Lo urgente no nos deja ver lo importante. Y para Colombia, en especial, ha sido más urgente mejorar la infraestructura vial, por ejemplo, que darle la debida importancia a su inmensa riqueza de los ecosistemas y, en consecuencia, trabajar en su protección y conservación.Es más, buena parte de esa infraestructura ha pasado por encima, literalmente, de muchos ecosistemas. Basta con mencionar la tragedia de la Ciénaga Grande de Santa Marta o la Mojana, por citar sólo dos casos.
Aunque no es nueva, sí resulta más oportuna la discusión amplia y abierta que se ha suscitado por razones del cambio climático y sus impactos sobre la biodiversidad, así como las consecuencias sobre la salud y la economía que viene provocando el coronavirus.
Los seres humanos aprendemos por convicción o por dolor, y el COVID-19 nos ha puesto de forma dramática y costosa en número de vidas perdidas en el lugar que ocupamos en el planeta: uno más en la larga cadena de interrelación con los demás seres que lo habitan.
Pues bien, esas reflexiones siguen estando sobre la mesa por estos días, porque aún no logramos descifrar cuál es el camino que debemos tomar para restablecer los equilibrios con la naturaleza y qué tipo de territorio es el que queremos habitar una vez pase la pandemia.
El Día Internacional por la Defensa del Manglar, que se conmemoró el pasado domingo 26 de julio, propició un encuentro interinstitucional y de mutuos aprendizajes sobre la importancia de los llamados bosques azules y su papel en la etapa de recuperación pos COVID-19, entendiendo que este virus es una manifestación inequívoca de la estrecha relación del hombre con la naturaleza.
El viceministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Roberto Esmeral, reconoció el papel que han jugado durante décadas las comunidades asentadas en las zonas de manglar y el valioso conocimiento acumulado en las corporaciones y fundaciones que trabajan en los territorios.Por eso destacó las iniciativas incorporadas en las políticas públicas ambientales del Plan Nacional de Desarrollo y su Programa de Restauración de Ecosistemas, dentro del cual los bosques azules son centrales, no sólo en términos ambientales, sino como negocio verde.
El mercado de carbono, por ejemplo, es una oportunidad única para incursionar en la provisión de pago por servicios ambientales y, en el caso de los mangles con mayor razón, dada su condición de ser eficientes retenedores de gas carbónico y filtros naturales de oxígeno.
Un bono de carbono representa una tonelada de CO2, equivalente a una hectárea, y en el mundo se pagan entre 13 y 20 mil pesos por cada bono azul. Colombia tiene cerca de 300 mil hectáreas de bosques de manglar, y está entre los primeros 12 países del mundo con mayor extensión de éstos. Luego, acá hay una posibilidad enorme de negocios ambientales y de fuente de ingresos para las comunidades ubicadas en las zonas de influencia.

Caso contrario ocurre cuando los manglares son deforestados. En la Ciénaga Grande de Santa Marta, por ejemplo, fue destruido el 60 por ciento del manglar en la década del 70 y en el mundo se han perdido en los últimos 40 años no menos de 3.8 millones de hectáreas de manglar.
El impacto ambiental es enorme. La cantidad de gas carbónico liberado a la atmósfera como consecuencia de esa deforestación podría ascender a más de 300 millones de toneladas de CO2, equivalente a lo producido por 67 millones de autos por año, según datos del MADS.
De hecho, organizaciones como Consorcio y Ecoexplora adelantan no menos de 28 proyectos de restauración de estos ecosistemas, desde La Guajira hasta el Putumayo. Giovanni Ulloa es uno de esos titanes del manglar y ha hecho una labor incalculable en términos monetarios por la defensa y protección de los manglares.
Su trabajo es y seguirá siendo hacer visible las experiencias exitosas sobre el uso sostenible de los ecosistemas. Ha sido un promotor incansable y no siempre escuchado sobre la necesidad de crear un programa nacional de viveros, donde se cultiven plántulas, no sólo de mangle, sino de muchas otras especies de bosque. Hace algunos años logró cultivar cerca de 3 millones de plántulas de manglar en 19 viveros comunitarios a lo largo y ancho del país.
La forestería comunitaria es su bandera y creó un modelo de gestión del manglar desde las comunidades del Caribe y del Pacífico colombianos. Su proyecto sobre silvicultura manglárica comunitaria con proyección comercial ha sido implementado con enormes resultados en sectores como la madera, artesanía, cercas vivas, ecoturismo y producción de plántulas ornamentales.
Alejandra Rodríguez, de la Dirección de Asuntos Costeros y Marinos del MADS, es otra de esas funcionarias apasionadas por la protección de los bosques de manglar y reconoce los avances en materia normativa, pero insiste en la necesidad de actualizar la información existente respecto del estado global de los mismos. Para ella, no basta el monitoreo y los programas de restauración, sobre todo cuando van por vías distintas, como ha venido pasando hasta ahora.
La Guía de Restauración de Manglares incorporó ambas dimensiones y eso ha permitido hacer intervenciones más integrales y focalizadas, pues no donde están los mayores foros de deforestación de los manglares hay programas de restauración. De ahí la importancia de haber incorporado en las mediciones el concepto de la restauración basada en las comunidades, con una visión de ingeniería ecológica y con proyectos de infraestructura verde.
Para Rodríguez, la restauración es la gran apuesta contra el cambio climático, pues contempla, además, acciones para la gestión del riesgo de desastres y la erosión costera. Restaurar implica reconocer que un ecosistema ha sido degradado, destruido o dañado.
La restauración es un proceso y demanda visiones de largo plazo, dice. Estamos en la década de la restauración de los ecosistemas y tenemos que aprovechar esta oportunidad.
Para ello, no basta sólo con reforestar y restaurar, sino que es urgente aplicar un enfoque integral, con modelos adaptativos a los territorios y sus particularidades, y una mayor Gobernanza ambiental, en la que las comunidades no sean vistas como mano de obra, sino como gestores del desarrollo. Un estilo de gerencia que convierta los manglares en oro azul, pues ya lo son del carbono.