La peor mañana de la historia
Corre una mañana cualquiera de hace más o menos 66 millones de años. La vida se desarrolla como un día cualquiera de aquella cálida etapa de la historia de la Tierra que llamamos hoy el Cretácico. Todavía no existe el tibio mar caribe y las que en un futuro serán llamadas las tierras de Norte y Sur América forman dos islas aisladas separadas por un océano templado.
Ninguno de los miles de millones de dinosaurios, mamíferos, reptiles marinos y voladores que pueblan el planeta han alcanzado el nivel de consciencia adecuado para darse cuenta que la muerte se cierne sobre ellos. Un fragmento cometario del tamaño del monte Everest, que no existe todavía en aquel tiempo mesozoico, se acerca veloz desde la profundidad del espacio, posiblemente proyectado hacia la Tierra accidentalmente por la acción de la gravedad del Sol [1]. También podría haberse tratado de un asteroide, una roca que vagó por millones de años entre las órbitas de Marte y la Tierra, con tan mala suerte que ese día ambos, el asteroide y nuestro planeta, coincidieron en el mismo sitio del espacio.
La mañana se ilumina con un segundo sol. Los animales que pacen en las llanuras, en las montañas, en las costas del primitivo continente americano solo pueden mirar curiosos mientras el aire se enciende cuando la roca más grande que se ha precipitado sobre la Tierra en decenas de millones de años atraviesa el cielo a más de 40.000 km/h. Solo el piso puede detener esta abominación hecha de minerales e inercia espacial. El impacto inevitable libera suficiente energía para vaporizar montañas enteras de roca y de agua alrededor del sitio que en un futuro los mayas conocerán como Yucatán. La bola de fuego incendia todo lo que rodea el sitio del impacto a miles de kilómetros de distancia. El material que no se volatiliza en el instante forma una pared en movimiento de varios kilómetros de altura que se abre paso produciendo en el mar una ola gigante. El tsunami monstruoso inunda decenas de kilómetros tierra adentro en las costas de la proto américa y en un par de días le dará la vuelta a todo el mundo [2].
Algunos fragmentos que emergen del impacto han sido proyectados al espacio con tal velocidad que quedan en órbita y muchos de ellos, incluso, escapan de la gravedad de la Tierra. Unos pocos podrían estar hoy en la Luna; pedazos de la Tierra cretácica confundidos entre los pedruscos secos e inertes de nuestro satélite. La mayoría de estos proyectiles, sin embargo, vuelven a llover sobre la Tierra pero a medio mundo de distancia en las antípodas del antiguo Yucatán. Al caer, encienden el cielo con la más espectacular lluvia de meteoros que han presenciado los dinosaurios de Asia en muchos milenios. El espectáculo, sin embargo, se convierte rápidamente en un infierno: el calor de los meteoros enciende los bosques y se desatan los más abominables y repentinos incendios de aquel tiempo. Cientos de millones de animales mueren en el lapso de unos días, sin mencionar los miles de millones de plantas que perecen abrazadas por el fuego que viene del cielo.
Pero lo peor está por llegar. Días después, cuando el apocalipsis parece haber terminado, cuando el mar vuelve a tranquilizarse y los incendios se han extinguido, una oscura neblina se levanta en el aire. Esta neblina, entre amarillosa y grisácea, retrasa los amaneceres, hace del medio día, incluso en los trópicos, un pálido reflejo de lo que eran hace tan sólo unas semanas. Días, semanas, meses transcurren y el calor del Sol no se levanta. El invierno se adelanta en las tierras templadas y en todas partes empiezan a morir los bosques, los ríos y el océano. Los animales y las plantas que sobrevivieron al impacto empiezan a morir de hambre y lo hacen en cantidades que no se veían desde hacía una era geológica. La Tierra se ha convertido de la noche a la mañana en un inmenso cementerio.
En solo unas décadas o tal vez en unos siglos [3], la antes floreciente diversidad biológica del cretácico se ha reducido significativamente. En promedio una de cada dos especies de plantas, animales, peces e incluso organismos microscópicos marinos, ha desaparecido después del accidente astronómico. Se han ido con ellas todos los grandes dinosaurios que dominaron la Tierra por la “medio bicoca” de 160 millones de años [4] y que sobrevivieron a otros impactos de asteroides menores, a epidemias, incendios, terremotos y volcanes monstruosos. Les sobreviven a estos gigantes, sus primos, pequeños y huidizos especímenes emplumados que pueden hacerle el quite a la muerte porque no necesitan mucha comida y se desplazan volando de chamizo en chamizo. Lo que no saben los dinosaurios supervivientes es que entre sus descendientes, todas las aves del planeta, muchos serán después asados en masa por un monito ingenioso.
Esta “breve” reconstrucción del más extraordinario y catastrófico desastre ambiental y biológico de los últimos 100 millones de años parece sacada de la imaginación de un autor o una autora muy creativa. Sin embargo, las evidencias geológicas y paleontológicas más recientes muestran que ocurrió casi seguramente siguiendo las líneas generales expuestas en los párrafos precedentes.
A nosotros, los monos ingeniosos del presente, descendientes de roedores que sobrevivieron la “gran muerte del -66M”, como llamaré en adelante al evento que los entendidos conocen como evento de extinción masiva de la frontera Cretácico-Paleógeno, a los humanos se nos antoja este evento como una situación lejana, un accidente desafortunado que sufrieron los dinosaurios solo porque no tenían programa espacial.
Desde hace algunas décadas los astrónomos vienen advirtiendo a toda la humanidad de que un impacto como el que sufrió la Tierra hace 66 millones de años volverá a ocurrir. Más recientemente, y gracias a los avances de la observación astronómica, sabemos que nada tan grande como la roca que aterrizó en Yucatán en el Cretácico se aproximará amenazante a la Tierra por lo menos en los próximos mil años [5].
Todo parece muy prometedor, “estamos a salvo”, dicen los más optimistas, “los asteroides y cometas están siendo observados y al que ose dirigirse a la Tierra le tenemos preparado su Bruce Willis” [6].
Pero hay un problema.
La tecnósfera hace su aparición
No contábamos con que la misma fuerza biológica, la evolución natural, que favoreció la aparición de los dinosaurios, favorecería también, decenas de millones de años después, la emergencia de una “fuerza” fantástica pero casi tan mortífera o incluso aún más peligrosa que el impacto de un asteroide: la tecnósfera.
Llamamos tecnósfera al conjunto de todos los objetos materiales, edificios, carreteras, barcos, aviones, satélites, restos de metal y plástico, pero también gases extraños vertidos en la atmósfera de la Tierra, cloro fluoro carbonos, cantidades de dióxido de carbono y metano en desequilibrio, sumados a los líquidos y sólidos vertidos en los ríos, lagos y océanos, todos ellos resultado de la actividad tecnológica de la especie humana. A toda esa materia se unen la energía despedida por nuestra especie y las relaciones entre todos los humanos, los animales y plantas que cultivamos.
La tecnósfera es parte de la biósfera, el conjunto de toda la vida y las relaciones entre los organismos de todos los tamaños que habitan la Tierra. Hoy, tenemos buenas razones [7] para sospechar que muchos planetas en la Galaxia (su cifra tal vez supera el millón) tienen sus propias biosferas, habitadas todas ellas por lo que llamamos, desde nuestra perspectiva, extraterrestres [8]. Pero también tenemos fundadas sospechas [9] de que solo un planeta en toda la Galaxia, la Tierra, tiene una tecnósfera; tal vez, para fortuna de la mayoría de los extraterrestres de la Galaxia.
La sexta extinción
En octubre de 2022 fue revelado un informe sobre el estado de salud de la biósfera de la Tierra [10], salud que depende hoy en gran medida del tamaño e impacto de la tecnósfera. Los resultados no pueden ser más preocupantes. La cantidad de organismos vivos en la biósfera está disminuyendo a una tasa que no se había visto en la Tierra desde la gran muerte del -66M.
En tan solo 50 años, que son un abrir y cerrar de ojos para los dilatados tiempos de la evolución biológica, y promediando sobre una amplia diversidad de ambientes en la Tierra, de 100 animales que se observaban en condiciones normales en bosques, ríos y océanos, hoy solo quedan 30. ¿Adónde se fueron los otros 70? ¡Nunca nacieron!
El efecto es más pronunciado en unas regiones del planeta que en otras. Estas regiones o bien son más sensibles a lo que causa su desaparición o la magnitud de esas mismas causas es allí más notable. Suramérica es una de ellas. Según el mismo informe, de cada 100 animales que deberían observarse en una porción del bosque amazónico de principios del siglo pasado, por ejemplo, hoy solo se observan 6 animales.
Pero la desaparición de animales específicos, es decir, de individuos, no implica la extinción de las especies a las que estos animales pertenecen. No, pero la reducción en las poblaciones ciertamente pone en peligro la supervivencia de esas mismas especies. Pero no solo de ellas, sino también de otras de las que pueden depender en la intrincada red que forma la vida de la Tierra.
Se calcula que hoy una de cada ocho especies de animales, hongos y plantas está amenazada por la extinción [11]. En las próximas décadas, toda esa diversidad biológica y la que se sume a ella por la reducción en las poblaciones de organismos que estamos observando hoy día, podría haber desaparecido definitivamente de la Tierra. Cada especie perdida representa millones de años de aprendizaje de la biósfera: las extinciones son eventos en los que se erosiona la memoria biológica de la Tierra, una memoria que ha tomado millones de años en construirse.
Algunos escépticos piensan que no es tan grave como creemos. Los más ilusos creen que la pérdida de organismos silvestres se ve compensada por la proliferación de animales domésticos, incluyendo aquellos que explotamos para crear otros objetos de la tecnósfera, principalmente comida procesada. Pero los números no mienten.
La extinción es un fenómeno natural, consustancial a la historia de la vida: unos tienen que morir para que otros existan. Se ha calculado que, en las etapas de la historia de la vida en las que no ocurren eventos extraordinarios, como el impacto de un asteroide o el crecimiento de la tecnósfera, una de cada millón de especies se extingue por año [12]. A este número se lo conoce como E/MSY (del acrónimo “extinction per million species per year”). Al valor de 1 E/MSY se lo llama la “tasa de extinción de fondo”.
Cuando la tasa de extinción supera significativamente el valor de 1 E/MSY, la biósfera puede terminar sufriendo un evento de “extinción masiva”. Durante estos eventos, que pueden durar entre uno y varios miles de años, más de la mitad de las especies del planeta se extinguen. En la historia de la vida en la Tierra la evidencia fósil muestra que han ocurrido como mínimo 5 extinciones masivas, siendo la última aquella que se produjo en la gran muerte del -66M con la que comenzó este escrito.
¿Cuál es la tasa de extinción que estamos observando hoy en día? Los investigadores no se ponen de acuerdo con el valor preciso, pero no hay ninguna duda que es mayor que 1 E/MSY. Las estimaciones más conservadoras hablan de una tasa de extinción de 20 E/MSY. Teniendo en cuenta una diversidad amplia de organismos, el valor podría ser tan alto como 200 E/MSY.
Durante la gran muerte del -66M, que fue como vimos producto del impacto accidental de un asteroide y que dio inicio a la quinta gran extinción, se estima que la tasa de desaparición de especies alcanzó valores máximos de 10 E/MSY [13]. Es decir, durante la era de la tecnósfera se están extinguiendo especies a un ritmo de entre 2 y 20 veces mayor que en la era del impacto de un gran asteroide. Es por esta razón que muchos investigadores dicen que estamos en medio de la sexta extinción. Esta es también la razón que motivó el título de esta columna.
Más peligrosos que un asteroide
Las causas de la desaparición de todos esos organismos y de miles de especies que una vez estuvieron amenazadas y hoy son solo historia, son bastante claras: la tecnósfera se ha apropiado de los espacios que necesita el resto de la vida en la Tierra para existir y desarrollarse.
Tan solo en los últimos 40 años, un área de selva húmeda tropical equivalente al doble de la superficie del departamento de Antioquia y a 3 veces la superficie de Suiza, ha sido convertida en tecnósfera: tierras de cultivo en las que se siembra soja, aceite de palma y otros productos que usamos los monos ingeniosos [14].
Pero no solo le hemos robado espacio a la vida. La tecnósfera se ha metido por dentro de los animales con los que compartimos el planeta. Casi la mitad de los mamíferos y aves marinas están afectados por los microplásticos, uno de los productos materiales de la tecnosfera y quizás el último descubrimiento de nuestra nociva huella material. El aire y el agua en el que habita toda la vida, no solo los humanos, reciben anualmente miles de millones de toneladas de productos químicos que no deberían estar ahí, metales pesados, lodos tóxicos, insecticidas y por supuesto, gases de efecto invernadero. Esas sustancias ajenas alteran los ciclos de la materia, envenenan plantas y animales y en últimas conducen a la extinción.
No, no son asteroides, ni volcanes, ni epidemias. Es la tecnósfera y por supuesto el motor que la mueve: los humanos.
Sin lugar a dudas, somos más peligrosos que un impacto de asteroide.
Referencias y notas del autor
[1] Está hipótesis fue desarrollada recientemente en el artículo Siraj, A., & Loeb, A. (2021). Breakup of a long-period comet as the origin of the dinosaur extinction. Scientific Reports, 11(1), 1-5., disponible aquí: https://www.nature.com/articles/s41598-021-82320-2.
[2] En este artículo reciente se hizo el primer análisis detallado del monstruoso tsunami que produjo el impacto de un asteroide o cometa hace 66 millones de años: Range, M. (2018). The Chicxulub impact produced a powerful global tsunami. Disponible en: https://agupubs.onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1029/2021AV000627
[3]Las estimaciones que se han hecho sobre la duración de la extinción que se produjo después del impacto de final del cretácico oscilan entre unos pocos años y 20 siglos. Ver por ejemplo: Molina, E. (2015). Evidence and causes of the main extinction events in the Paleogene based on extinction and survival patterns of foraminifera. Earth-Science Reviews, 140, 166-181
[4]Un recuento de la extinción de los dinosaurios no aviares se puede encontrar en el fantástico libro divulgativo “Auge y caída de los dinosaurios” de Steve Brusate.
[5]Aunque todos los días se aproximan rocas espaciales a la Tierra (asteroides), la inmensa mayoría de ellas son pedruscos que no superan el tamaño de un automóvil y que de entrar en la atmósfera de nuestro planeta a lo sumo producen un bonito espectáculo en el cielo.
[6]Hace poco la NASA realizó la primera prueba de intervención tecnológica exitosa en la órbita de un asteroide. Una nave de 600 kilogramos se estrelló contra un pequeño asteroide del tamaño de la Torre Eiffel y que orbita a otro más grande. El resultado del choque fue una reducción de casi 20 minutos en el período orbital de 11 horas del pequeño asteroide, demostrando que los humanos podemos conseguir lo que los dinosaurios no pudieron: desviar una roca con anticipación para evitar que golpee a la Tierra. Es temprano para cantar victoria, pero los resultados de la misión DART indican que tal vez no será un impacto de asteroide lo que produzca el próximo gran desastre ambiental. Bueno, si es que sobrevivimos al desastre que los mismos humanos estamos produciendo. Más sobre la misión DART en https://www.nasa.gov/planetarydefense/dart/dart-news.
[7]Para una estimación del número de planetas que podrían tener biosferas en la Galaxia ver: https://phl.upr.edu/projects/habitable-exoplanets-catalog
[8]El término extraterrestre tiene, en el contexto de la cultura popular, la acepción de organismos inteligentes que viajan en naves espaciales y se comunican o atacan a otros organismos inteligentes. En astrobiología, la multidisciplina que estudia la vida en el universo sin restringirse a la Tierra, los extraterrestres son cualquier forma de vida. Es casi seguro que la mayoría de los extraterrestres sean microscópicos (como las bacterias de la Tierra) seguidos por una miríada incontable de pequeños organismos similares a nuestros animales, plantas y hongos. A la fecha no hemos descubierto un solo extraterrestre.
[9] Sandberg, A., Drexler, E., & Ord, T. (2018). Dissolving the Fermi paradox. arXiv preprint arXiv:1806.02404, disponible en: https://arxiv.org/abs/1806.02404.
[10]Para ver el informe que publica la WWF descárguelo aquí: https://wwflpr.awsassets.panda.org/downloads/lpr_2022_full_report_1.pdf.
[11]Para un artículo sobre la tendencia en la extinción de organismos en la Tierra lea: https://www.abc.es/sociedad/abci-especies-extinguen-ritmo-sin-precedentes-y-millon-enfrenta-desaparicion-201905061304_noticia.html.
[12] Para un artículo de revisión muy completo sobre el tema de si hay o no una sexta extinción masiva, puede revisar el artículo: Cowie, R. H., Bouchet, P., & Fontaine, B. (2022). The Sixth Mass Extinction: fact, fiction or speculation?. Biological Reviews. Disponible en: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/brv.12816.
[13]Ver Kergoat, G. J., Bouchard, P., Clamens, A. L., Abbate, J. L., Jourdan, H., Jabbour-Zahab, R., … & Condamine, F. L. (2014). Cretaceous environmental changes led to high extinction rates in a hyperdiverse beetle family. BMC evolutionary biology, 14(1), 1-13. https://bmcecolevol.biomedcentral.com/articles/10.1186/s12862-014-0220-1
[14] Para estadísticas como estas puede leer este artículo: https://www.abc.es/sociedad/abci-especies-extinguen-ritmo-sin-precedentes-y-millon-enfrenta-desaparicion-201905061304_noticia.html