscar otro modo de entender la economía y el progreso. Los puntos críticos podemos resumirlos así: el actual modelo mundial es insostenible, pues ha dejado de pensar en los fines de la acción humana, y una minoría se cree con el derecho a consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo, pues los sectores ricos de las sociedades han rebasado los límites máximos de explotación posible del planeta sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza.

 

Y es necesario hacer un cambio, de manera que en las intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los intereses de los grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de la vida y golpean, ante todo, a los pobres porque todo está interconectado. Es íntima la relación entre los pobres y la fragilidad del planeta. Al tiempo, muchos de los que tienen más poder económico parecen concentrarse en enmascarar el problema u ocultar los efectos fatales que están generando.

 

El Papa se refirió con especial atención a la responsabilidad que tenemos de proteger los territorios de mayor biodiversidad en el mundo. Como lo ha analizado el profesor y exministro de Ambiente, Manuel Rodríguez Becerra, Colombia ocupa el segundo lugar en el mundo en diversidad de especies, por la cantidad de ecosistemas distintos y complementarios, debido a la privilegiada ubicación geográfica en la esquina noroccidental de Sur América sobre la faja intertropical del globo. Por la forma como se abren los Andes en farallones, páramos, mesetas, piedemontes, altillanuras y valles profundos. Las costas sobre dos océanos y la conexión con sistemas fluviales de los más caudalosos del planeta, en un espacio donde todas las formas de vida dependen unas de otras y donde el concierto de microorganismos, como lo advierte el científico James Lovelock, interactúan en una corteza viva que va desde miles de metros bajo tierra hasta más arriba de los nevados de nuestras cordilleras para sostener, en conjunto, una impresionante y única biodiversidad.

 

El resultado es un jardín vivo diversificado, con un capital natural cuidadosamente estudiado por el equipo de biótica de la Universidad Nacional, del cual tenemos la responsabilidad de proteger y dejar acrecentado a las generaciones futuras del planeta, como nos lo ha recordado el Papa a los pueblos que vivimos en los pocos espacios que poseen esta singularidad en el conjunto de la Creación.

 

Proteger este jardín significa cuidar los páramos, montañas, bosques, ríos, humedales, ciénagas, playas y manglares, con la perspectiva regional e internacional de política y economía ecológica, que los profesores Martín Bermúdez y Duygu Avci presentaron en la Revista Javeriana, al analizar en terreno las luchas de los campesinos cundiboyacenses.

 

Colombia tiene la oportunidad privilegiada de acrecentar sistemáticamente esta masa orgánica de diversidad de especies, en una actividad productiva de capital biótico que puede absorber toda la mano de obra disponible en el país. Si lo hacemos, tendremos una acumulación de capital natural capaz de generar una cadena eficaz y sostenible de servicios ecológicos y de colocar al país con ventajas en el mercado mundial de bienes ecosistémicos de farmaceútica, confecciones, construcción, cosmético, latex, vestidos, corchos, papeles biodegradabes, etc; y, por supuesto, de manera inmensa, en alimentos y turismo.

 

La caída espectacular de los precios de los “commodities” alejó la inversión minera internacional y mostró la incertidumbre del desarrollo basado en extracción primaria. La coyuntura es un buen momento para reflexionar, detener proyectos minero-energéticos agresivos y considerar a fondo el lugar que nuestro territorio tiene, primero como receptáculo de vida en el planeta y luego como potencia económica biodiversa y sostenible en los mercados del mundo.

 

Esta riqueza natural de Colombia la recibimos de nuestros ancestros. Hoy, nosotros somos ancestros de los que vendrán en las próximas décadas. Decidimos por ellos y por ellas.

 

Entre tanto, el Papa Francisco no pierde ocasión para seguir llamando a las personas, las naciones y las autoridades mundiales a asumir esta inmensa responsabilidad con La Tierra que para él es la responsabilidad con la Creación y la misma causa de la dignidad y de la vida. Por eso suele repetir lo que escuchó de un campesino: “Dios perdona siempre, los hombres a veces, pero la Tierra no perdona nunca”.

 

(*) Este texto fue tomado y adaptado del que escribió el autor para el libro Abriendo Horizontes 8, del Centro de Fe y Culturas, previa autorización del mismo.

 

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Francisco José de Roux.
Francisco José de Roux.

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