El coronavirus le llegó en momentos en que ya enfrentaba viejas pandemias dentro del sistema de salud colombiano. Las había conocido desde su papel de empresario en el sector asegurador y más tarde metido en las turbulentas aguas de la política como aspirante al Senado. Pero ahora como Superintendente Nacional de Salud, Fabio Aristizábal tuvo que someterse al examen más difícil de su vida: extirpar el cáncer de la corrupción que se enquistó en algunos sectores del sistema de salud y, al mismo tiempo, acompañar con independencia y decisión al Gobierno en la lucha contra el COVID-19, en momentos en que nadie estaba preparado para semejante crisis.
La tempestad, no obstante, lo cogió con el acero templado y mientras andaba por todo el país revisando y sancionando entidades de mala muerte, acompañaba al Gobierno en toda la estrategia de prevención, mitigación y control de la peor crisis sanitaria, económica y social del último siglo. Era una especie de árbitro tratando de hacer justicia en medio del caos, la anarquía, la desobediencia y el abuso de los que trataron de convertir la pandemia en un lucrativo botín.
Espera salir con vida de todo este entramado, pero confía en que el sistema de salud siga siendo un modelo eficaz y robusto para enfrentar los desafíos y que los demás actores cumplan con su papel en la garantía y la preservación de la vida como un derecho fundamental que depende, en buena medida, del acceso a los servicios de salud pública en condiciones de equidad, igualdad y oportunidad.
Hablamos con Aristizábal, a propósito del Día Mundial de la Salud que se conmemora este 7 de abril, para saber si nuestro sistema sanitario está a la altura del momento histórico que vivimos y cuáles son los aprendizajes acumulados y los retos por superar a poco más de un año de la llegada del coronavirus.
¿Qué es lo primero que se le viene en mente hoy, Día Mundial de la Salud?
Fabio Aristizábal: Son muchos momentos, todos muy distintos. Hemos vivido hechos muy angustiosos y enormes dificultades para enfrentar esta etapa tan difícil para todo el mundo. Pasamos momentos muy angustiosos en Leticia, Tumaco, Quibdó, en Barranquilla, en Cartagena, cuando tuvimos que salir a buscar voluntarios en la Misión Colombia, de la mano de la Fuerza Aérea y del Ejército, y poder llevar equipos y personal a regiones muy complejas, en momentos del mayor pico de contagio y cuando no había ni siquiera un tanque de oxígeno o un ventilador. Ha sido una vorágine de sentimientos, pero al final, de mucho orgullo y admiración por tanta gente buena que tiene Colombia. Acá todos tienen una parte importante en los resultados conseguidos y el esfuerzo del Gobierno ha sido descomunal para proteger la vida de los colombianos.
¿El problema de salud en Colombia es un asunto del sistema o de los actores?
No dudo de que es un problema de actores. No es del modelo, no tiene nada qué ver con la normatividad. Y la razón es muy simple: tenemos EPS muy buenas, pero también otras muy malas. Contamos con IPS buenas e IPS malas. Tenemos entidades de salud politizadas, pero existen otras que incluso están acreditadas internacionalmente por sus buenas prácticas. De los 50 principales hospitales de América Latina, casi la mitad están en Colombia. Eso habla bien del sistema y del modelo de salud existente.
Desde la Superintendencia de Salud, donde ahora tengo la posibilidad de ejercer la vigilancia, inspección y control del sistema, ratifico que el problema de la salud en nuestro país es de actores, algunos de los cuales no le han cumplido al país y a sus usuarios, porque han visto la salud como un negocio y ahí radican los desequilibrios. Por fortuna, quedan algunos otros actores que reconocen que la salud es un derecho fundamental y con ellos es que vamos a seguir trabajando juntos para superar esta crisis sanitaria por la pandemia.
¿Y cuáles son los atributos de ese sistema?
Cuando uno puede analizarlo a profundidad, se da cuenta de lo extraordinario que es nuestro sistema de salud. Es un modelo ciento por ciento solidario porque, de lo contrario, no sería posible decir que actualmente más de la mitad de los colombianos recibe salud a través del régimen subsidiado y el resto está en el contributivo. Ahí hay un reto descomunal a la hora de atender un espectro tan amplio de beneficiarios.
Y entonces, ¿por qué existe en el imaginario de un sistema anacrónico, lento, excluyente y corrupto, a tal punto de tener que liquidar muchas de esas instituciones de salud?
Hemos generalizado algunos de los problemas y, sin duda, una de las tareas más importantes que debimos emprender desde esta Superintendencia fue la de intervenir y liquidar esas instituciones que no cumplían su misión y servicio. Todavía permanecen activas algunas muy regulares, que se resisten a cambiar el rumbo.
Hemos recorrido el país con el Presidente y comprobamos la difícil situación que viven muchos departamentos y ciudades, porque muchos de esos aseguradores no han querido hacer lo que es necesario para enderezar el rumbo. Pocos atendieron el llamado del Gobierno a mejorar sus indicadores y, por ejemplo, hay EPS que en 2015 debían 30 mil millones y ahora deben 300 mil millones. Eso no es aceptable, pues le hace daño a toda la red de salud del país, incluidos sus profesionales. A hoy se han liquidado 10 EPS y vamos a seguir depurando el sistema.
Usted es el Superintendente, pero antes de serlo participó de la política y ha sido un empresario muy ligado al mundo de las aseguradoras. Tiene una visión completa del sistema. ¿Qué le cambiaría?
En algunos de los foros más importantes que se hayan hecho en el país sobre el sistema de salud, el moderador me preguntó sobre “qué se debería hacer” para mejorar ese sistema”. Y la respuesta, antes y ahora, es la misma: que cada actor cumpla con su papel. Nada más. Nuestro sistema, quizás, es uno de los más reglados y con mayor normatividad del continente. Tiene más normas que el propio sistema financiero colombiano. El problema es que esas normas no se cumplen siempre.
De ahí que nuestro papel, como uno de esos actores, es hacer cumplir las normas, sancionando a quienes no las cumplen, depurando y sacando a las malas empresas y defendiendo los intereses de los usuarios, sin politiquería, con independencia y autonomía. El mensaje a los políticos es que los recursos de la salud son intocables y sagrados. Los recursos son limitados, pero si son bien administrados, no dudo que podemos tener un sistema de salud con dignidad y calidad para todos. Es urgente detener la hemorragia y acabar la excesiva intermediación que aún existe en el sistema.
Creo que ahí radica parte del problema, pero, sobre todo, la solución. ¿Cómo consolidar un sistema de salud pública, de política pública, lejos de los tentáculos de los politiqueros y sus aliados?
Posiblemente, nos hemos demorado en tomar decisiones radicales en torno a esas relaciones entre actores. Logramos identificar desde la Superintendencia no menos de 70 modalidades de “malas prácticas” y ahí están todos los actores. Desde el asegurador hasta el prestador, pero además de los entes territoriales y de los propios usuarios. Hay pacientes que reclaman medicamentos que no necesitan y casos de usuarios que demandan el servicio de cuidadores y los ponen como empleados del servicio por cuenta del sistema.
Luego, eliminar y combatir esas malas prácticas es parte del camino que debemos transitar para consolidar un sistema que puede ser uno de los mejores del mundo.
La pandemia desnudó todas nuestras pobrezas, pero dejó claro el camino de las oportunidades. ¿Cómo aprovechar esta crisis?
Sin duda, estamos en presencia de la mayor crisis global de salud de nuestra historia. El reto no sólo ha sido montar en tiempo récord un plan de respuesta y de mitigación a la pandemia, sino de reconocer la enorme capacidad de la gente para actuar de forma solidaria y en procura del bien común.
En marzo del año pasado, por ejemplo, llegamos a hacer 200 pruebas de diagnóstico diarias y hoy tenemos días de hacer 76 mil pruebas. Pasamos de hacer 12 o 13 mil por mes a realizar casi un millón por mes. Teníamos un laboratorio habilitado para hacer esas pruebas y hoy existen 167 que hacen esas lecturas moleculares. Pasamos de tener 5.300 UCI a más de 12 mil, es decir, se hizo en seis meses lo que el país debió hacer en los últimos 25 años. De 440 mil teleconsultas que se hicieron en marzo de 2020 pasamos a realizar más de 4 millones por mes. De 186 mil personas que se estaban atendiendo a domicilio al comienzo de la pandemia pasamos a 2 millones 900 mil atendidas en sus casas. La entrega de fórmulas médicas pasó de 211 mil a 1.5 millones por mes.
Esas cifras son contundentes y hablan de la capacidad del sistema, pero en especial de sus mejores hombres y profesionales en salud, de los aseguradores, de los administradores, y ese es un activo que no podemos perder, una vez descienda la severidad de la pandemia. Ahora, queda mucho por hacer, por mejorar, porque subsisten situaciones complejas que debemos arreglar dentro del sistema.
Hoy es el Día Mundial de la Salud. ¿Hay motivos para conmemorarlo?
Por supuesto, pero el personal médico y de los servicios asistenciales no pueden pasar de héroes a villanos, por errores o desatenciones a la hora de la vacunación, por ejemplo, que han servido para que algunos quieran estigmatizar al sector. No. La responsabilidad de superar semejante crisis es de todos.
El papel de los usuarios en esta etapa es crucial para el éxito del proceso de inmunización y es urgente que cada uno asuma su responsabilidad de actualizar sus datos, de cumplir las citas, de respetar los turnos, de mantener las medidas de autocuidado. La meta es llegar a la meta de vacunar 200 mil personas por día y mantener el sistema de rastreo y aislamiento de los posibles contagiados.
Es indudable la capacidad de respuesta y la infraestructura que se montó para atender la pandemia, pero existe una válida preocupación sobre cómo asegurar la sostenibilidad del modelo instalado cuando ya no se necesiten tantas UCI ni tanto personal médico para atenderlas…
Es necesario mantener esa capacidad instalada, porque la pandemia seguirá por un tiempo más y muchas de las otras demandas del sistema que se han tenido que aplazar se irán reactivando en la medida de que se supere lo del COVID-19.
Esperamos que la siniestralidad del sistema vuelva a los niveles que existían hasta antes de la pandemia y se reactiven todas las cirugías y procedimientos aplazados, por lo que esa infraestructura debe servir para trabajar en redes integradas e integrales, hacer reposición de equipos que ya cumplieron su ciclo y redistribuir de forma consensuada con los mandatarios locales parte de esos insumos.
Hay que trabajar en revertir esas asimetrías existentes en torno al personal médico especializado y reforzar los sistemas logísticos de toda la cadena de producción y abastecimiento en salud.
¿Cómo se ha logrado esa articulación interinstitucional y multinivel para alcanzar esos resultados?
Tenemos claro que somos un solo país, un solo Estado, pero con roles muy precisos y distintos que se complementan para lograr los mejores resultados. No hemos estado exentos de presiones, errores, debilidades del sistema, pero siempre logramos articularnos y trabajar de forma armónica, respetando los roles de cada uno de los actores.
Para quienes tenemos la obligación de vigilar, inspeccionar y sancionar cuando sea necesario, las cosas no siempre son fáciles, pero aceptamos esos retos con decisión y carácter. La comunicación con los ministerios es permanente y hay alineamiento estratégico de todos, procurando salvaguardar la vida de los usuarios y garantizando el acceso a la salud como derecho fundamental.
¿Cuáles son los aprendizajes de un año para la historia y qué deberíamos hacer para transitar por mejores caminos dentro del sistema de salud?
Mi obsesión y mi compromiso es acabar con las malas prácticas, con esas barreras que impiden que el sistema funcione mucho mejor. Derribar esas barreras es una tarea de todos, porque cada actor debe asumir su responsabilidad. Así como hay actores muy buenos que hacen de la ética del servicio parte de su misión, es necesario acabar con los actos de corrupción de algunos sectores. El problema de los atajos y de las coimas no es un problema exclusivo de Colombia, sino del mundo, pero no por eso tenemos que aceptarlo y mirar para otro lado.
El modelo está, el sistema funciona bien, existen las normas y los recursos, la capacidad y el conocimiento, pero frenar la hemorragia hará la diferencia. Eso es lo que debe permanecer en el tiempo, más allá de los periodos de gobierno y de la politiquería de ocasión.