Café, cosecha bajo la sombra del cambio climático

Colombia comienza su segunda temporada de recolección de café en medio de una pandemia que deja estragos por todos lados, pero en especial sobre la salud y la economía del país. Las amenazas sobre los sistemas productivos no terminan con la mitigación del COVID-19, porque aún existe un enemigo más devastador: el cambio climático. ¿Estamos preparados? Está en juego la supervivencia de 120 millones de personas que viven del café en el mundo. Colombia espera recolectar 7.5 millones de sacos y recibir ingresos por 5.5 billones de pesos.

 

Juan Valdez y su mula Conchita, íconos mundiales del café de Colombia, se acaban de poner mascarillas como muestra evidente de que la pandemia por el coronavirus es un asunto grave y hay que tomárselo en serio, tanto como habrá que hacerlo con el cambio climático, quizás la peor amenaza para la supervivencia del planeta en este siglo.

 

Ahora, cuando comienza la segunda temporada de recolección de la cosecha cafetera, las sombras sobre el futuro del sector son cada vez más oscuras y demandan acciones inmediatas para evitar que uno de los productos bandera del país se diluya como témpano de hielo bajo el calor abrasador o entre las copiosas lluvias provocadas por el cambio climático, cada vez más evidente en términos de variabilidad climática.

 

Bajo esa sombra climática, la cosecha de café del año en nuestro país se convierte en una fuente de salvación para cerca de 165 mil recolectores repartidos en 850 mil hectáreas y 540 mil familias cafeteras en 600 municipios, más de mitad de Colombia, que esperan una producción de 7.5 millones de sacos e ingresos por 5.5 billones de pesos.

 

Al finalizar el año, la Federación de Cafeteros espera haber logrado una producción de 14.5 millones de sacos e ingresos por 9 billones de pesos. El comercio de café en el mundo vale cerca de 100 mil millones de dólares por año y beneficia a 125 millones de personas en 80 países.

 

¿Estamos preparados?

Los antecedentes no son buenos. Colombia y buena parte de América Latina y Centroamérica ya sufrieron los rigores del llamado fenómeno de La Niña, que provocó precipitaciones de lluvia e inundaciones históricas entre 2009 y 2011, cuando la región perdió, en promedio, el 55 por ciento de toda la cosecha cafetera. En Colombia, los daños costaron no menos de 11 billones de pesos, casi dos puntos del PIB nacional.

 

En el segundo semestre de 2015, en cambio, el país se vio afectado por una ola de calor y de sequías que se extendió hasta 2016, con pérdidas incalculables para los sectores agrícolas, incluido el café, cuya cosecha se redujo en promedio del 17 por ciento anual, una cifra muy inferior a los daños causados en Centroamérica y en Brasil, con índices entre 35 y 50 por ciento, como sucedió en El Salvador, Guatemala y Honduras.

 

Los pronósticos, salvo escasas excepciones, estiman que el área apta para el cultivo del café en el mundo podría reducirse un 50 por ciento a 2050, debido al cambio climático, pues habrá temporadas de más precipitaciones de lluvia, con más frecuencia, y de más altas temperaturas, con lo que se afectarán las condiciones para el cultivo del grano y aparecerán muchas y más agresivas enfermedades, entre otras la roya.

 

Los escenarios presentados hace casi un lustro por el IDEAM sobre cambio climático advirtieron que para finales de siglo, la temperatura promedio de Colombia podría aumentar 2.14 grados Celsius, en el mejor de los pronósticos, y de hasta 4ºC si se mantienen los índices de emisión de los Gases de Efecto Invernadero (GEI).

 

El nivel del mar aumentaría de forma tal que afectaría a las poblaciones y ciudades costeras, provocaría el derretimiento o desaparición de nevados y glaciares, así como la reducción en la productividad agropecuaria. Los páramos, que le proveen agua al 85% de los colombianos, también estarían en riesgo de desaparecer.

 

La vulnerabilidad de los territorios generada por la deforestación, la destrucción de páramos y humedales tendría efectos directos sobre la producción de café en términos promedio entre 16 y 20 por ciento, situación que haría inviable la producción del grano, pues los costos asociados a la disposición de nuevas tierras, más tecnología e investigación y más fertilizantes no sería sostenible, en especial para los pequeños productores que, incluso, trabajan a pérdida por razón de los precios internacionales que se fijan en la Bolsa de Nueva York y dependen de la cotización del dólar.

 

El café no sólo ha sido un producto de exportación, sino un símbolo de la riqueza natural del país y un motor de transformación social, económica, política y cultural de Colombia. Foto. Hernán Vanegas.

 

El café arábigo tiene su genoma

Aún así, Colombia, por fortuna, es uno de los países de América Latina que mejor se ha venido preparando en la adaptación y mitigación de los efectos de la variabilidad climática, no sólo renovando cafetales (en 2019 se renovaron cerca de 90 mil hectáreas), sino invirtiendo importantes recursos en investigación sobre nuevas variedades de café y compra de tecnología de punta.

 

La Federación Nacional de Cafeteros, en coordinación con el Centro de Investigaciones del Café, Cenicafé, ubicada en Chinchiná, Caldas, dispone de un avanzado centro de conocimiento, estaciones metereológicas, un sistema de alertas tempranas y 1.500 técnicos por todo el país que asesoran a los agricultores.

 

Uno de los avances más representativos y que son ejemplo en el Hemisferio es la identificación del genoma del café tipo arábigo (que representa el 70% de la producción mundial) que hizo Cenicafé y que sirvió para producir nuevas variedades, entre ellas la Silvestre y Castillo, especies resistentes a la roya y capaces de crecer bajo condiciones extremas del clima. A los cultivadores, Cenicafé les vende bultos con más de 35 semillas diferentes de café.

 

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) también viene ofreciendo asistencia técnica y líneas de financiación para que los productores puedan acondicionar sus territorios a las nuevas amenazas por el cambio climático, entre otras, recomendando sembrar en áreas a mayor altura a las que hasta ahora se han utilizado.

 

El aumento de la temperatura en promedio de 0.3 grados por década en el país obliga a que los caficultores tengan que comenzar a buscar zonas de montaña por encima de los 1.600 metros y 17 y 23 grados, cuando históricamente han sembrado sobre los 1.200 y 1.300 metros de altura. Esa condición, no obstante, representa una amenaza para ecosistemas estratégicos de bosques y páramos, por lo que es necesario invertir cuantiosos recursos en programas de reforestación y protección de la biodiversidad.

 

El café no sólo necesita de buenas condiciones de temperatura y humedad, sino que depende de los polinizadores para la floración, entre ellos las abejas, que también están en riesgo de extinción por los cambios climáticos, la deforestación de los bosques y el tráfico de flora y fauna.

 

Los caficultores vienen utilizando sistemas de terrazas para disminuir la erosión en los suelos, plantaciones con diseños que evitan la escorrentía y favorezcan la infiltración y retención de nutrientes. Están usando técnicas de agricultura inteligente para controlar las plagas y monitorear el nivel de clorofila para identificarlas y tomar medidas de forma temprana.

 

¿Qué está en juego?

Intercalar cultivos con árboles para proporcionar sombra o trasladarse a alturas más elevadas y frescas podría contrarrestar las temperaturas más altas, entre 300 y 500 metros más arriba, dependiendo de su ubicación actual para sobrevivir.

 

En Colombia, la producción podría trasladarse a mayores alturas, pero, usualmente, estas zonas son de reserva natural, están cubiertas de bosques y albergan comunidades indígenas y ambientes biodiversos. En el caso de Colombia, el Estudio de Impactos Económicos del Cambio Climático en Colombia (DNP-BID, 2014) afirma que de no adaptarse al cambio climático, los efectos sobre la economía nacional serían significativos.

 

En cinco sectores (agricultura, ganadería, pesca, forestal y transporte) y otros que aportan a la economía del país a través de la provisión de servicios ecosistémicos (agua y especies nativas), que representan 4,3% del PIB, se podrían generar pérdidas en el período 2010-2100, equivalentes a 3,7 veces el PIB actual. Un punto del PIB equivale a 10 billones de pesos.

 

Así las cosas, el café está servido y de la forma cómo mantengamos la mesa natural en los territorios dependerá su sabor. Tenemos todo y estamos a tiempo para seguir saboreándolo o entrar al club de los países de tragos amargos que no actuaron a tiempo y se vieron sorprendidos, no sólo por el COVID-19, sino por el cambio climático, más devastador y duradero que todas las pandemias anteriores si no se actúa de inmediato.

 

 

Luis Fernando Ospina.
Luis Fernando Ospina.

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