En la tarea global de proteger y conservar nuestros mares no es hora de tirar la toalla. O mejor, la atarraya. Nuestro mayor depósito de vida está en peligro de correr la misma suerte de las especies que habitan la superficie terrestre: su extinción.
Estudios de la WWF advierten que de seguir contaminando los océanos, incrementando las emisiones de gases de efecto invernadero y sobreexplotando su riqueza marina, en 2048 seremos testigos de la desaparición de peces y otras especies de incalculable valor ambiental para el equilibrio de la naturaleza.
La acidificación de los mares ha venido creciendo en rangos entre 2 y 3 por ciento cada año desde las últimas dos décadas y el incremento de las temperaturas en rangos promedio de 0,3 grados Celsius por año desde hace dos lustros, como consecuencia del cambio climático, son campanazos que ya se sienten en lo más profundo de los océanos y resuenan con ensordecedor ruido sobre el resto de los ecosistemas terrestres. En los océanos ocurre lo mismo que en los apartamentos construidos en altura: lo que se hace arriba, se siente abajo.
De ahí la importancia de insistir, tantas veces como sea necesario, en la urgencia de proteger los mares y sacar de él lo mejor que tiene, pero de forma responsable, sostenible, resiliente y regenerativa. Hoy, cuando el mundo conmemora el Día del Mar y la Riqueza Pesquera, tenemos una nueva oportunidad para reconocer la relación inexorable entre la salud de los océanos y la vida en la tierra.
¿Qué es la riqueza pesquera y qué está en juego?
Además de ser principio y fin del ciclo hidrológico que hace posible habitar el planeta, los mares son fuente de alimento, empleo e ingresos económicos para millones de personas en el mundo.
Lo paradójico es que la pesca es una de las actividades humanas que más impacta nuestros océanos, en especial cuando se hace de forma arbitraria, excesiva y depredadora. Como actividad económica, la pesca es fuente de ingresos económicos y relaciones sociales en muchas naciones del mundo, sobre todo, en los países mas pobres.
Según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), entre el 10% y el 12% de la población mundial depende de la pesca y la acuicultura para su subsistencia, y más del 90 % de quienes trabajan en la pesca de captura lo hacen en operaciones pequeñas en países en desarrollo.
La seguridad alimentaria y el empleo dependen en muchas regiones del mundo de la actividad asociada a la riqueza del mar. En 2018, la producción pesquera llegó a alrededor de 180 millones de toneladas de peces y las exportaciones del sector alcanzaron más de 129.000 millones de dólares, según la FAO.
Al mismo tiempo, la pesca contribuyó a la seguridad nutricional de miles de millones de personas y aportó el 16% del total de proteína animal a nivel mundial. Los primeros 100 km de océano en las zonas costeras representan aproximadamente el 61% del Producto Nacional Bruto (PNB) total del mundo y son particularmente importantes para los países en desarrollo, donde se concentra casi la mitad de la pobreza global.
En el ámbito global, la FAO estima que el 31.4% de las especies marinas de peces se encuentran en un estado de aprovechamiento no sostenible y que las especies explotadas plenamente representan el 58.1%, lo que significa un desabastecimiento de recursos pesqueros que afecta la seguridad alimentaria mundial y, en especial, la de aquellas comunidades vulnerables asentadas en el territorio marino costero de sus Estados.
Colombia, con mar en el Atlántico y el Pacífico, hace parte de los 54 países costeros e insulares donde el océano constituye hasta dos tercios del territorio nacional. Es claro: Colombia no es un país pesquero.
El mar Caribe que baña nuestra costa se extiende desde Castilletes, en la frontera con Venezuela, hasta Cabo Tiburón en la frontera con Panamá, recorriendo 2.011 kilómetros. Sobre ese inmenso espejo de agua, en sus profundidades contamos con cerca de 1.215 especies de peces, habitando ambientes costeros y oceánicos, incluidas playas de arena, litorales rocosos, manglares, estuarios, arrecifes coralinos someros, praderas de pastos, fondos blandos, arrecifes coralinos profundos y ambientes reductores, entre otros.
El Caribe continental cuenta con una influencia pesquera artesanal de aproximadamente 130 localidades y una industrial, con afectación sobre el recurso con la flota atunera, la de pesca blanca (pargos, meros y chernas) y la de fauna acompañante por la pesca de camarón de aguas someras. La mayor parte de la pesquería artesanal se concentra en la costa hasta unos nueve kilómetros mar afuera y la industrial de ese límite en adelante. Los artes de pesca más utilizados son las redes de enmalle, el chinchorro, las líneas de mano, palangres y nasas.
El Pacífico colombiano, por su parte, incluye las aguas comprendidas entre las fronteras marítimas con Costa Rica, Panamá y Ecuador (latitudinalmente), y desde la línea de costa hasta el límite exterior de la zona económica exclusiva que genera la isla de Malpelo (longitudinalmente), de 400 millas a partir de la costa continental. Tiene una extensión de 339.500 km2 entre aguas estuarinas, costeras y oceánicas, con profundidades hasta de 4.000 metros.
El inventario de peces del Pacífico colombiano asegura que allí hay 39 órdenes, 158 familias, 468 géneros y 867 especies confirmadas mediante registros verificables de peces, según el profesor e investigador de la Universidad del Valle, Efraín Rubio.
De acuerdo con los criterios de Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), de las 867 especies de peces que habitan el Pacífico colombiano, en el Libro Rojo se encuentran categorizadas 49, repartidas en cinco de las seis categorías establecidas.
El sector pesquero y acuícola colombiano está relativamente atrasado respecto de Centroamérica y frente a nuestros vecinos de América Latina es más grande la brecha.
Ecuador, Perú, Chile y Argentina son potencias pesqueras. Ecuador exporta más de 6.000 millones de dólares en productos pesqueros al año y en Colombia todo el sector agropecuario, incluyendo el pesquero con alimentos y bebidas, llega a los 7.500 millones de dólares. La diferencia es abismal.
Océanos, claves contra Cambio Climático
Tal como lo hemos publicado en informes anteriores, la salud del planeta depende en buena parte de la salud de los océanos. Los sumideros de “carbono azul”, como los manglares y otros hábitats oceánicos con vegetación, secuestran un 25% del CO2 adicional de los combustibles fósiles y protegen a las comunidades costeras de las inundaciones y tormentas. A su vez, el calentamiento de los océanos y el carbono atmosférico están provocando la acidificación del mar, fenómeno que amenaza el equilibrio y la productividad de dicho ecosistema.
Los recursos oceánicos tienen un enorme potencial para destrabar el crecimiento y generar riqueza, pero la actividad humana ha afectado gravemente la salud de los mares.
Las poblaciones de peces se han deteriorado debido a la sobrepesca. Según la FAO, aproximadamente, un 57 % de estas poblaciones ha sido totalmente explotado y otro 30 % ha sido sobreexplotado o se encuentra agotado o en proceso de recuperación.
La pesca ilegal, no declarada y no reglamentada, se estima que captura entre 11 y 26 millones de toneladas de pescado al año, cuyo valor estimado oscila entre 10.000 millones y 23.000 millones de dólares en ingresos ilegales o sin notificar.
De hecho, la mala gestión pesquera desaprovecha aproximadamente 80.000 millones de dólares anuales en pérdida de beneficios económicos y, al mismo tiempo, los hábitats marinos sufren las presiones de la contaminación, el desarrollo de las zonas costeras y las prácticas pesqueras destructivas que socavan los esfuerzos de recuperación de las poblaciones de peces.
No en vano, la protección de los océanos hace parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y Naciones Unidas tiene entre sus principios de gobernanza climática varios compromisos vinculantes con la salud de estos ecosistemas, en especial en temas sobre mitigación de cambio climático, seguridad alimentaria y conservación de la naturaleza.
En América Latina, por ejemplo, el BID tiene una especie de cartera activa de “crecimiento azul” por más de 6.400 millones de dólares y que proporciona cerca de 1.000 millones de dólares en financiamiento para la pesca y la acuicultura sostenibles y esfuerzos destinados a conservar y mejorar los hábitats costeros y oceánicos. Además, el BID otorga no menso de 5.400 millones de dólares para obras de infraestructura costera, como tratamiento de desechos, gestión de las cuencas hidrográficas y otras actividades que ayudan a reducir la contaminación en la costa.
Los ecosistemas marinos se encuentran amenazados por el cambio climático, la sobrepesca, el desarrollo de infraestructuras y la contaminación. El calentamiento global, el aumento de las aguas por el derretimiento de los polos, es peligroso considerando que las dos terceras partes de la población mundial viven en zonas costeras.
La sobrepesca ha incrementado la demanda de recursos naturales que en ciertos casos ha llevado al agotamiento de algunas de sus especies. El desmedido crecimiento y ocupación de nuestras costas por el desarrollo de las ciudades perjudican a uno de los ecosistemas más vulnerables que existen. La contaminación, atenta contra la supervivencia de los ecosistemas que en ellos habitan, además de ser un peligro para la salud humana, por la ingesta directa de agua contaminada o por el consumo de especies (peces, moluscos y otros) contaminados.
La salud de los mares dependerá de nuestra actitud y de cómo replanteamos nuestras actividades en éstos, entre otras cosas desarrollando las actividades económicas con mayor cautela y control, con la certeza de que causando el menor impacto sobre el océano, marcará una nueva pauta de relacionarnos con la naturaleza, con la fuente de la vida, y en consecuencia, de preservar la misma.
Riqueza pesquera en Colombia
El desembarco total de las pesquerías artesanales en los dos litorales y las cinco cuencas continentales evaluadas durante 2018 en Colombia se estimó en 36.468,4 toneladas. El 37,7 % de este desembarco correspondió al litoral Pacífico, en tanto que la cuenca del río Magdalena representó una participación del 26,8%.
El litoral Caribe significó el 19,0%, la Orinoquía el 7,0%, la cuenca del río Sinú el 3,9%, la Amazonía el 3,4% y la cuenca del río Atrato el 2,2%, según cifras contenidas en el libro “Pesca, del agua a la mesa”, realizado por Conservación Internacional y la WWF.
El valor monetario de los desembarcos (según precios de primera venta) durante el periodo marzo-diciembre de 2017 arrojó un valor de $154.350 millones para los desembarcos marinos (litorales Pacífico y Caribe) y de $155.392 millones para los desembarcos de las cinco cuencas continentales evaluadas. Esto implica que la producción pesquera artesanal durante 10 meses de 2017 tuvo un valor aproximado de 310 mil millones de pesos.
Bajo el supuesto de que el promedio mensual de esta producción fuese representativo de las producciones mensuales de los dos meses no evaluados durante el 2017 (enero y febrero), se estaría ante una estimación anual del orden de los 372 mil millones de pesos.
Colombia, en comparación con muchos de los países vecinos (Perú o Ecuador), no es un país pesquero. Esto, por la baja productividad de nuestros mares, lo que repercute en el tamaño de los stocks pesqueros del país, los cuales son muy pequeños en comparación con los vecinos. Tenemos una gran diversidad de especies, pero en pequeños volúmenes.
A pesar de esto, la pesca en el país juega un papel social determinante para las comunidades costeras del mar Caribe y del océano Pacífico. Según el último informe del Servicio Estadístico Pesquero Colombiano (SEPEC), el 70,5% de todos los desembarcos pesqueros en Colombia los hace la flota pesquera industrial y el restante 29,5% los realiza la pesca artesanal.
De este porcentaje, el 35% corresponde a desembarcos de pescadores artesanales en el Pacífico colombiano, que es la zona, históricamente, más aislada del resto del país, pero donde la pesca cobra un papel social fundamental, al ser la fuente principal de proteína animal y, en muchas localidades, la principal actividad económica de los habitantes de la costa.
El mercado nacional es de unas 350.000 toneladas. Cerca de 100.000 toneladas son importadas de basa, 9.000 toneladas de camarón, 40.000 toneladas de atún enlatado y unas 7.000 toneladas de sardinas, según las cifras de la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (Aunap).
En relación con la generación de empleo del sector pesquero y acuícola, se estima que existen 147.000 empleos directos, que producen unos 2,5 billones de pesos al año, y son más de 250.000 pescadores artesanales, que extraen alrededor de 150.000 toneladas, según datos de la Anuap.
En el Pacífico y en el Caribe puede haber unos 30.000 pescadores, pero la mayoría de la pesca artesanal es continental, derivada del río Magdalena.
En un país como Colombia que ha estado de espalda a sus mares, el principal reto es cambiar este paradigma y diseñar políticas de manejo de los recursos pesqueros que sean inclusivas de las comunidades locales y que consideren no solamente los factores ecológicos en la sostenibilidad, sino que también involucren elementos de sostenibilidad social, institucional y económicos a la hora de desarrollar estas políticas.
Hoy es un buen día para comenzar a hacerlo pero, sobre todo, para valorar el inmenso patrimonio natural que nos dio la tierra y que, a veces, nos ahoga entre nuestra propia indolencia y destrucción.