En estado natural, Ana María Hernández es una mujer apasionada por lo que hace y comprometida con lo que piensa. Ha hecho de su carrera en Relaciones Internacionales una valiosa excusa para hablar con el mundo sobre una de sus mayores pasiones: la biodiversidad.
Ella es tan auténtica como su amor por la naturaleza y conserva intacta la pasión por el rigor científico y la investigación que quizás heredó de su abuelo, José Salgar, uno de los periodistas más emblemáticos, respetados y admirados en Colombia y el mundo.
Ana María, no obstante, ha sabido acumular no sólo su propio conocimiento, sino el que brota espontáneo de quienes han sido sus referentes: Cristian Samper, hoy director ejecutivo y presidente de Wildlife Conservation Society; Paola Ferreira, quien la llevó al Instituto von Humboldt; y por supuesto, Brigitte Baptiste, su gran amiga, maestra y ejemplo en temas de conservación y biodiversidad.
La pandemia por el Covid19 ha significado un punto de inflexión planetario y muchas acciones tendrán que dirigirse a dar respuestas concretas sobre cómo salir lo más sanos posibles de los daños sociales, económicos y ambientales del coronavirus.
Territorios Sostenibles la entrevistó y acá están sus palabras, pero sobre todo, sus visiones en torno a que no todo está perdido. Y tiene razón: estamos a tiempo de devolverle al planeta lo que le hemos arrebatado.
¿Cómo va el proceso al frente del IPBES y cómo ha sido la relación con más de 137 países, que son sus jefes?
Ana María Hernández: Una cosa es cuando uno está en carácter de subordinado a un solo jefe y otra tener 137 jefes, que es el número de países que hacen parte de IPBES. A pesar de ser muy cuadriculada, tener la posibilidad de interactuar con muchos tomadores de decisiones, no sólo de gobiernos, sino de comunidades y grupos de expertos, es fascinante. Es un arte llegar a consensos, pero es retador aprender de todos sobre cómo construir acuerdos en torno a un gran objetivo: proteger la biodiversidad, que es lo mismo que proteger el planeta, porque sin biodiversidad no hay nada más allá.
Le tocó una crisis planetaria por cuenta del Covid19. ¿Cómo ha sido el aprendizaje?
Hay una parte formal y otra conceptual. En la primera, hemos asumido con firmeza el reto de seguir trabajando en las discusiones globales y en la generación de conocimiento compartido con los expertos, así, por ahora, sea por medios virtuales, que en casos impide mayores niveles de interacción, porque muchas comunidades no tienen acceso a internet.
En términos conceptuales, el Covid19, siendo una enfermedad de origen zoonótico (que se transmite de animales a humanos), nos ha abierto una puerta gigante para dar más luces desde lo científico en torno a la relación del virus con la biodiversidad.
Gracias a estos interrogantes, vamos a reforzar los temas de salud y biodiversidad, pero también sobre cambio climático y biodiversidad. Vamos a generar mucho más conocimiento y eso permitirá la toma de decisiones basadas en evidencia científica.
Esta pandemia nos ha enseñado a que o somos disciplinados y tomamos conciencia de que nuestras acciones traen consecuencias o seguiremos afectando gravemente nuestros entornos y, en consecuencia, tendremos que soportar nuevas enfermedades y nuevas pandemias. Estamos en una curva de aprendizaje, dolorosa por demás, y es necesario que así como hemos sido parte del problema, somos parte de la solución y llegó la hora de actuar.
¿Cómo lograr que ese actuar sea desde lo micro, desde lo local, y logre incidir en las instancias superiores, en lo regional, lo nacional, lo global?
Esta semana, precisamente, tuvimos una conversación virtual con las comunidades indígenas en busca de ampliar su participación y el intercambio del conocimiento que tienen en torno a la naturaleza.
En IPBES hemos ratificado que hay una gran voluntad y deseo de participación desde lo local, pero hay dificultades para explicarles a esas comunidades cómo hacerlo y, sobre todo, cómo articular esas experiencias comunitarias con las acciones de los tomadores de decisiones, es decir, los que están en las escalas superiores del diálogo. Creo que todo pasa por diseñar una estrategia de comunicación y de participación que debe responder a las particularidades de cada territorio, pues no es lo mismo hablar, por ejemplo de cambio climático, en África que en Japón o en Colombia. Mucho menos si eso mismo pasa en Bogotá o en Medellín o en la Orinoquía.
En IPBES venimos avanzando en esa pedagogía y tenemos que insistir en aterrizar el conocimiento científico a los saberes de las comunidades locales.
El mensaje que creo que debemos transmitir es el que sale de lo local, pues es en los territorios donde suceden los hechos y se dan las consecuencias.
¿Cambiará el papel de los protagonistas en los términos de una nueva relación entre ciencia y política pública?
Es innegable que hay avances muy significativos en ese acercamiento entre los investigadores y los científicos con los llamados tomadores de decisiones. Muchos estudios e investigaciones terminaron hace algunas décadas en los anaqueles y las bibliotecas y quienes los abordaban, poco los entendían, y entonces los archivaban.
Había un problema de lenguaje, pero eso ha venido mejorando, pues los tomadores de decisiones son personas cada vez más preparadas en lo técnico, lo académico y lo social, así como los investigadores también son más preparados y más claros a la hora de transmitir su conocimiento, hay mejor pedagogía.
Entre unos y otros, hay una comunidad más consciente y más demandante de nuevos conocimientos para aplicarlos a su vida cotidiana. En Colombia, por fortuna, cada vez se toman más decisiones basadas en evidencia.
¿Nos falta pedagogía?
Por supuesto. Y no sólo en relación con la ciencia y la política pública, sino con todos los sectores comprometidos en sostenibilidad y biodiversidad, por mencionar algunos. Tenemos que construir una nueva narrativa y nuevos escenarios de diálogo multinivel, pero con palabras que entendamos todos para poder llegar a acuerdos.
A propósito, ¿qué son soluciones basadas en la naturaleza?
Es un concepto, un constructo, que viene de la UICN, de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, pero que trasciende el mensaje político, porque se trata de entender que la naturaleza tiene las respuestas para todo. Si nosotros tenemos un entorno saludable, tenemos una vida saludable. Si tenemos problemas como el cambio climático, la naturaleza nos provee las respuestas para enfrentarlo de forma asertiva. Por eso existen los páramos, los manglares, los humedales. Si tenemos problemas de salud, existen cientos de miles de plantas medicinales.
Si, por el contrario, la naturaleza no está sana, pues no tendrá la capacidad de respuesta que demandamos de ella. Si queremos mantener las contribuciones de la naturaleza, primero debemos asegurarnos de que esté en buen estado. Todo es un ciclo, por demás lógico de la relación entre la naturaleza y su biodiversidad, incluidos los humanos.
¿Qué cambiará para el IPBES después de esta pandemia, pues estamos en momentos de un profundo reacomodo planetario?
Estamos haciendo en estos momentos tres evaluaciones temáticas y hay avances importantes en torno a las especies exóticas invasoras e identificar cuáles son las principales problemáticas que se generan cuando se producen especies con carácter invasivo, cuáles son los motores que impulsan esa invasión y cuáles son las consecuencias sobre la biodiversidad.
Nuestro papel es buscar soluciones a esa situación y brindar salidas a los tomadores de decisiones. Hemos identificado que las especies invasoras son el quinto motor de la pérdida de biodiversidad.
¿Y sobre la vida silvestre?
Esa es otra de nuestras evaluaciones temáticas y es muy interesante porque trata de responder de forma integral a cómo nosotros, los seres humanos, estamos dando uso a la biodiversidad, cómo los motores que generamos, directos e indirectos, producen transformaciones positivas o negativas en los ecosistemas.
Esas evaluaciones son fundamentales para todo el mundo, pero en especial para los países megadiversos, como Colombia.
¿Pero hay una tercera evaluación?
Sí, tiene que ver con los múltiples valores de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos. Esta visión, que está desde el inicio de IPBES, nos ha permitido entender que la biodiversidad no sólo se valora por su interés económico, sino por su papel en lo social, lo cultural y lo multiétnico.
De ahí la importancia de entender las aproximaciones para su conservación y para su uso, pero también para tener opciones de manejo sostenible. Acá vuelve a ser trascendental el conocimiento de las comunidades locales e indígenas y la necesidad de contar con ellas en la toma de decisiones.
El último informe sobre el estado global de la biodiversidad arrojó, entre muchas otras cosas, que hay casi un millón de especies en peligro de extinción por efectos de cambio climático. ¿Tenemos conciencia de semejante desafío para nuestra supervivencia?
Espero que sí. Las metas de Aichi, por ejemplo, no arrojan buenos resultados, pese a que tuvimos 10 años para cumplirlas. Y eso tiene que ver, en parte, en que la toma de decisiones no tuvo en cuenta las causas que generaron esa pérdida de biodiversidad. Luego, las decisiones no tuvieron el efecto esperado.
Un ejemplo claro de esa contradicción tiene que ver con los programas de reforestación, pues esa es una acción válida, pero se desconocieron las causas de la deforestación. Reforestar no es solo sembrar árboles, sino, además de eso, conocer los territorios, asegurar su restauración sistémica y empoderar a las comunidades que habitan esos territorios para promover su conservación y protección.
Mientras no se ataquen los problemas de raíz, reforestar será insuficiente, costoso e insostenible en términos ambientales. Yo prefiero hablar de restauración de ecosistemas, incluida la siembra de árboles. Por otra parte, haber identificado esos motores directos e indirectos de pérdida de biodiversidad ha sido fundamental para hacer visibles los resultados sobre el estado global de la biodiversidad, que más que haber dado para titulares de prensa, generó una mayor conciencia y mejor visión a la hora de abordar los problemas. Ahí es cuando hablamos de cambios transformativos y eso es central para proteger nuestros ecosistemas.
Hay temores reales sobre que no será posible cumplir los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible por causa de la pandemia. ¿Cómo es la relación del IPBES con los ODS?
Nuestro papel es de revisión permanente y de análisis de la información existente en torno a esas iniciativas globales. No somos ni juez ni tomamos decisiones. Hacemos seguimiento.
Lo primero que podemos decir es que el estado de la biodiversidad, de las contribuciones de la naturaleza que se derivan de la biodiversidad, son transversales a todos los 17 ODS. Si perdemos biodiversidad, aumentamos pobreza y enfermedades que atentan contra derechos a la vida.
Si hay pérdida de biodiversidad, hay impactos en los océanos, en los páramos, en los ríos y eso atenta contra la sostenibilidad. Se producen conflictos sociales. Así, si no hay procesos de recuperación de la biodiversidad, de forma automática se impacta el cumplimiento de las metas fijadas en los ODS.
Ahora, los ODS obedecen a una decisión política y hay que reconocer que muchos países están trabajando duro para incorporarlos a la política pública en los territorios.
Vamos hacia un cambio de modelo urbano, en especial hacia una transición energética y de uso de tecnologías limpias. ¿Cómo aprovechar esa transición en el diseño de ciudades más resilientes y sostenibles?
Bienvenida toda transformación que propenda por nuevos modelos de sostenibilidad y de equilibrios urbanos. Lo más importante es que tanto las políticas públicas como las iniciativas privadas tengan la capacidad de ajustarse a esas nuevas tecnologías limpias y podamos remplazar, hasta donde sea posible, el uso de combustibles fósiles por energías renovables no convencionales como la solar y la eólica. Creo que es urgente y necesario promover transiciones también hacia modelos de producción y de consumo sostenible.