¿Qué tan saludable es promover modos de transporte activos, como la bicicleta, teniendo en cuenta la cantidad de contaminantes PM 2,5 que hay en la atmósfera de Bogotá? Esta fue la pregunta inicial planteada al iniciar el Proyecto Ithaca ‘Exposición a contaminantes atmosféricos y su relación con la salud de los usuarios en microambientes de transporte motorizado y no motorizado en Bogotá’. Sus resultados se entregaron el pasado 30 de noviembre.
La investigación, en la que intervienen profesionales del Instituto Nacional de Salud (INS), la Universidad de los Andes y la Universidad Manuela Beltrán, con el apoyo de varias secretarías de la Alcaldía de Bogotá, se planteó en 2018; y desde 2020 se desarrolló con 155 mediciones que se hicieron hasta agosto de 2021 sobre cuatro ejes viales de la ciudad.
Las calles que sirvieron para realizar el estudio fueron la 116, autopista Sur, avenida Cali y la Medio Milenio. Sobre estas vías se midieron los valores de distancia y tiempos de viajes en diferentes puntos y se hizo, además, una valoración de el estado de las vías por las que se movilizan las bicicletas, ya fuese en ciclorruta o en carril compartido con vehículos a motor. En este trabajo participaron de las evaluaciones 300 habitantes de Bogotá, de una población inicial de 2.000 personas, que no tuvieran pasado de consumidores de tabaco ni que hubieran padecido COVID-19.
El deterioro
Según el investigador Jeadran Malagón Rojas, coordinador del Grupo de Salud Ambiental y Laboral de la Dirección de Investigación del INS, y coordinador del proyecto, el fenómeno de contaminación se está viendo en América Latina en los últimos 60 años por los proceso migratorios a las ciudades. Y con la expansión de las urbes viene la demanda de modos de transporte y, por ende, el deterioro de la calidad del aire.
Y en ese deterioro, las partículas de menos de 2,5 micras, que son las que atañen en esta investigación, tienen elementos como el carbono negro, que es un componente de las emisiones al aire que tiene una gran capacidad de absorber la luz. Es asociado con cáncer de pulmón, vejiga y enfermedad isquémica del corazón, entre otras patologías.
De acuerdo a cifras del INS unas 16.000 muertes son atribuibles a la contaminación del aire cada año en Colombia. Y, como si fuera poco, el 16% de las muertes por EPOC y Enfermedad Isquémica de Corazón (EIC) se asocian al PM 2,5.
“Sabemos que la actividad física es beneficiosa para la salud, pero que la contaminación del aire tiene efectos adversos. Entonces, ¿Son mejores los efectos de la actividad física en el contexto de una ciudad cómo Bogotá con unos niveles de contaminación tan considerables?”, cuestiona Malagón.
Según la investigación, para que una persona empiece a sentir efectos adversos para su salud en una ciudad como Bogotá, si el aire tuviese una concentración de 50 microgramos por metro cúbico (que es el doble de lo que tiene la capital), debería pedalear por unos 300 minutos continuos.
Los microambientes
Además, hay que tener en cuenta, según Malagón, tal y como lo plantea la investigación, que es fundamental evaluar lo que sucede en los microambientes de transporte, que son los lugares en los que se tiene una exposición más alta en periodos más cortos. Por ejemplo el esperar un bus en una parada de Transmilenio o en una paradero de bus tradicional.
En ese sentido, la investigación concibe los microambientes como espacios geográficos, que pueden o no ser colectivos, lo que no lo limita al aspecto personal (que está dado por variables vinculadas al modo de transporte, estilos y modos de vida), que configura patrones de exposición y concentración a la contaminación del aire y que influencia los efectos sobre la salud respiratoria.
Otro elemento a tener en cuenta es que los contaminantes no tienen una distribución uniforme en el espacio de la ciudad. Por eso están identificadas unas zonas en las que hay concentraciones mayores de contaminantes.
También, y este es un punto muy importante, es que la altura sobre el nivel del mar tiene una incidencia fuerte en el funcionamiento de los motores. Y los vehículos más antiguos liberan una mayor cantidad de PM 2,5 a la atmósfera.
El estudio, que es de tipo mixto secuencial explicativo, involucró a hombres y mujeres mayores de 18 años sin antecedentes patológicos respiratorios que usaran algún modo de transporte.
En la investigación, dentro del componente de ‘Exposición personal y dosis inhalada’, según la investigadora Daniela Méndez del INS, las mediciones presentan una gran concentración de hollín producido por el diesel. Las concentraciones más altas observadas se presentan en la autopista Sur y las más bajas en la calle 116, según los resultados de exposición personal.
En ese sentido, el estudio, en el citado componente dejó en claro que entre semana hay concentraciones de PM 2,5 unas 2,2 veces mayor que los domingos en la exposición personal a este tipo de contaminantes. Además, dice la investigación que los niveles de contaminación son mayores para los pasajeros de buses que para quienes van en bicicleta. Estos resultados de este segmento del estudio se tomaron con muestras de 155 monitoreos.
Para las bicicletas, el proyecto concluyó que influye en la exposición personal de quienes viajan en este tipo de vehículos variables como el tipo de la vía, dirección del flujo, estado de la vía, carriles, intersecciones o puentes y el ancho de la vía comparado con el alto de los edificios.
Esta es apenas una parte de este estudio que tiene diferentes componentes y fue realizado por los investigadores Jeadran Malagón Rojas, Diana Pinzón Silva, Luisa Lagos, Andrea Rico, Julia Edith Almentero, Yesith Tolosa Pérez, Daniela Méndez, Claudia Portilla, Andrés García y Elena Parra Barrera por el Grupo de Salud Ambiental y Laboral del INS.
Por la Universidad de Los Andes participaron los investigadores Ricardo Morales Betancourt, Olga Lucía Sarmiento, Luis Jorge Hernández, Hanna Soto y María Wilches. Y por la Universidad Manuela Beltrán, Sol Angie Romero, Diana Zona y Paola Castiblanco.