Paso a paso, de día y de noche, durante tres meses de una temporada seca en el ecosistema de páramo de Chingaza, entre los departamentos de Cundinamarca y el Meta, un gigantón de dos metros de alto y 180 kilos de pesos, dejó la huella del recorrido que tuvo que hacer para obtener alimento y refugio.
Es un oso andino o de anteojos al que un grupo de investigadores del Instituto Alexander von Humboldt le colocó un collar de telemetría con GPS y monitoreo sus pasos, con el fin de establecer cómo se desplazó a la hora de conseguir sus alimentos y determinar la distancia recorrida dentro de ese ecosistema andino. Después de varios años de estudio, se pudo establecer que el oso andino hizo presencia en un área de 238 kilómetros cuadrados, cinco veces por encima del promedio utilizado por uno de su especie en la región de Ecuador.
Entre muchas otras conclusiones realizadas por los expertos del Humboldt, en colaboración con la Fundación Wii y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (Conicet), es que esa distancia recorrida confirma la fragmentación que ha sufrido ese ecosistema andino colombiano.
Es la primera vez que en Colombia se mide el uso del espacio para el oso andino con un espécimen macho rastreado con telemetría GPS, en un área de paisaje fragmentado del macizo de Chingaza, en la cordillera oriental de los Andes colombianos. La publicación del estudio contó con la asesoría y apoyo científico del investigador y curador de la colección de mamíferos del Instituto Humboldt (IAvH), Nicolás Reyes.
El mamífero fue liberado en una zona entre los 2.241 y 3.980 metros sobre el nivel del mar donde existen bosques montanos andinos, bosque altoandino, matorrales de subpáramo y páramo y pastos para ganado.
El GPS arrojó 348 ubicaciones durante parte de la estación seca y según la metodología del polígono mínimo convexo (MCP), el oso andino se movió por un área de 238,86 kilómetros cuadrados entre octubre y diciembre, en lo que se conoce como rango de acción y el área núcleo fue de 20,91 kilómetros cuadrados, medidas que ligeramente superan y duplican a las de Ecuador.
“El área núcleo es la zona más fuertemente utilizada por el individuo dentro de ese rango de acción que tiene el oso”, dijo Reyes.
Qué revelan los datos
El GPS registró 227 ubicaciones del oso andino macho durante el día, 25,5 por ciento dentro de los bosques andinos y altoandinos; 62,5 por ciento en los matorrales de páramo y subpáramo, 10,5 por ciento en pastizales de páramo y 1,3 por ciento dentro de la ganadería con pastizales.
En la noche, se dieron 121 ubicaciones, de las cuales el 31,4 por ciento fue en la zona andina y altoandina y 68,6 por ciento dentro matorrales de páramo y subpáramo, zonas con altitudes entre los 3.117 y 3.637 metros de altitud.
Según los expertos, el oso andino prefirió los matorrales de páramo y subpáramo para sus desplazamientos diurnos y lugares de descanso nocturnos, seguido por el bosque andino y altoandino. La distancia diaria recorrida por este oso adulto varió entre 0,51 y 12,07 kilómetros, con una media de 3,39 kilómetros.
Los hallazgos confirmaron la fragmentación del ecosistema por la presencia de actividades humanas que han causado un alto impacto a nivel del paisaje, como la transformación de los bosques en tierras de cultivo y pastos para ganado y la infraestructura de construcción (carreteras, presas y minas).
Para los investigadores, el rango de acción del oso andino en Chingaza, como los 238,86 kilómetros cuadrados, apoya la hipótesis de que los paisajes más fragmentados demandan mayores movimientos por parte de los animales para obtener recursos suficientes.
“Estudios previos indicaron que los osos andinos prefieren los bosques andinos, pero usan el páramo cuando está presente. Sin embargo, nuestros resultados sugieren que al menos en la estación seca en el macizo de Chingaza, los osos pueden hacer un uso intensivo del páramo y los matorrales de subpáramo”, señala el investigador del Humboldt.
No obstante, los expertos concluyeron que se necesitan de más datos durante períodos largos de seguimiento, para comprender el uso del espacio por parte del oso andino. “La información obtenida en el macizo de Chingaza es un valioso aporte a la ecología y conocimiento de esta especie, insumos que serán útiles para su manejo y conservación”.
Una especie vulnerable y en peligro de extinción
A pesar de su importancia ecosistémica y de la estampa sagrada que tiene para varios grupos indígenas, el único oso de Sudamérica ha sido víctima de las actividades del hombre, como la deforestación para ampliar la frontera agropecuaria, el desarrollo de obras de infraestructura, la cacería y la transformación de sus hábitats.
El oso andino está catalogado como una especie vulnerable a la extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) a nivel global y por la resolución 1912 de 2017 del Ministerio de Ambiente en Colombia. Además, hace parte del Apéndice I de la Convención Sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora silvestre (CITES).
El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) estima que Colombia podría haber hasta 8.000 osos andinos, una cifra que viene en descenso por la fragmentación de sus poblaciones, así como la pérdida acelerada de los bosques y las tensiones que hay por el consumo de ganado o cultivos en las zonas donde convive con los campesinos.
Habita en los bosques andinos, páramos y zonas semiáridas, con una alta preferencia por los pisos montanos ubicados entre los 500 y 3.800 metros sobre el nivel del mar. En Colombia se ha reportado en las tres cordilleras en que se dividen los Andes al ingresar al país.
Por alimentarse principalmente de frutas silvestres, bulbos y bromelias, es una de las especies más importantes para la regeneración de los bosques, ya que se encarga de dispersar semillas en todas las áreas donde habita, lo que confirma su importancia estratégica para los ecosistemas.