Unos meses antes de la Cumbre de París sobre el Cambio Climático, en 2015, y como efecto posterior de la misma en la formulación de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el Papa Francisco había puesto al descubierto lo que muchos han querido y siguen queriendo esconder: las profundas desigualdades humanas y el inmenso daño que el hombre le ha hecho a su Casa Común en busca de satisfacer sus ambiciones y pasando por encima de los más débiles y vulnerables.
Cinco años después de promulgar su primera Encíclica Laudato Sì y poner el tema del cuidado del planeta en la agenda gubernamental mundial, el mundo asiste hoy a una pandemia global que más bien parece una premonición del Sumo Pontífice en torno a los daños que el modelo económico basado en la explotación sin límites y el consumo desaforado le han causado a nuestra Casa Común.
El Vaticano acaba de publicar un informe sobre la vigencia de Laudato Sì en medio de esta pandemia por el Covid19 y aseguró que el mundo está agitado por la crisis provocada por el virus que ha causado miles de víctimas y está cambiando nuestros estilos de vida, poniendo en riesgo los sistemas económicos de la sociedad.
“La emergencia sanitaria, la soledad, el aislamiento como consecuencia de las medidas para contrarrestar el contagio, nos han puesto a todos de forma imprevista ante nuestra fragilidad de criaturas finitas y nos llevan a descubrir o redescubrir aquello que es esencial en nuestras vidas”, según la agencia de El Vaticano.
La demanda de bienes y servicios del planeta asciende a 1.8 veces lo que produce; es decir, hay un déficit enorme y tiende a crecer, pues la población mundial crece exponencialmente, mientras los recursos naturales se agotan cada vez con más rapidez.
No existen dudas razonables que impidan asegurar que la pandemia del Covid19, más allá de los efectos en la salud y la economía, es una muestra fehaciente de los estragos humanos sobre la biodiversidad, los recursos naturales y la estabilidad de los ecosistemas. Estragos que, por cierto, afectan con más rigor a los más pobres y vulnerables. En círculo vicioso que atenta contra toda dignidad humana.
Las discusiones y reflexiones, necesarias por demás, ahora están centradas en si es la economía y el modelo económico sustentado en el crecimiento a ultranza el que debe guiar la etapa pospandemia, o si, por el contrario, tenemos que poner los ojos en lo que el Papa Francisco llama la Ecología Integral como un nuevo paradigma de justicia social, en donde la salud de los humanos esté alineada con la salud de la naturaleza y de todos los seres vivos que en ella habitan, porque “el mundo de la naturaleza es uno e indivisible”.
Y uno de los mensajes de Laudato Sì tiene ahora mucho más vigencia ante la pandemia: “Es urgente un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva”.
No resulta casual, por demás, que la raíz de las palabras economía y ecología sea la misma: oikia, que significa casa. En la primera, se entiende como el administrador de la casa y, en la segunda, como ciencia del hogar. Luego, no es posible, salvo por razones oscuras, separar la economía de la ecología, vistas ambas de forma integral. No se puede dar una ecología integral sin aludir a las normas económicas que el administrador del hogar debe cumplir para lograr la justicia y la dignidad humana.
De ahí que sea innegable la trascendencia e influencia de la Encícicla papal en la definición de los Objetivos de Desarrollo Sostenible promulgados por la ONU en 2015 y, por ende, en la vigencia que hoy tiene como hora de ruta para superar los efectos del Covid19 en torno a un nuevo modelo de desarrollo sostenible que sea capaz de mitigar los daños y revertir las enormes asimetrías que el crecimiento económico ha provocado en amplios sectores de la humanidad.
Existe estrecha relación entre clima y desarrollo y tanto Laudato Sì como los ODS proporcionan respuestas universales a los desafíos mundiales. A partir de los temas de salud, educación, problemática del agua, deforestación, cambio climático y crecimiento urbano, surgen importantes aspectos ambientales, sociales y económicos. “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social”, reza en la Encíclica.
Por eso, dentro de esos ODS, el 17 adquiere mucha más relevancia, porque aboga por las alianzas. El llamado que el mismo Papa Francisco hizo en pleno Viernes Santo, cuando en la soledad de la Plaza de San Pedro en Roma, aseguró que no es posible salir solos de esta pandemia, porque necesitamos los unos de los otros. “El desafío urgente de proteger nuestra Casa Común incluye la preocupación de unir toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar […] Los jóvenes nos piden un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se construya un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos”.
Alianzas globales, a distintas escaladas, y basadas en el diálogo entre todos los actores, a fin de evitar que nuestro planeta siga siendo lo que el Papa denominó un “inmenso depósito de porquería”, donde prima la cultura del desperdicio “No se trata de reformas marginales, sino de una renovación profunda y radical de las estructuras sociales y políticas”. Una nueva Gobernanza global con la ecología integral como motor del desarrollo sostenible. Esta pandemia no sólo es una crisis planetaria, sino una oportunidad única para recuperar el planeta. Quizás no tenemos otra oportunidad, porque el Cambio Climático sigue ahí, al acecho, avanzando en silencio y con una letalidad mayor a la del Covid19. Es la pandemia de la irracionalidad humana frente a su frágil Casa Común.