En casi 30 años, el planeta ha perdido 420 millones de hectáreas de bosques, es decir 14 millones por año, mientras como humanidad demandamos 1.6 veces más los servicios que la naturaleza nos puede proveer. Todo un contrasentido que explica, en parte, la triple crisis: crisis climática, crisis por contaminación, crisis por pérdida de la biodiversidad.
Luego, y hay que seguir insistiendo, no resulta posible conseguir resultados distintos si seguimos haciendo lo mismo que hemos estado haciendo hasta ahora.
El informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Organización de las Naciones Unidas para Alimentación y la Agricultura (FAO) que se acaba de divulgar pone como techo la meta de rehabilitar a 2030, al menos, 1.000 millones de hectáreas de tierra degradada para garantizar la seguridad alimentaria y prevenir otras catástrofes, incluidos los océanos.
Esos 1.000 millones de hectáreas equivalen a una superficie similar a todo el territorio de China y para lograr recuperarlas se necesitan no menos de 200 mil millones de dólares por año, partiendo del hecho de que no se seguirán deforestando enormes cantidades de bosques ni contaminando los mares ni generando más emisiones de gases de efecto invernadero.
Según el estudio “Restauración de los ecosistemas en beneficio de las personas, la naturaleza y el clima”, estamos utilizando alrededor de 1,6 veces más servicios de los que la naturaleza puede proporcionar de manera sostenible, en tanto que en los océanos, que constituyen el 70% del planeta, dos tercios de sus ecosistemas están dañados, degradados y modificados, y sufren una alta contaminación por plásticos.
Tierra arrasada
La ONU señala que de 1990 a la fecha se han perdido 420 millones de hectáreas de bosques y que los países no han avanzado lo suficiente para cumplir las promesas de aumentar un 3% la superficie total de bosques en el mundo para 2030.
“Los esfuerzos de conservación no son suficientes por sí solos para prevenir el colapso de ecosistemas a gran escala y la pérdida de biodiversidad”, alertaron el PNUMA y la FAO, y subrayaron la urgencia de que los países reprogramen su recuperación tras el COVID-19 y se alejen de los subsidios masivos al carbono y a los sectores relacionados con combustibles fósiles, mientras siembran bosques.
La degradación de esos ecosistemas viene afectando el bienestar de unos 3.200 millones de personas, es decir, el 40% de la población mundial.
Cada año se pierden servicios de los ecosistemas por valor de más del 10% de nuestra producción económica mundial, estipula la ONU, sin que la comunidad internacional entienda y acepte que “cada dólar invertido en la naturaleza se multiplicaría por 30 en términos de beneficios económicos”.
El informe, que coincide con el inicio del Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030), marca una hoja de ruta posible y segura en la imperiosa necesidad de restaurar la naturaleza para cumplir con el objetivo del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura promedio global a 1,5°C con respecto de los niveles preindustriales.
Como se recordará, a comienzos de la semana, otro organismo de la ONU como es la Organización Meteorológica Mundial (OMM), advirtió que todos los pronósticos apuntan a que estamos entrando en el camino de superar esos límites y el próximo lustro sería el más caluroso del que se tenga registro.
Aunque la receta es diversa y necesita varios ingredientes adicionales, la ONU asegura que recuperar los bosques es fundamental, pues brindan alimentos, albergue, energía, medicina e ingresos de manera directa a 1.600 millones de personas en todo el mundo.
Y hay más: las comunidades que viven en 2.000 millones de hectáreas degradadas de tierra están entre las más pobres y marginadas del mundo, lo que representa una catástrofe humanitaria sin precedentes y que empeorará de no tomarse decisiones de fondo y a largo plazo.
Algunos ponen, todos ganan
Es claro que los ecosistemas, desde los bosques y las tierras agrícolas hasta los ríos, los océanos y las zonas costeras, ofrecen protección natural contra la triple amenaza del cambio climático, la pérdida de la naturaleza y la contaminación, pero la mala gestión del planeta amenaza el bienestar de las generaciones futuras, tal como lo dice el informe del PNUMA y la FAO.
Luego, está visible el camino de la restauración: “Si hacemos esto a la escala necesaria, tendrá beneficios mucho más allá del cambio climático y la biodiversidad, ayudará a la seguridad alimentaria, la salud, el agua potable y el empleo. La restauración puede beneficiar a todos estos Objetivos de Desarrollo Sostenible”, señala el documento.
Lo más urgente, advierten los organismos, es recuperar las tierras agrícolas y bosques, pastizales y sabanas, montañas, turberas, áreas urbanas, aguas dulces y océanos.
En consecuencia, los países deben hacer un esfuerzo de restauración global que proteja y promueva los espacios naturales, pues generarían aire y agua más limpios, mitigación de los fenómenos climáticos extremos y mejora de la salud humana y animal, así como mayor biodiversidad.
La restauración de la superficie de tierras degradadas para 2030 requiere invertir al menos 200.000 millones anuales durante la presente década, con un retorno inmenso: cada dólar invertido se multiplicaría por 30 en términos de beneficios económicos.
La restauración, empero, debe contar con la participación de todos los actores interesados, incluidos particulares, empresas, asociaciones y gobiernos. También aclararon que debe llevarse a cabo respetando los derechos y necesidades de los pueblos indígenas y las comunidades locales e incorporando sus conocimientos, experiencia y capacidades.
De hecho, en informe reciente entregado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) se destaca el trabajo de la comunidad internacional en el cumplimiento de la Meta 11 de Aichi, en el sentido de recuperar y proteger el 17% de la superficie terrestre global y el 10% de las marinas, indicadores que serán posibles lograr, en parte, a partir del trabajo de las comunidades indígenas, campesinas y de la sociedad civil.
A través de la figura de las Estrategias Complementarias de Conservación (ECC) y, en especial, de las Otras Medidas Efectivas de Conservación basadas en áreas, el mundo logró incorporar no menos de 25 millones de hectáreas de bosque a los sistemas de áreas protegidas. Un dato alentador que permite pensar que sí es posible revertir las tendencias de deforestación, pérdida de biodiversidad y contaminación de los océanos, entre otras amenazas para los ecosistemas globales.