Colombia es el segundo país más megadiverso del mundo y ocupa un lugar de privilegio en relación con la riqueza natural del planeta. Aun así, tenemos las regiones más desiguales de América Latina, porque el potencial ambiental de muchos departamentos ha ido en contravía del bienestar socioeconómico de sus habitantes.
¿Pero de qué tipo de desigualdad estamos hablando? De la que resulta después de medir ocho dimensiones definidas en el Índice de Desarrollo Regional (IDERE) para América Latina: educación, salud, bienestar y cohesión, actividad económica, instituciones, seguridad, medio ambiente y género.
Esa matriz, en la que participaron ocho universidades y centros de estudio de toda la región, entre ellas la Universidad Autónoma de Chile, el Instituto Chileno de Estudios Municipales y la Universidad de la República Uruguay, así como el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo de Los Andes (Cider), dibuja con precisión las complejas paradojas del desarrollo en Colombia.
Mientras tenemos regiones que pueden competir con sus pares más desarrollados en países como Chile, Argentina o Uruguay, también podemos compararnos por lo bajo con las zonas más desiguales de El Salvador.
Guaviare, por ejemplo, enfrenta una doble realidad: es la región de América Latina con mayor nivel de desarrollo en medio ambiente, pero también es la peor calificada en bienestar socioeconómico. Algo similar sucede en Córdoba, Caquetá, Guainía y Amazonas, que están entre las seis regiones con posiciones más altas en el ámbito ambiental del América Latina, por el uso de energías renovables, el número de áreas protegidas y la calidad de los recursos naturales y su valor económico.
El IDERE para Colombia, no obstante, nos ubica como el país con más desigualdades territoriales de la región al compararnos con Chile, que tiene un desarrollo más equilibrado.
Es así como Bogotá, Santander y Cundinamarca tienen niveles de desarrollo similares a Buenos Aires (Argentina), Artigas (Uruguay) o Araucanía (Chile), mientras que Vichada, Arauca y Guaviare, las de más bajo índice, tienen similitudes con el Alto Paraguay (Paraguay) y Cabañas y La Unión (El Salvador).
Bogotá obtuvo los mejores resultados y Vichada los peores.
“El tamaño de las brechas entre regiones en el país no tiene comparación en los países latinoamericanos, por eso aunque nos destaquemos en la dimensión ambiental, la tensión entre economía y ambiente es palpable. Los departamentos con los mejores resultados en términos ambientales poseen los niveles de actividad económica más bajos y viceversa”, aseguran Javier García Estévez y Ana Milena Gómez Márquez, los dos investigadores del Cider que participaron del estudio y que fue publicado hace unas semanas por la Universidad de los Andes.
Un panorama regional desalentador
El mapa completo de la desigualdad no es muy alentador para América Latina y los efectos de la pandemia aún están por reflejarse de forma más cruda, dados los registros de muertes, contagios, pérdida de empleo, informalidad en la economía y daños en los sistemas educativos de la región.
El IDERE estableció que de las 182 regiones analizadas, solo 7 % (13 regiones) se ubican en altos niveles de desarrollo en Chile, Uruguay y Argentina. La mayoría, el 61 %, se concentra en niveles medio, medio bajo y bajo.
Los mejores resultados para Colombia se dieron en los ámbitos de salud, actividad económica, educación y ambiente. En los dos primeros, por ejemplo, la mayoría de departamentos se ubicaron en desarrollos alto y medio alto. Sin embargo, los investigadores llaman la atención sobre cómo el COVID-19 ha desnudado la frágil capacidad de los sistemas hospitalarios regionales.
El bienestar socioeconómico y la seguridad son las dimensiones con peores resultados en Colombia. La mayoría de los departamentos se ubicaron en los niveles de desarrollo medio bajo y bajo.
En este primer aspecto, Guaviare recibió la peor calificación y los índices más altos se ubicaron en departamentos de la región central y el Caribe. De ahí que en la publicación se recomiende crear condiciones de desarrollo inclusivo y de vida digna para campesinos y comunidades étnicas, como una prioridad en las zonas periféricas.
Vaupés, Boyacá, Guainía y Amazonas arrojaron los índices más altos en seguridad, mientras que Valle del Cauca, Quindío, Meta, Antioquia y Casanare, los resultados más bajos.
“Aunque el acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC-EP redujo las cifras de hechos victimizantes, es claro que los temas de seguridad van más allá del conflicto armado interno”, dicen los investigadores.
En la dimensión de género, buena parte de los departamentos tuvieron un nivel de desarrollo alto o medio bajo. Bogotá, Cundinamarca, La Guajira y Nariño están dentro de las 10 regiones con mejor índice de América Latina. Sin embargo, se resalta que las brechas de género siguen siendo un componente estructural y aún hace falta mucho trabajo para generar igualdad de oportunidades y cambios de mentalidad frente a la cultura patriarcal y machista.
En el capítulo dedicado al país se sugiere propender estrategias de diversificación de la producción regional con mayor inclusión de mujeres y jóvenes, frente a una actividad económica que es altamente dependiente de sectores extractivos. En educación se recomienda fortalecer el sector público, aumentar la cobertura y reducir la deserción elevando la calidad.
El informe resalta la importancia de fortalecer las instituciones y generar una mayor descentralización fiscal y administrativa para que los departamentos logren una mayor autonomía presupuestal. Además de mejorar los procesos de contratación, a través de la lucha contra la corrupción y la celeridad en la aplicación de justicia a quienes realicen actos fuera de la ley.
Dada la seriedad del informe y la pertinencia de sus hallazgos, Colombia debería integrarlo a su plan de reactivación sostenible y a su agenda regional en torno a la transición energética, la Visión Amazonía, el Pacto de Leticia y el Pacto por los Páramos, no sólo desde una perspectiva ambiental, sino de desarrollo integral, en el que temas como la inclusión de las mujeres y los jóvenes, la resiliencia de los ecosistemas, la bioeconomía, las Soluciones basadas en la Naturaleza (SbN) y la economía circular, se conviertan en un círculo virtuoso del desarrollo con equidad.