En un hecho sin precedentes en la larga historia de libertad y democracia, y en medio del más grande dispositivo de seguridad, el Presidente 46 de los Estados Unidos, Joe Biden, asume la Presidencia entre lo que bien podría llamarse la “tormenta perfecta” en lo político, lo económico, lo social y lo ambiental.
La pandemia, que ya deja más de 95 millones de contagios y poco más de dos millones de fallecidos en todo el mundo, tiene en los Estados Unidos la mayor afectación y cifras récord en el número de muertos (24 millones y 400 mil fallecidos), con las unidades de cuidados intensivos al tope y avances lentos en el proceso de vacunación, con cerca de 12.5 millones de biológicos aplicados, con corte al 19 de enero.
Esa crisis sanitaria ha golpeado con fuerza la economía global, elevado los niveles de desempleo a cifras históricas, demandado miles de millones de dólares en ayudas y subsidios y profundas diferencias políticas respecto de la forma en que el saliente presidente enfrentó la pandemia y las expectativas de la capacidad que tendrán los demócratas de unir el país y resolver juntos los enormes desafíos, incluida una reforma migratoria que ponga fin a las desigualdades y conflictos raciales en los Estados Unidos.
Y como si faltara algún otro ingrediente, a esta hora una multitud andante se desplaza desde Centroamérica hacia ese país, huyendo no sólo de una violencia endémica en la región, sino de la pobreza creciente que ha provocado la pandemia del Covid-19 y los fenómenos climáticos que en 2020 alcanzaron niveles catastróficos, pues la temporada de huracanes fue la más intensa y devastadora de la historia reciente, con cientos de miles de damnificados y muertos en Honduras, El Salvador y Guatemala.
Así las cosas, el Presidente Biden y su fórmula Kamala Harris, comienzan un período de gobierno marcado por la incertidumbre, la polarización, el descontento social, la amenaza climática y capacidad destructora de la pandemia, en medio de una economía resentida por el paro y la lucha por los mercados de otras grandes potencias como China, Rusia y Japón.

No estaba equivocado el Presidente Biden al elevar a la categoría de “seguridad nacional” el tema del cambio climático, pues no sólo la pandemia está estrechamente ligada a él, sino que la migración desde América Latina y el Caribe y Centroamérica seguirán creciendo a la medida que se exacerben los estragos de la crisis climática y muchas más personas se vean obligadas a abandonar sus tierras, ya sea por escasez de insumos o alimentos para vivir, o por disputas por los territorios donde aun existan recursos naturales.
Conflictos sociales que de una u otra forma demandarán de los Estados Unidos o recursos económicos o apoyo militar que garantice la estabilidad política y social de sus socios en el resto del Continente.
Algunas cifras divulgadas por Amnistía Internacional estimaron que los dos huracanes de 2020, ETA e Iota, dejaron al menos 94 muertos y casi 4 millones de damnificados solo en Honduras y, según analistas, podrían provocar un incremento del nivel de la pobreza de un 10 %, superando el 70 % de la población. Cuando se toma el grupo de países centroamericanos, esas cifras superan el 30 por ciento en los índices de pobreza y el 80 por ciento de la población de la región.
Horas antes de la posesión de la dupla Biden-Harris, la caravana de migrantes que avanza hacia los Estados Unidos enfrenta no sólo la represión de las autoridades en Guatemala, sino el llamado de México para que desistan de su intención de llegar a la zona de frontera, por razones de seguridad sanitaria y por problemas logísticos para atender de forma humanitaria a no menos de 6.000 caminantes.
Por lo pronto, lo más urgente que tiene hoy Biden en su agenda es asumir con seguridad un mandato bajo la sombra de los extremistas blancos que siguen agitando las banderas del trumpismo, adoptar una serie de decisiones de choque para enfrentar la pandemia y vacunar el mayor número de personas, recuperar el liderazgo global en torno a la economía, desactivar los vientos de conflicto con Rusia, Irán y China.
Y, sobre todo, ordenar la casa y conseguir que los republicanos que no están de acuerdo con la doctrina Trump apoyen el juicio político en su contra en el Senado y acaben con el fantasma de la ultraderecha que él representa, pues de no hacerlo, habrá conflicto para rato, y con consecuencias impredecibles.

De ahí la trascendencia que ahora adquieren sus promesas de campaña y las decisiones que dijo tomará de inmediato en temas tan trascendentales como retornar al Acuerdo de París sobre Cambio Climático, desde donde aspira a liderar una transición energética global, luchar contra la pérdida de la biodiversidad, la deforestación, la producción y la entrega de subsidios a los combustibles fósiles y el control sobre la producción de uranio enriquecido, tal como lo pretende Irán.
Temas que en este 2021 marcarán la agenda global por la sostenibilidad, dado que tres cumbres sobre cambio climático, diversidad biológica y certificación de deforestación se harán en el segundo semestre del año, cuando el Presidente Biden ya habrá dejado claro cuál será su real papel en la lucha contra el cambio climático, pues no sólo buscará aumentar los compromisos de su país en torno a la reducción de gases de efecto invernadero, sino fijar obligaciones más ambiciosas entre las otras grandes economías europeas y asiáticas.
En esa tarea, el trabajo del nombrado zar del clima, el ex secretario de Estado, John Kerry, será fundamental para que la Cumbre sobre Cambio Climático en Glasgow, en noviembre, arroje resultados más confiables y verificables respecto de las cifras que deberán cumplirse a 2030 sobre calentamiento global, pues es evidente que las registradas entre 2015 y 2020 resultaron insuficientes para revertir el deterioro del planeta. En el último lustro, la tierra registró los niveles más altos en la temperatura, siendo 2016, 2019 y 2020 los más calientes desde la era preindustrial.
La ventaja es que la dupla Biden-Harris asumen el poder, quizás, con el viento a su favor, pues no sólo han recibido el apoyo de buena parte de la comunidad internacional, sino porque la Unión Europea no se dejó distraer por Trump de los objetivos ambientales y ha consolidado un modelo de recuperación económica sostenible, con un Fondo Verde Europeo robusto en lo político y lo presupuestal, con más de un billón de euros destinado para inversiones y cooperación, en el que Estados Unidos, sin duda, deberá ser un jugador en la primera línea de acción.
El reciente acuerdo comercial de China con la Unión Europea se anticipa como una disputa con los Estados Unidos, pero Biden usará la inteligencia y no la prepotencia como instrumento de negociación y liderazgo con sus pares internacionales, en especial sobre la urgente necesidad de restablecer los equilibrios geopolíticos en Oriente Medio, África y Asia.
La lucha contra el cambio climático se convierte, entonces, en un pasaporte diplomático global con el que Estados Unidos seguirá teniendo un poder discrecional para decidir quién participa o no en las decisiones de alto turmequé político, económico, social y ambiental. De su rol dependerá, en buena medida, que la tormenta perfecta que ahora enfrenta en lo local no adquiera visos de una pandemia global.