Hace poco, con la humildad colgando de su cuello, fue reconocido por la Gobernación con el Escudo de Antioquia, categoría oro, por sus invaluables aportes al conocimiento científico y sus servicios como Director del Pablo Tobón Uribe, ese hospital con alma que él dirige hace años y al que ingresó hace tres décadas y media. Ya había pasado por la tarima principal como Colombiano Ejemplar y bien podría recibir todos los días una condecoración más, porque se lo merece.
Se llama Andrés Aguirre y hoy, en el Día Mundial de la Salud, sus reflexiones, experiencias, aprendizajes, sueños y desafíos, se convierten en otra forma de rendir tributo a quienes, como él, trabajan de sol a sol en la invaluable labor de preservar el mayor tesoro de la humanidad: la vida, la vida con dignidad.
En esta conversación al natural, el doctor Aguirre reconoce los enormes esfuerzos que hacen los actores del sistema de salud por brindar servicios con calidad y oportunidad para los usuarios, pero no esconde los problemas que subsisten a la hora de garantizar el equilibrio y la sostenibilidad del mismo sistema. Su filosofía de vida, que no es distinta a la del médico, es predicar con el ejemplo.
Entre los sonidos de los aparatos médicos del hospital y las notas altas de Bach o de Beethoven de su hogar, el doctor Aguirre pasa buena parte del día y mantiene la mano caliente colocando en las redes sociales sus pensamientos, sus inquietudes, sus angustias y, sobre todo, sus enseñanzas. Acá están algunas de ellas.
¿Cuál es la reflexión que hace un médico en un Día Mundial de la Salud y en medio de una pandemia como la que afrontamos?
Andrés Aguirre: Los mensajes son dos. Uno, que la pandemia es el resultado de un manejo inadecuado de los seres humanos con el medio ambiente, por adentrarse más allá y tener contacto con seres vivos que, estando en la naturaleza, jamás habían tenido contacto con los seres humanos, lo que permitió que este virus se transmitiera y, lo peor, que esté latente la posibilidad de que vuelva a ocurrir otra situación pandémica. Mientras sigamos transgrediendo los principios de la naturaleza y vulnerando los equilibrios que ella fija, vamos a continuar sufriendo los rigores de esa intromisión.
El ser humano debe dejar de ser antropocéntrico, porque no podemos seguir pensando que estamos por encima de todo lo creado, cuando en realidad estamos viviendo en medio de lo creado y tenemos una responsabilidad para cuidar y hacer del planeta un lugar habitable. La pandemia es un signo de eso, tal como lo está haciendo visible también el cambio climático y los demás fenómenos meteorológicos, que son catástrofes silenciosas porque no son de origen pandémico y se producen en sitios localizados.
¿Y el otro mensaje?
Este Día Mundial de la Salud es propicio para decir que si bien la salud es un derecho, también es un deber. Como dice el filósofo español José Antonio Marín, “los derechos son una lona que nos cubre, pero que está sostenida por los brazos de aquellos que quieren cumplir con sus deberes”. Eso se traduce en autocuidado. Lo que está viviendo el mundo hoy, en pleno tercer pico de la pandemia, es que nos hemos relajado y aflojado en las pautas del autocuidado y olvidamos que la salud es también una responsabilidad personal.
Incluso, un tercer mensaje podría ser que los países deben cuidar la salud pública. La pandemia nos ha demostrado que a los gobiernos los cogieron, literalmente, con los pantalones abajo. Hoy dependemos de las vacunas que terceros países producen y luego las envían a otros que no pueden producirlas y eso implica la pérdida de la autonomía sanitaria, con las consecuencias que ello conlleva.
Uno de los aprendizajes que debe quedar, sobre todo en quienes desmontaron años atrás mucha de la infraestructura para investigación, es pensar de nuevo en mantener y expandir las capacidades públicas, que no significa una responsabilidad exclusiva del Estado, sino de cómo vincular a los privados sin ánimo de lucro para ampliar esas capacidades. Para la muestra un botón: durante la llamada época del apagón y el país afrontó severos racionamientos de energía, en 1992, el Gobierno creó el pago por confiabilidad para poder mantener las termoeléctricas apagadas, pero disponibles y así asegurar la producción de energía.
Con los hospitales no pasó lo mismo. No tuvimos hospitales “apagados” que se pudieran prender rápidamente y afrontar esta crisis sanitaria, por lo que hoy estamos viendo las enormes limitaciones en servicios de cuidado intensivo y de asistencia respiratoria.
Y mire, para el caso colombiano, los países de la OCDE, en los que está nuestro país, tienen una disponibilidad de 4.8 camas por mil habitantes, pero nosotros no llegamos ni siquiera a 1.6 camas por cada 1.000 habitantes. No podemos hacer como el mago de hacer saltar conejos de los sombreros, porque en la salud tarda años crear capacidades.
Pese a esas limitaciones, y reconociendo el enorme esfuerzo hecho por todos los actores del sistema de salud, ¿cómo garantizar la sostenibilidad de esa capacidad instalada para evitar cometer los errores del pasado?
Quiero usar esta metáfora para poder ser más claro: los sistemas, incluido el de la salud, están diseñados para funcionar en determinados contextos. Uno sencillo que siempre encuentro es que el avión es un sistema aerodinámico, está muy bien diseñado para funcionar en la atmósfera terrestre, pero no lo está para salir al espacio sideral, y seguramente habrá quienes estén trabajando para que lo pueda hacer en el inmediato futuro. En el tema de salud, Colombia tiene que repensar su sistema, no porque el actual sea malo, sino porque requiere ajustes que permitan mantener estas capacidades y hacerlas sostenibles en el tiempo.
Y lo digo con conocimiento de causa y con profundo dolor. Mucho antes de la pandemia, Colombia había visto cerrar las camas pediátricas, incluido Medellín, bajo premisas como que atender niños enfermos no era rentable. Y eso es grave, porque mientras tengamos un sistema que dependa de las leyes del mercado no regulado, vamos a tener muchas dificultades. Acá se necesita grandeza, se requiere una mirada de bien público y demanda una acción decidida, en este caso del Congreso de la República. De lo contrario, y no pretendo ser ácido, pronto volveremos a estar en una situación crítica y la respuesta no será de tipo preventivo, sino de improvisación.
¿Usted está de acuerdo con quienes dicen que los problemas no son del sistema, sino de los actores?
Hay que reconocer que los fenómenos sociales son complejos y vuelvo a la metáfora del avión para decir que no basta que ese avión esté bien diseñado, que lo debe estar, sino que su tripulación, los auxiliares de vuelo, los que están en tierra, los controladores y los que operan el terminal aéreo, tengan la debida preparación. Incluso, puede ser que el avión esté muy bien diseñado, pero que la tripulación no esté preparada. O que se den las dos cosas, que ni el avión quedó bien diseñado ni que la tripulación esté preparada. En el caso del sistema de salud colombiano, muchas de las cosas que suceden obedecen a ambos factores, porque infortunadamente ha habido agentes de salud que no han entendido su responsabilidad. Este es un sector que se ha prestado para que algunos abusen, corrompan y se enriquezcan de manera ilegal y contra toda ética. Colombia debe hacer ajustes en el avión y en la tripulación, entendiendo que no es lo uno o lo otro, sino lo uno y lo otro, incluidos los actores del sistema. Y lo principal, que el sistema tiene que estar centrado en las personas.
¿Cómo lograrlo?
Cuando digo que el foco debe estar en las personas, me refiero a que un buen sistema de salud logra cuatro propósitos, y todos importan, porque no siguen un orden establecido y el primero puede ser el cuarto; y el cuarto, el segundo. Primero que se mejore la salud de la persona y de la comunidad. De lo individual a lo comunitario.
Segundo, que la experiencia del servicio sea humana y ética.
Tercero, que los costos permitan hacer sostenible el sistema (no toda la tecnología ni algunos medicamentos de alto costo resuelven los problemas de salud).
Y cuarto, que todo el personal de salud esté bien formado y se pueda mantener en el tiempo, lo cual conlleva una exigencia de formación y educación conforme a los retos futuros. Un buen sistema de salud logra un círculo virtuoso de estos cuatro propósitos.
Tomo prestada la metáfora del avión para saber ¿cómo alinear a los pasajeros en una cultura del autocuidado y la prevención para que los riesgos del vuelo sean menores?
La respuesta podría hacer parte de un doctorado, pero hace poco hacía una reflexión paradójica sobre como la publicidad logra que la gente compre cosas que no necesita y como la información en salud no logra que cambiemos nuestros comportamientos hacia una cultura del autocuidado. Eso es lo que estamos viendo en medio de esta pandemia. Tenemos que aprender mucho más sobre las ciencias del comportamiento.
Sigo con lo del avión. ¿Cómo reducir las brechas entre quienes pueden ir en primera clase y los que van en tarifa económica, si la salud es un derecho fundamental y su acceso debe ser en condiciones de equidad e igualdad?
Colombia, hay que decirlo, todavía tiene una serie de inequidades en ese sentido. Una de las explicaciones para que así sea es la forma en que se financia el sistema. En el caso de los ingleses, por ejemplo, más que aportes por nivel de ingresos, el sistema se financia con impuestos generales que permiten igualdad en el acceso. Acá se les ha entregado a algunas aseguradoras el manejo del sistema y es evidente y conocido que muchas de ellas no han hecho un uso transparente de los recursos. Algunos de esos usuarios ni siquiera van en clase económica, les es imposible, incluso, llegar al aeropuerto.
Ese es un tema que el Estado tendrá que resolver de forma urgente, así existan sectores que se oponen, por ejemplo, al impuesto a la bebidas azucaradas, cuyos efectos en la salud son indiscutibles. Eso también significa cambios en la infraestructura, porque no es lo mismo vivir en una gran ciudad, con hospitales modernos y cerca, a vivir en zonas rurales donde el único medio de transporte es un caballo y nunca han visto un médico.
Afloran acá una serie de sentimientos que Usted como persona y como médico ha hecho verbo. Solidaridad, empatía, confianza, humildad, paciencia, resignación…
La sensibilidad por el otro es algo que se aprende desde niños, en familia, sintiendo y reconociendo la fragilidad del otro. Procura poner el ejemplo de que nuestros pensamientos también despiertan sentimientos. El ejemplo típico es que nos podemos ir al cine y a través de la música y las imágenes ponernos en situaciones de miedo, de tensión, de susto, pero también de ternura, de compasión. Con los relatos es que podemos despertar la sensibilidad por los otros.
Esa va a ser una de las tareas esenciales de los educadores, en este caso de la familia, de tener el asombro y la sensibilidad por la vida y transmitirlo a otros. En el caso del Hospital, yo insisto en que debemos cuidar a los que cuidan, de ser sensibles a sus necesidades.
¿Lo que se conoce como ética del cuidado?
Indudablemente. Son cinco cosas bellísimas que hacen la diferencia. La primera es el interés genuino por el otro, sentir que el otro también hace parte del todo y que no es un objeto de manipulación y de lucro. El interés genuino por el otro nos lleva a preocuparnos por el otro, porque si me interesas, me preocupas; y si me preocupas , te protejo, que es el tercer concepto. De hecho, el antivalor es el desinterés, la despreocupación, la desprotección.
Así, la ética del cuidado tiene dos cosas más: el cuidar, el prevenir. Cuidar es una palabra polisémica que también tiene que ver, no sólo con que las cosas florezcan, sino que permitan evitar un daño. Es la prevención. Eso de “no te quiero dañar” y por, lo tanto, tomar conciencia de que estamos manejando un elemento tan frágil como la vida, que exige destrezas y saberes.
Y finalmente, como quinta cosa, la precaución. Cada uno de nosotros es un misterio. La cautela, en un buen sentido, y máxime en situaciones extremas, reduce los riesgos.
Hay una palabra maravillosa que es cortesía y cortejar es proteger, no seducir. Lo que realmente nos hace humanos, en concepto aristotélico, son dos cosas: la empatía, el sentido de que el otro también está ahí; y la compasión, que es la ayuda eficaz y no sólo el sentimiento de tristeza. Es decirle al otro “ven, te ayudo, que para eso estoy aquí”. Eso es lo que nos hace humanos. Lo otro es antievolutivo, porque significa que el más fuerte pasa por encima del más débil.
Y creo que seguimos siendo antievolutivos y la crisis por la pandemia nos lo ha dejado en evidencia. ¿Hay una crisis de nuevos liderazgos?
Hace mucho rato lo dije. Infortunadamente tenemos muchos tecnócratas, mucho competente digital, pero también mucho incompetente humano. No hay buenos referentes y, por el contrario, tenemos sociedades en donde el villano es el héroe y es reconocido por sus fechorías. El que se comporta bien es el idiota, el pendejo, y entonces se vuelve villano. En esos terrenos, ha habido una ausencia de líderes, de personas que nos puedan inspirar, que nos ayuden a repensarnos como personas y como sociedad. Habría que leer el libro “El país de las emociones tristes” para entenderlo mejor. Necesitamos volver a lo realmente humano.