La Organización de las Naciones Unidas lo declaró un derecho fundamental. El hombre lo ha convertido en un negocio. Es el agua, elemento central de la vida en el planeta y un milagro que ocurre todos los días, aunque no para todos.
Las cifras explican mejor la ecuación que respalda el lucro de unos pocos: la población mundial se ha duplicado en dos décadas y el consumo de agua se multiplicó por seis en el mismo lapso de tiempo.
El número de habitantes llegará a 9.700 millones antes de 2050, pero de éstos 2.100 millones no tendrán acceso al agua potable, o bien porque viven en zonas donde no hay, o porque de la que disponen no es apta para el consumo.
En ambos casos, existe un mercado de venta de agua embotellada que crece exponencialmente cada año en promedios del 10 por ciento y produce ingresos multimillonarios a grandes multinacionales y gobiernos ineficientes que, en vez de invertir en saneamiento básico y agua potable, privatizan los servicios.
Así, el agua, que debería ser un derecho para vivir más dignamente, se convirtió en un conflicto y una lucha por la supervivencia de miles de millones de personas en todo el mundo. Las estadísticas, no solo en el número de afectados por la falta de acceso al agua, sino en los montos de las ganancias de quienes la explotan, son dramáticas.
De los 2.100 millones de personas que no tienen agua potable, 844 millones no cuentan con servicios sanitarios básicos y el 80 por ciento de las aguas residuales que se producen por actividad humana van a las fuentes que producen el agua para potabilizar. Un círculo vicioso que les sirve a los comercializadores del líquido.
La escasez de agua provoca cada año el desplazamiento forzado de cerca de 68 millones de personas, muchas de las cuales huyen hacia las grandes ciudades y se convierten en “compradores forzosos” del agua embotellada.
Si como lo advierte la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), de la cual Colombia es miembro, para 2050 la demanda de agua aumentará en un 55 por ciento, se deduce que el negocio de vender el agua seguirá creciendo como la espuma y, por ende, aumentarán también los conflictos por acceder a ella.
Y no lo será solo con quienes la embotellan, sino también con quienes la usan en labores de agricultura, minería, energía y alimentación.
De hecho, la producción de alimentos por riego crecerá el 50 por ciento en los próximos 10 años, mientras el agua extraída disponible sólo será del 10 por ciento, según la FAO.
El Banco Mundial estimó en 2019 que la escasez del agua por efecto del cambio climático le costará a la economía mundial cerca del 6 por ciento de su Producto Interno Bruto, algo así como el PIB de todos los países de América Latina juntos.
Y si hacen falta datos, este muestra mejor el problema que tenemos en torno a la crisis por el agua: es el quinto mayor riesgo para el planeta en términos del impacto sobre el hábitat, después del fracaso de la crisis climática, las armas de destrucción masiva, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático.
No hacer nada en torno a garantizar el derecho al agua le costará al mundo globalizado no menos del 10 por ciento del PIB global de acá a 2050, según el Banco Mundial, eso sin contar los efectos que tendrá sobre la economía la pandemia por el Covid19.
Un ejemplo ilustra un poco el tamaño de los efectos: los incendios y la escasez de agua en California, en 2019, dejaron pérdidas de 24 mil millones de dólares y el plan de recuperación de los daños en los dos próximos años costará algo así como 1.200 millones de dólares, según estimativos de la Agencia Federal de Emergencias de Estados Unidos.
No tener acceso al agua potable equivale a que 361 mil niños menores de cinco años mueren cada año por enfermedades asociadas a aguas contaminadas o no tratadas, entre otras, cólera, diarrea, disentería, hepatitis, fiebre tifoidea y tuberculosis.
El Banco Mundial estima que un dólar invertido en solucionar el saneamiento básico del agua y posibilitar su acceso tiene un retorno de 6.8 dólares diarios en términos de la salud.

Así fluye el negocio de agua envasada
Con semejante panorama, el negocio con el agua se muestra cristalino. Primero, porque el consumo de agua embotellada en el mundo viene creciendo de forma exponencial, unas veces por moda y otras por razones sanitarias, debido a los malos sistemas de acueductos y, en ambos casos, siempre hay alguien en la cadena dispuesto a suplir las necesidades.
Un ejemplo, de muchos que podríamos poner, ocurre en Lagos (Nigeria), donde de los 21 millones de habitantes, 19 millones no tienen acceso al agua y, por ende, esa ciudad se convirtió en un centro de negocios para las multinacionales que embotellan el agua y, de paso, contribuyen a la contaminación de los ríos y suelos ante la proliferación del plástico.
El negocio de la venta de agua purificada en Nigeria se estima en 6.000 millones de dólares al año. Una botella de agua en ese país vale la mitad de un salario diario por habitante.
Es decir, suplir las necesidades de agua por familia cuesta, en promedio, 50 dólares al mes.
En Estados Unidos, la rentabilidad es de proporciones inimaginables.
Un estadounidense consume 160 litros de agua por año, y una de cada ocho botellas producidas en el mundo se vende en ese país. Se comercializan 10 veces más botellas de agua que de cerveza. La industria recibe por año no menos de 35 mil millones de dólares.
Según la Universidad de Michigan (2019), el agua embotellada que se comercializa en el mundo asciende a 380 mil millones de litros por año, el doble de lo que se vende por café.
Una sola de las grandes multinacionales que vende agua purificada en Estados Unidos embotella un millón 900 mil litros de agua en dos días, con un costo promedio de producción de tres dólares por 4.000 litros, mientras en las tiendas de supermercado esa cantidad cuesta siete mil dólares. En Europa, por su parte, una botella de agua cuesta 0.65 euros, mientras esa misma cantidad con agua del grifo vale 0.00096 euros.
Es decir, con lo que vale un litro de agua embotellada se pagan 3.000 litros de agua del acueducto en España.
Es más, informes de investigación serios y no desmentidos por las multinacionales, aseguran que el 25 por ciento del agua que se vende en botellas como purificada, en realidad es la misma agua que sale del grifo, sólo que la publicidad y el mercadeo se han encargado de vender la idea de que sí está en botella, sabe mejor y es limpia.
Y, entonces, ya no sólo es vender agua, sino ponerle sabor, agregarle otras sustancias y venderla más cara. Hay agua mineral en el mercado que ofrece el elixir de la eterna juventud. Incluso, en 1979, una película de Orson Welles catapultó al mercado uno de los productos de la francesa Perrier y, desde entonces, vender agua mineral se convirtió en un cuestión de estatus y de buena vida. Tanto que la multinacional Nestlé la compró años después.
Cómo funciona el negocio del agua embotellada en Colombia
En Colombia, el mercado del agua embotellada se lo disputan cerca de 800 compañías, pero en tres grandes empresas de agua embotellada está el 90 por ciento de las ventas. Mientras el mercado mundial movió en 2018 cerca de 195 mil millones de dólares, el colombiano llegó a US18.4 millones, con aumentos promedio de 9 por ciento por año en el último lustro.
Aumentos que seguirán su marcha, dada la batalla contra las bebidas azucaradas y la promoción de nuevos estilos de vida saludable.
Ahora, para embotellar el agua se necesitan cientos de miles de toneladas de petróleo y luego de plástico, este último uno de los mayores contaminantes del mundo.
En la fabricación de botellas para resolver la demanda de los norteamericanos se requiere anualmente más de 1,5 millones de barriles de petróleo, tanto como para aprovisionar de combustible a unos 100.000 coches durante un año. En España significan unos 330.000 barriles de petróleo, que supone el gasto de unos 22.000 coches.
Los norteamericanos reciclan solo el 14% y en España el 32,5%. En Colombia, el 17 por ciento.
El mundo usó, en el año 2019, unos 5,7 millones de toneladas de plástico para embotellar agua. De las botellas recolectadas, Estados Unidos exportó el 40% a destinos tan lejanos como China, requiriendo con todo más combustible fósil.
El Instituto de Reciclaje de Envases dice que el 86% de las botellas plásticas de agua usadas en Estados Unidos se convierten en basura o relleno. En el mundo, ese procentaje es del 80 por ciento.
La incineración de las botellas usadas genera subproductos tóxicos como el gas clorato y ceniza, similar a las que contiene los metales pesados que ya causan bastantes problemas en la salud humana y animal. Las botellas de agua enterradas pueden tardar hasta mil años en biodegradarse.
Cada segundo se producen 20.000 botellas de plástico y cada año se envían a los rellenos y fuentes hídricas no menos de 12 millones de toneladas del producto. En los alimentos, en especial por los pescados y los mariscos, el cuerpo humano recibe 11.000 piezas de plástico.
Si pusiéramos las botellas producidas en 2016, éstas alcanzarían para cubrir la mitad de la distancia entre el sol y la tierra. Y las toneladas de plástico que van a los océanos tienen el tamaño de una isla de 1.400.000 kilómetros cuadrados. Casi 20 veces el área de Antioquia.
El diario británico The Guardian resumió así, en 2018, el proceso del agua embotellada: “Tome agua del grifo, sométala a un proceso de depuración, denominándola agua pura, agregue un poco de cloruro de calcio que contenga bromuro para darle sabor, luego bombee ozono, oxidando el bromuro, lo cual no es un problema, convirtiéndola en bromato que sí lo es. Envié estas botellas de agua al comercio, conteniendo el doble del límite legal de bromato y el negocio es redondo”.
Y más que un negocio que beneficia a unos pocos en detrimento del resto, hay que atacar la distopía con el agua: los más ricos pueden comprar el agua purificada o tener su propia planta de potabilización, mientras los más pobres seguirán tomando agua sin tratar o contaminada para poder sobrevivir. Sin derechos.