La foto de los presidentes de los Estados Unidos, Joe Biden, y de Rusia, Vladimir Putín, reunidos en Ginebra acaparó las lentes y las cámaras, pero tras bambalinas quedaron los compromisos adquiridos por siete de las grandes potencias agrupadas en el G7 en la lucha contra el cambio climático, elevado por Biden a un asunto de seguridad nacional.
Después de tres días de deliberaciones en Reino Unido y antes de que Biden y Putín se encontraran en Ginebra, el llamado G7 puso sobre la mesa su apuesta para combatir el calentamiento global: prohibir la financiación de proyectos que demanden el uso de combustibles fósiles, entre otros el carbón, además de reducir las emisiones para mantener un límite de calentamiento en 1,5 grados e impulsar la protección del 30 por ciento de biodiversidad.
La declaración final de la Cumbre del G7 marca el inicio de una nueva era de relaciones de Occidente con Europa y pone banderillas a China en torno a sus políticas de energías contaminantes. Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Canadá, Japón y la Unión Europea, están ahora alineados en las metas del Acuerdo de París sobre Cambio Climático y la descarbonización de las economías.
Transición a energías limpias
Así, tras los efectos especiales de la reunión de los Estados Unidos y Rusia, ya los líderes del G7 habían abordado los planes conjuntos para afrontar el cambio climático y desarrollar una economía global más sostenible tras la pandemia.
El sábado se llegó a un acuerdo para poner fin a las ayudas gubernamentales directas a las centrales térmicas que no hayan adoptado medidas anticontaminantes, tal como lo propuso Biden desde la campaña electoral de 2020. El G7 acordó adoptar medidas concretas que aceleren la transición a fuentes de energía limpias.
Los siete países se comprometieron a proporcionar 2.000 millones de dólares para apoyar el trabajo de los llamados Fondos de Inversión del Clima, que ayudan a países en desarrollo en su transición a la energía limpia a través de la concesión de fondos para adquirir tecnología, capacitación e infraestructuras.
En este punto, como efecto colateral, se abre una inmejorable oportunidad para los países de América Latina, incluido Colombia, que tienen como uno de sus ejes de recuperación verde la inversión en proyectos de energías renovables no convencionales.
No en vano Uruguay se ha convertido en el país de la región con los mayores niveles de aprovechamiento de energías limpias, eólica y solar, en su matriz energética, con el 97 por ciento de su capacidad.
El regreso de Washington al escenario internacional por el clima se consolidó con la promesa de la Casa Blanca de que, por primera vez en la historia, los líderes del G7 van a alinear sus metas en la lucha contra el cambio climático, tanto a corto como a largo plazo, de manera que sean coherentes con el umbral de 1,5ºC de aumento de temperatura media del planeta.
Biden logró la aprobación del G7 de un plan de infraestructuras para contrarrestar el avance de China, aunque no logró convencer a todos sus socios de adoptar medidas más contundentes frente al gigante asiático. Estados Unidos busca impulsar una réplica occidental y presenta el plan de infraestructuras como “una colaboración entre las grandes democracias para llevar a cabo un proyecto guiado por los valores, con altos estándares y transparentes”.
Se necesitan más de 40 billones de dólares en infraestructuras sostenibles y verdes en los países de ingresos medios y bajos, pues la pandemia de COVID-19 ha aumentado las desigualdades sociales.
La propuesta pretende movilizar capital del sector privado para impulsar proyectos en cuatro ámbitos: el clima, la seguridad sanitaria, la tecnología digital y la igualdad de género, además de contar con inversiones de instituciones financieras.
El G7 anunció asimismo un plan para financiar proyectos de infraestructuras en países en desarrollo, un programa que incluyen entre las medidas para tratar de frenar la crisis climática. Los fondos facilitados por los países ricos servirán para acelerar el cambio global hacia las energías renovables y las tecnologías sostenibles.
La otra cara de la Cumbre del G7
Pero del otro lado de la mesa de la cumbre estuvieron presentes las organizaciones ecologistas globales, entre otras Greenpeace, que criticó duramente los alcances y las visiones del plan “Reconstruir mejor para el mundo” con que el primer ministro británico, Boris Johnson, quiso dejar su huella en su propia casa.
La organización dijo que “pese a los extractos verdes, Johnson lo que ha hecho es recalentar viejas promesas y aderezado su plan con hipocresía, más que con acciones reales para abordar la emergencia climática y natural”.
Greenpeace observó como vitales los compromisos de un mayor apoyo a los países en desarrollo, pero advirtió que “hasta que no suelten el dinero, no damos nada por sentado”.
Los entretelones de la Cumbre también dejaron ver el nuevo clima de trabajo entre las grandes potencias, en especial la buena química de Biden con sus pares europeos y los vientos de renovación diplomática con Putin, pieza clave en las negociaciones de una nueva era nuclear, la lucha contra el ciberterrorismo y el plan contra Irán.