Estaba todo para celebrar, pero la violencia contra los defensores del medio ambiente y los guardabosques en Colombia aplazó la ocasión. Ella está en Guainía, pero uno de sus compañeros fue gravemente herido el miércoles en Santa Marta, en la reserva El Dorado. Una vez más, la desgracia ronda la vida de Ninfa Estella Carinialli, pero no matará sus sueños, porque la comunidad internacional la ha reconocido como una de las 10 mujeres guardabosques más importante del mundo.
Así es. Entre unos 630 proyectos individuales y grupales de más de 60 países, Ninfa acabó de recibir el Global Ranger Award que otorgan la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y la Comisión Mundial de Áreas Protegidas (CMAP), que preside la reconocida colombiana y exdirectora de Parques Nacionales, Julia Miranda.
La historia de Ninfa es apasionante y de vértigo, pese a sus 30 años. Como la deidad de las aguas, los bosques o las selvas de la mitología griega, sus raíces están ligadas a sus orígenes indígenas y a su profundo amor por la naturaleza y sus inquilinos.
Ninfa es una de las mujeres conservacionistas que en las profundidades de la selva y en medio de todas las amenazas juntas, ha logrado preservar la vida dentro de un área de 2.596 hectáreas que estaban en riesgo de colonización ilegal en el Guainía y convertirlas en la reserva natural del Águila Arpía, gracias al trabajo con la Fundación ProAves, que, a su vez, es una fábrica de liderazgos femeninos en torno a la protección de la naturaleza en Colombia.
Un referente femenino internacional
Sara Lora es la directora de esa Fundación y no esconde el orgullo, no sólo por tener a Ninfa en sus filas, sino por lo que representa el premio para las comunidades y los líderes ambientales que todos los días se juegan la vida por proteger los ecosistemas en las zonas más remotas del país.
“Ninfa ha demostrado ser un ejemplo de resiliencia y valentía, pues a través de su trabajo y amor por la conservación es un modelo por seguir para muchas otras mujeres jóvenes de todo el mundo. Para ProAves, las mujeres somos fuerza, pasión y energía, por eso es muy importante que sigamos aportando desde todos los ámbitos para la protección de la biodiversidad y que nuestra voz sea escuchada”, asegura Sara.
El Global Ranger Award, entonces, es una oportuna medalla en su cuello, pero no un antídoto contra la tristeza, porque lo hubiera querido recibir al lado de dos de sus más grandes tesoros: su hijo y su esposo. El primero, Johan Sebastián, murió ahogado en el río Guaviare en 2019; y Rufino José, la pandemia del coronavirus no le dio tiempo para salir a tiempo de la reserva y falleció el año pasado.
Ella tampoco pudo salir a recibir el premio ni menos a caminar por alfombras, porque madruga todos los días a recorrer a pie limpio el bosque seco, o en lancha de madera las riberas de un cordón líquido que se extiende a lo lejos entre el verde de las áreas de amortiguamiento de la Reserva Natural Nukak, una de las últimas franjas de selva tropical desprotegida en la Amazonía colombiana.
Y como lo que se hereda, no se hurta, otro de sus hijos, Darwin, de 10 años, ha recogido el testigo de su padre para continuar la carrera por la defensa de los ecosistemas. A través de la aplicación eBird, ella y el pequeño hacen recopilación permanente sobre las aves de la región y las clasifican con la precisión de un relojero. Es más, es tanta la pasión, que están realizando talleres con otros jóvenes de la Reserva sobre claves de avistamiento y colocación de cámaras trampa.
Ninfa realiza diariamente vigilancia de linderos por río y tierra (monitoreo de especies de aves), hace el mantenimiento general de las instalaciones de la reserva, al tiempo que trabaja como lideresa comunitaria y de divulgación y cuida un vivero de árboles para la reforestación.
Su profundo conocimiento ancestral y los aprendizajes al lado de su “eterno” Rufino, Ninfa tiene la sensibilidad del viento, la fuerza de los jaguares, el arrojo de los monos y el ojo del águila, atributos, todos, puestos al servicio de la conservación de la Amazonía.
Una vocación genuina, pero no exenta de riesgos y amenazas. De temores y ausencias. Pero, en especial, una herencia que lleva atada a sus sueños y esperanzas de estar haciendo de sus 2.596 hectáreas un lugar mejor para vivir y seguir luchando por un planeta en armonía con la naturaleza, tal como lo están haciendo sus compañeros guardabosques de Zambia, Myanmar, Madagascar, Cambodia, Georgia, India y Rusia, que también fueron galardonados por la UICN y la CMAP, en colaboración con la Federación Internacional de Guardabosques, Global Wildlife Conservation y Conservation Allies.