En una conversación al natural y como espacio para la construcción colectiva de conocimiento, cuatro reconocidos expertos compartieron sus reflexiones y experiencias sobre cómo lograr un verdadero cambio transformativo de los territorios con la biodiversidad como motor del desarrollo sostenible.
Ana María Hernández, presidenta del IPBES; Ana Ligia Mora, directora de Corantioquia; Gloria Londoño, representante de Corpourabá; y Hernando García, director del Instituto Humboldt, acompañaron la celebración del primer año de trabajo del portal digital Territorios Sostenibles, en alianza con ICLEI América del Sur/ICLEI Colombia, a partir de un diálogo de saberes sobre cómo convertir la biodiversidad en una fuente de oportunidades para Colombia.
Acá están sus aportes y valiosos conceptos en torno a cómo consolidar una nueva gobernanza ambiental y generar espacios de co-construcción del conocimiento, de la mano de las comunidades, de los jóvenes, de los líderes y, en especial, sobre cuáles son los elementos necesarios en las nuevas políticas públicas sobre el desarrollo sostenible y la competitividad basada en los servicios de los ecosistemas.
Las preguntas orientadoras formuladas por Oliver Hillel, miembro del Convenio sobre Diversidad Biológica, fueron:
¿Cómo usar lo que hasta ahora conocemos para que los territorios, sus ecosistemas, sean los instrumentos para construir una visión sostenible y de protección de la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos?
Ana María Hernández, presidenta del IPBES, fue clara en proponer que para entender cómo entendemos el conocimiento y qué es lo útil de él en relación con los territorios y sus paisajes, lo primero es entrar a pensar dónde nace la relación del ser humano y la naturaleza y por qué es tan importante para nosotros reconocer que somos parte de ella, no sólo para tener una mejor calidad de vida, sino para la propia supervivencia.
Es necesario ver cómo el desarrollo de la humanidad nos ha llevado, desde las cavernas hasta las ciudades, a crear entornos que nos permiten la identificación cultural, nuestra seguridad, las relaciones sociales, las diferenciaciones en los roles que cumplimos y el lugar al que pertenecemos.
Esos entornos están enclavados en unos territorios que tienen unas características propias, donde conectamos el crecimiento poblacional urbano con el desarrollo de las zonas rurales y las áreas silvestres. Todo está claramente interconectado. No sólo desde una concepción netamente ecológica, sino también desde una visión política, económica, cultural, social y desde la historia, que es la que nos construye.
El balance o desbalance de la relación del ser humano con su entorno viene con un precio: el crecimiento de lo urbano y de sus infraestructuras. Estamos cambiando la faz del planeta y estamos viendo los altísimos impactos por la pérdida de la biodiversidad y las posibles consecuencias si no cambiamos la forma en que estamos haciendo las cosas. De ello dan cuenta un sinnúmero de publicaciones hechas por la comunidad científica, entre ellas las que ha realizado IPBES.
Esas evaluaciones dan prueba de la enorme transformación de los ecosistemas, no de uno o de dos, sino de la amplia fragmentación ecológica. Eso también está acompañado de una enorme pérdida de la funcionalidad de los servicios ecosistémicos, por dentro y por fuera de las áreas urbanas.
Para hablar de territorios sostenibles, de las interconexiones y de la conservación, no es posible hacerlo desde la visión del entorno como algo biofísico solamente. Es necesario entender las complejidades sociales, las complejidades del cambio climático, los procesos de contaminación, que no son gratis, pues tiene que ver con nuestros comportamientos humanos y de la forma en que abordamos la tecnología.
Estos temas no son nuevos. Lo sabemos hace tiempo. Según los últimos reportes abordados por la IPBES establecen que el 75 por ciento de la superficie de la tierra ha sido alterada significativamente y el 66 por ciento de la superficie de los océanos está experimentando altos impactos y, en 2050, el 90 por ciento del planeta va a estar alterado. En este punto ya no será posible hablar de resiliencia.
El más reciente informe la IPBES y del IPCC demuestra que los impulsores de la pérdida de la biodiversidad son los mismos que propician el cambio climático y el calentamiento global, con fenómenos meteorológicos cada vez más extremo.
A esos impulsores directos hay que agregarles los indirectos. Me refiero a las causas que están ancladas en nuestros comportamientos sociales. Ahí la está la gobernanza, la política, la economía, entre otras. Tenemos que entender esos entretejidos para poder entender los territorios, pues éstos no son iguales en todas partes y, entonces, es urgente trabajar de forma coordinada y multiactores.
Por ejemplo, podemos trabajar en áreas protegidas y en Otras Medidas Efectivas de Conservación (OMEC) dentro y fuera de esas áreas protegidas con corredores de conectividad, en procesos de restauración, pero siempre teniendo en cuenta que los proyectos deben tener, por lo menos, un entendimiento de la biodiversidad, del clima, de los impactos socioecológicos que se dan y un entendimiento del trabajo conjunto que se tiene que dar.
En IPBES estamos trabajando en un concepto que llamamos cambios transformativos como instrumentos eficaces del conocimiento científico puesto al servicio de la toma de decisiones sobre la biodiversidad.
Debemos ser contundentes a la hora de reafirmar que con los discursos no hacemos nada y son las acciones reales las que nos dicen si efectivamente logramos acercarnos a un futuro sostenible, así algunos digan que ya no podemos hablar de sostenibilidad porque estamos “colgados de la brocha”. Hay razones para tener esperanza, pero debemos trabajar desde los territorios y no desde los escritorios. Todos somos corresponsables del cambio.
¿Cómo pueden las autoridades locales tener más autonomía en la formulación de políticas que, justamente, puedan ayudar a proteger y restaurar los ecosistemas. Cómo asegurar la conectividad ecológica contra el cambio climático?
Ana Ligia Mora: directora de Corantioquia: La jurisdicción de Corantioquia, que agrupa a 80 de los 125 municipios del Departamento, tiene múltiples complejidades y enormes oportunidades. Convivimos en un territorio biodiverso donde confluyen fenómenos de deforestación, minería legal y también ilegal. Aún así, tenemos cerca de 400 mil hectáreas declaradas bajo conservación. En esa figura de autonomía, Corantioquia tiene la posibilidad de construir su propio Plan de Acción, pero también definir su hoja de ruta con los demás actores.
La corresponsabilidad es un elemento rector de nuestro ejercicio institucional y allí radica el valor de lo que hacemos. Tenemos un mapa de conectividad que nos permite aprovechar los servicios de la biodiversidad.
Hemos hecho realidad un sueño en la corporación y fue crear Bio+, una apuesta de poder conectar todo el territorio en torno a la vida y a la participación de las comunidades. Venimos trabajando en la consolidación de una nueva gobernanza, con visión de largo plazo, mínimo a 12 años.
Las compensaciones ambientales que se reciben por permisos y aprovechamientos las hemos incorporado al mapa de conectividad ecológica para que sea un instrumento para sus propios proyectos y que ellos puedan mejorar sus propias inversiones, protegiendo la biodiversidad y cuidando los ecosistemas.
¿Cómo aplica el Humboldt el concepto de territorios?
Hernando García, director del Instituto Humboldt: Si en 2019 hubiéramos tenido la ocasión de sentarnos a comer con un grupo de amigos economistas, empresarios, para ver cómo íbamos, sin duda, habríamos dicho que el planeta iba muy bien. Pero si eso mismo lo hubiéramos hecho con los amigos de IPBES, el resultado no hubiese sido igual de optimista y los indicadores sobre biodiversidad así lo comprobarían. Eso explica el reto que estamos viviendo en torno a los desarreglos sobre la biodiversidad. Son evidentes los desacoples entre desarrollo y los ecosistemas.
De ahí que son las ciudades los escenarios donde se deben dar esos arreglos, porque estamos en el siglo de las metrópolis. El caso de Colombia no es la excepción, pues el 75 por ciento de la población está en lo urbano. El metabolismo de las ciudades comienza a tener un efecto directo sobre la transformación de los ecosistemas.
La huella espacial humana es evidente en las grandes urbes. El 60 por ciento lo que fueron bosques secos tropicales en Colombia ahora están bajo desertificación y el 50 por ciento de nuestros ecosistemas están bajo riesgo de colapso.
Cuando observamos la forma en que hemos hecho las evaluaciones sobre la protección de la biodiversidad y los retos que tenemos en política pública, entendemos que hemos querido apagar un incendio con un cubo de agua. Tenemos buenos indicadores en política pública y cumplimiento de metas globales sobre representatividad de ecosistemas, pero seguimos perdiendo biodiversidad, lo que significa que estamos ante una enfermedad.
Somos un país de límites que lo que ha conseguido es aumentar los conflictos y no la inclusión de muchas comunidades a sus propios proyectos de desarrollo. Coincido con Brigitte Baptiste en que tenemos que llegar a acuerdos, así sean imperfectos, pero que nos pueden llevar a un nuevo concepto de sostenibilidad incluyente.
Desde el Humboldt, venimos trabajando en varios frentes. Uno de ellos es lo referido a las transiciones sociecológicas hacia la sostenibilidad, con gestión de la biodiversidad en los procesos de uso de la tierra en un país de límites como Colombia.
Un segundo frente es el de la competitividad basada en bieconomía. El capital natural no sólo debe generar bienestar, sino además que sea factor de desarrollo. Los negocios verdes son un inmejorable instrumento para lograrlo. Hay una enorme oportunidad para mejorar la competitividad a partir de las soluciones basadas en la naturaleza.
El tercero frente es consolidar un modelo de corresponsabilidad que nos permita compartir visiones de futuro a partir de la ética, desde la convicción y los compromisos entre todos los actores, incluidos los ciudadanos. Esa es la visión que tenemos en las biodiverciudades, donde la apropiación social y la ciencia ciudadana son ejes centrales del cambio transformativo del que hablamos.
¿Cómo integra Corpourabá su visión de la biodiversidad?
Gloria Londoño, de Corpourabá: La jurisdicción de la Corporación comprende 19 municipios, con ecosistemas terrestres, de páramos, bosque seco y pre-montano, y marinos. El 76 por ciento del territorio es de manejo especial, con 44 ecosistemas, de los cuales 38 son áreas protegidas.
Nuestro Plan de Acción tiene en la educación ambiental un eje estratégico, porque somos conscientes de la importancia que tiene que las comunidades conozcan sus entornos y los servicios ecosistémicos como escudos de la biodiversidad, pues también estamos sometidos a los fenómenos de cambio y variabilidad climática, deforestación, contaminación de los océanos y erosión costera.