La historia es apasionante por donde se le mire. Emociona, no sólo por los relatos, sino por la forma en la que se llegó a ella. Una fotógrafa que convence a una periodista de viajar al corazón del Río Jubones, una zona desértica de Ecuador, y conocer de primera mano, y al natural, cómo es que cuatro mujeres, sin conocerse entre ellas y a cientos de kilómetros de distancia una de la otra, han construido un innovador sistema de riego y de provisión de agua para poder cultivar y conseguir su alimentación.
Dos mujeres, una fotógrafa y otra periodista, uniendo las piezas mágicas de otras cuatro historias llenas de vida y, en especial, repletas de experiencias y ejemplos de cómo es posible enfrentar los estragos del cambio climático sin antes haber oído nada de ese tema y, menos, dimensionar los peligros que corremos de no adaptarnos y mitigar el calentamiento global como la gran amenaza del siglo XXI y, sobre todo, un elemento central en el acceso y el uso adecuado del agua.
Fue así como Isabela Ponce, editora del portal digital GK de Ecuador y la fotógrafa y documentalista independiente Ana María Buitrón de La Vega, lograron unir los puntos y encontrar la ruta del agua que hace años trazaron Blanca Atre, Adriana Tapia, Daisy Dota y Mélida Romero, las protagonistas del reportaje “Las mujeres que le ganaron al desierto”, ganador del Premio Ortega y Gasset a la Mejor Historia en 2021.
Un reconocimiento internacional, cuyos méritos son exclusivamente de sus autores y las protagonistas, pero que toca de cerca de Colombia, pues los fondos que permitieron hacer visible estas historias de resiliencia climática en Ecuador salieron del Fondo ODS para el periodismo en América Latina que preside la Universidad de Los Andes en Bogotá.
Isabela, tras el sendero del agua
La historia de Isabela es una historia universal que cumple a rajatabla aquello de que el cambio climático es un fenómeno global con alto impacto en lo local. La Sierra sur del Ecuador, uno de los países más biodiversos del mundo, es evidencia clara de cómo ocurren allí con más frecuencia temporadas secas más largas e intensas. Y lo más valioso: son las mujeres campesinas las que están liderando iniciativas para adaptarse a estas transformaciones del suelo y de la temperatura que tienen una consecuencia directa en su alimentación y la de sus familias, esto seguido de la aridez que está afectando la agricultura y la ganadería.
La ruta de Isabela demarcó la región del Desierto del Río Jubones, en las poblaciones Seucer, Yuluc y Manzanilla, donde Blanca, Adriana, Daisy y Mélida, trabajan cada día para llevar agua a sus cultivos y así poder alimentar a sus familias.
Al otro lado del teléfono, Isabela confiesa que tiene casi una obsesión por contar el cambio climático de forma que “conecte con la gente”, pues es un tema para muchos lejano y demasiado teórico.
Estas cuatro mujeres, desde el campo en Ecuador, sin tener conciencia real de la importancia del cambio climático, han desarrollado diferentes técnicas de regadío acordes a las medidas recomendadas para ahorrar y aprovechar el agua.
“No se dan cuenta de las grandes cosas que hacen. Ellas guardan agua para muchas personas y lo hacen de forma natural, desinteresadamente, sin ser conscientes del logro que supone”, dice Isabela, llena de emoción y de orgullo al conocer del premio en España.
Ella recuerda que la historia transcurre a través de la voz de las mujeres no “porque fuéramos a buscar mujeres, sino porque están ahí. Siempre han estado ahí, lo que pasa es que nunca antes les han preguntado. He querido contar historias de mujeres porque la labor de ellas en el campo siempre ha estado invisibilizada frente a la de los hombres”, asegura sin titubeos.
De hecho, algunos apartes del jurado que le concedió el Ortega y Gasset son claros al destacar “la detallada y precisa descripción del entorno en el que se desarrolla una historia de liderazgo de mujeres en un medio hostil. Tiene un enfoque original que resalta el papel preponderante de la mujer y la importancia de la visión comunitaria y la generosidad: las cuatro protagonistas, sin conocerse entre ellas y sin formación científica, trabajan pensando en el agua de los demás”.
Y vaya que lo hacen bien.
En el relato original de Isabela, la foto del momento es única:
“Las montañas cafés sequísimas parecen infinitas. Anchas, delgadas, redondas, puntiagudas, apuntan en todas las direcciones, formando el desierto de Jubones, un lugar tan árido e inhóspito que parece una postal lunar, y no un paraje andino donde viven, siembran y cosechan Blanca Atre, Adriana Tapia, Daisy Dota, y Mélida Romero, cuatro mujeres que no se conocen, pero que comparten una lucha diaria: llevar agua a sus plantaciones.
Sus parches son tan verdes que parecen retazos artificiales en el paisaje marrón de las 1.200 hectáreas del desierto de Jubones, enclavado en el sur del Ecuador que es, según el mapa de climas del Instituto Nacional de Metereología e Hidrología, seco y templado cálido. Por su topografía, altura (que estriba entre los 800 y 1.400 metros sobre el nivel del mar) y ubicación geográfica, la cuenca del río Jubones, tiene un ecosistema particular que hace que las corrientes de viento se lleven toda la humedad hacia la Costa, lo que lo vuelve desértico.
Ahí, en su aridez, crecieron Blanca, Adriana, Daisy y Mélida. Ahí, con una paciencia metódica y una dedicación inquebrantable, le han ido ganando terreno.
Todas viven de la agricultura y necesitan agua para regar sus sembríos, donde pasan largas jornadas bajo un sol riguroso. Todas, todos los días, hacen algo para llevar agua a sus tierras. Desde niñas ayudaban a sus padres campesinos y fueron aprendiendo, de a poco, el trabajo agrícola en esos valles secos rodeados de montañas secas. Pero lo que les enseñaron, hoy les funciona menos porque, según ellas, las temperaturas y la sequedad han empeorado”.
Las cuatro de Jubones
Isabela Ponce no sólo es periodista, sino que lleva años estudiando con juicio los fenómenos ambientales y de variabilidad climática en Ecuador y Perú.
Dice que Blanca, Adriana, Daisy y Mélida, no saben con certeza qué es el cambio climático. Tampoco están enteradas de que, según varios estudios, agravará las condiciones de vida de los agricultores como ellas, y que sus consecuencias más extremas, como las sequías, aumentarán el hambre y la malnutrición. Todos los días se adaptan a él pero desconocen que eso es lo que están haciendo con sus prácticas concretas para que las altas temperaturas, los soles intensos, la falta de lluvia y la sequedad del suelo no merme la producción de las cebollas, mangos, aguacates, limones, tomates, pepinos que cosechan para vivir.
Pero qué es lo que realmente hacen cada una de ellas y que las hace únicas.
El goteo de Blanca
Blanca encontró en el goteo un sistema eficiente y eficaz para conservar el suelo y aumentar su productividad en los cultivos. En su vida, dice, hay un antes y un después de esa técnica de riego. “Los tubos con agujeros se colocan a lo largo de cada surco y cada ocho días (más o menos, dependiendo del producto) se enciende la bomba y llega el agua. El goteo es menos trabajo porque se deja abierta la llave y se va a hacer otra cosa, a hacer el almuerzo”, dice en el reportaje de Isabela.
El goteo también es ahorro. Para regar sus cultivos, Blanca bombea el agua del río Jubones. Ponen una manguera gruesa en el río y con la fuerza de un motor, que funciona con un cilindro de gas de uso doméstico que cuesta 2 dólares e impulsa el motor por seis horas (un galón de gasolina les cuesta 1.85 dólares pero le dura apenas una hora). La tubería que absorbe el agua del río termina en un reservorio desde donde, del otro lado, sale el agua hacia los cultivos a través de mangueras y canales. Todo este recorrido, dice Jaime Sandoval, el esposo de Blanca, es de dos kilómetros.
La política de Adriana
Adriana hace parte de la parroquia de Yuluc y es una de esas líderes comunales sin pena de pedir y demandar la atención de los políticos.
Dice que el agua es algo que todos cuidan y además de ser la Presidenta de la Junta Administrativa del Agua Potable, Adriana es la Secretaria de la Junta de Agua de Riego y la Secretaria del Seguro Social Campesino. Fue la primera presidenta mujer de la Junta y teme que cuando deje el puesto, en un mes, la reemplace otro hombre.
“Pocas mujeres se arriesgan a participar en las elecciones, piensan que no pueden, que las van a criticar. Tenemos que crear más mujeres valientes, porque el agua es política”, dice en el reportaje.
La gran mayoría sino todos los habitantes de la cabecera parroquial Yuluc, donde vive Adriana, siembran y venden cebollas, que riegan con la técnica de inundación. Y a ella le creen. Durante años, ella ha hecho posible que gran parte de su localidad, de 400 habitantes, tenga agua para regar verduras que cosechan y venden para dar de comer a sus familias.
Los turnos del agua
Daisy Dota vive en el poblado de Seucer, que hace parte de la parroquia rural de Sumaypamba, del cantón Saraguro, de la provincia de Loja, y su entorno es visible desde lejos porque en medio del marrón del desierto aparece el verde de sus cultivos.
Isabela lo dice mejor. El degradé cromático es la prueba de que sus pobladores desafiaron la falta de lluvia y los suelos áridos. Estas condiciones ya difíciles aumentan con las amenazas climáticas que, en zonas como Seucer, se manifiestan como sequías.
Daisy usa los reservorios de agua como mecanismo de riego. “Cuando llega al reservorio, que está en una pendiente por encima de los cultivos, coloca una manguera negra, dura y ancha. El otro extremo lo pone sobre un canal de piedras que casi no se ve entre los cultivos, la tierra y otros árboles que hacen las veces de cercas entre los sembríos. Cuando la manguera está en la posición adecuada, abre la llave y el canal empieza a llenarse para empezar el riego de inundación”.
Hace apenas 14 años, Daisy y sus vecinos tienen agua de riego. “Antes había más agua de lluvia, pero bajó la lluvia y decidimos hacer algo. Toda el agua llega desde un canal que se nutre de tres vertientes “de arribísima”. Una parte del canal tiene tubería, otra cemento y otra, tierra”, cuenta en el reportaje de Isabela Ponce.
Todos han desarrollado maneras de cuidar el agua. Son 71 socios en la Junta de Regantes, y cada uno puede abrir “su llave” cada 8 días. Si alguien abre el paso del agua un día y hora que no le corresponde, debe pagar una multa de 20 dólares y devolver el agua a quien le tocaba el turno. Para que les dure esa semana y un poco más, tienen reservorios.
El Tablón: las formas del agua
Mélida Romero es dueña de una de esas manchas que está formada por cultivos de mangos, mandarinas, limones, naranjas, aguacates, guabas, alfalfa, cebollas, pimientos y al menos una docena más de productos. Para regarlos, utiliza riego por inundación, por goteo, por aspersión, por microaspersión.
Al comienzo todo era por inundación. Después, le recomendaron que con el goteo ahorraría, entonces probó. “Luego me di cuenta que el de goteo salía muy poquito para plantas medianas y lo cambié a microaspersión”, dice.
Mélida no sólo ha aprendido a innovar con los cultivos. Aprendió a preparar bioinsumos orgánicos sólidos y líquidos para mejorar la calidad del suelo. Esa, un suelo pobre, poco fértil, sin nutrientes, y no la falta de agua, es la mayor amenaza a los cultivos de El Tablón.
(*) Con información de GK.